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viernes, 11 de diciembre de 2015

Problemas de la política económica progresista


La reciente derrota del kirchnerismo en la Argentina y las dificultades político-económicas por las que atraviesan otros países gobernados por fuerzas de izquierda (Venezuela, Brasil, Ecuador), han estimulado la tesis del fin del ciclo progresista iniciado en 2003 en América Latina.

Eso fue saludado tanto por la derecha que cree que se abre un nuevo período de “tiempos conservadores” – para usar la denominación que el ecuatoriano Agustín Cueva dio al ascenso neoliberal en los ´80 – pero también por diversos sectores de la izquierda críticos del progresismo por motivos diferentes tales como:  (i) su falta de voluntad de hacer una transición al socialismo o (ii) el uso de recursos del extractivismo para financiar las políticas sociales o (iii) lo que consideran serían rasgos autoritarios frente a los sectores populares que le hacen oposición.  Aquí vamos a trabajar una tesis diferente, que reconoce impasses en la estrategia progresista – en general, resultantes de sus éxitos sociales en un contexto adverso del capitalismo globalizado – a la vez que apunta  a las potencialidades para seguir hacia adelante.

Políticas comunes

Hay que partir reconociendo una gran heterogeneidad que dificulta el tratamiento de los problemas desde un punto de vista general.  En el mismo ciclo están incluidos “pequeños países periféricos” (ej. Bolivia, El Salvador, Nicaragua) hasta uno del grupo de los “emergentes” (el caso de Brasil) pasando por otros considerados intermedios, en tamaño e industrialización (como Argentina y Venezuela).

Sin embargo, hay rasgos comunes relevantes.  En casi todos los casos hubo un rescate del papel económico del Estado.  El menú ha sido variado: nacionalizaciones de empresas transnacionales, fortalecimiento de empresas que habían permanecido públicas; mayor presión fiscal para capturar una parte adicional de las rentas extraordinarias de empresas productoras-exportadoras de commodities agrícolas, minerales o energéticas;  reglas más rigurosas en las concesiones de servicios públicos al sector privado, entre otras medidas.

En general, esos países desarrollaron fuertes políticas sociales buscando retirar directamente de la extrema pobreza a segmentos importantes de la población con resultados significativos e inéditos en términos históricos.  Y verificaron una disminución de la desigualdad en la distribución del ingreso monetario – única región del mundo que registró ese fenómeno en el período que estamos tratando –.  Hubo países con aumentos de salarios reales – o sea, por sobre la inflación registrada – y por encima de los aumentos de la productividad del trabajo.

Fases del ciclo económico

En términos económicos, el ciclo debe ser desglosado en, por lo menos, tres fases: (i) hasta el 2008, cuando hay condiciones externas muy favorables – entre otras, el denominado “superciclo” de commodities, que se reflejó en mejoras substanciales de los términos de intercambio del comercio exterior de la región.  Luego, (ii) el primer momento de impacto de la crisis del capitalismo desarrollado que tiene su epicentro en EE.UU. y Europa al que los países progresistas latinoamericanos responden con medidas contra-cíclicas con buenos resultados.  Finalmente hacia 2012-13, (iii)  hay un agotamiento de esa respuesta que combinada con una reversión de los precios del mencionado “superciclo” constituyen el terreno de la disputa que hoy está en curso.  Esta tercera fase registra no solo problemas de desaceleración fuerte llegando a la recesión, como también reflejos en el empeoramiento de la situación social – por ejemplo, vuelve a crecer en números absolutos el total de pobres extremos –.

Hay un “telón de fondo” de esas fases que atraviesa el ciclo progresista: la globalización económica capitalista que alcanzó desde los años 1990 niveles inéditos, históricos, resultado de los “trabajos de Hércules” emprendidos por el neoliberalismo en respuesta a la crisis general capitalista de los años 1970.  Se abrió un nuevo escenario de mayor liberalización del comercio en todos los países que se tradujo rápidamente en las estrategias de deslocalización productiva que permitían a las empresas migrar las inversiones al país que ofrecía más bajos costos – impositivos y laborales – desde donde se podría vender a cualquier mercado alrededor del mundo.  Un viejo comunista europeo sintetizó el siglo XX así: “lo que (el miedo a) la URSS nos dio en la post Segunda Guerra Mundial  (el Estado de Bienestar), la (competencia de bajos costos de) China nos lo quitó en los años 1990-2000”.  Pero la globalización no fue sólo de la producción (la aclamada “fábrica mundial”) sino del  comercio (con sus tratados de libre comercio y la OMC).

El gobierno de los EE.UU. tomó una serie de medidas desde inicios de los años 1970 e impuso a través del FMI y el Banco Mundial otras tantas que resultaron en lo que conocemos hoy como la “financierización” capitalista.  Un crecimiento monstruoso de la dimensión financiera – con mercados que especulan con tasas de cambio, tierras, inmuebles, producción futura de commodities, acciones de compañías, expectativas en relación a esas acciones, etc.  – en una frenética escalada que no corresponde a la economía capitalista real, sus tasas de lucro, etc.  Esa riqueza financiera provoca periódicamente “burbujas” especulativas de las que los gobiernos deben salvarlas – como quedó patente en la crisis del 2008 –.  Vivimos un período histórico donde en el capitalismo mundial no hay un “modo de regulación” que  tienda mínimamente a estabilizarlo – como fue el fordismo-keynesianismo en los “30 gloriosos años” de la post guerra –.

Progresismo y globalización

Considerando que todos nuestros países mantuvieron su inserción en el mercado mundializado, ¿es posible desarrollar políticas económicas progresistas – como las reseñadas arriba – en ese contexto de globalización capitalista?

Hasta los años 1980 era posible que un país definiera un patrón diferente de desarrollo y acudiera a la URSS en busca de tecnología, mercado y apoyo para inversiones.  El desarrollo del socialismo en Cuba desde los años 1960 estuvo marcado por esa  opción.  En 2006 defendimos la tesis de que la integración regional podría ser un sucedáneo a la ausencia de la retaguardia estratégica de la URSS que había desaparecido en 1991[1].  Esa estrategia avanzó – en relación al histórico latinoamericano – pero fueron progresos insuficientes o lentos en relación a las necesidades urgentes de nuestras economías – nos referimos al comercio intra-regional con monedas nacionales, el Banco del Sur, la complementación productiva regional, entre otras iniciativas de una “nueva arquitectura” regional.

Pero volvamos a la pregunta sobre política económica del progresismo en la globalización.  En 1966 el economista marxista heterodoxo polaco M. Kalecki afirmaba, en un artículo titulado “La diferencia entre los problemas cruciales de las economías capitalistas desarrolladas y subdesarrolladas”, que en el primer caso se trataba de la “adecuación de la demanda efectiva”, mientras que en el segundo sería “el aumento  considerable de la inversión (…) para acelerar la expansión de la capacidad productiva indispensable al rápido crecimiento de la renta nacional”.

El progresismo trató de resolver el desafío kaleckiano con un mix de utilización de divisas del boom de las exportaciones, aprovechamiento fiscal de las rentas extraordinarias del superciclo y atrayendo a capitales internacionales.  Pero, al mismo tiempo, y esto fue un diferencial del período, buscó hacer del mercado interno (o regional) de masas, impulsando mejores estándares socio-laborales y la expansión de políticas sociales dirigidas a los más pobres, la principal palanca de la demanda efectiva.  El ciclo progresista invirtió el adagio conservador  (de “hacer crecer la torta para luego repartirla”) afirmando que era necesario y posible “distribuir para crecer”.  Lo hizo.

Necesitaríamos realizar un análisis más detallado de cada caso nacional.  Pero, si hablamos del país con mayor peso y liderazgo en la región, el Brasil, fue de esas fuentes de recursos que vino el estrangulamiento, cuando cambió el mercado mundial de commodities y los capitales decidieron presionar contra las medidas gubernamentales que reducían sus tasas de lucro – y favorecían a los trabajadores –.  Fue en ese momento, hacia el 2013, que las medidas contra-cíclicas dejaron de funcionar y el país cayó en la estagnación – mientras el gobierno buscaba mantener en expansión el mercado interno –.  La respuesta de los industriales paulistas a la continuidad de los esfuerzos gubernamentales contra-cíclicos fue convertirse en importadores de manufacturas provocando un gigantesco déficit en la balanza comercial industrial.  Bajo el ropaje de dilemas de la política económica se trataba de pura lucha de clases en torno a la tasa de lucro de las empresas, es decir, a la apropiación del producto neto de la sociedad que a lo largo del ciclo progresista había sido favorable a los trabajadores (a fines del 2014 el país todavía tenía la tasa de desempleo más baja de su historia)[2].

Profundizar el debate

No es posible una estrategia progresista con los resultados sociales y laborales como los antes reseñados sin alterar la relación entre nuestros países y el mercado mundial globalizado, porque éste es el escenario construido por las fuerzas del capital a lo largo de décadas de iniciativa neoliberal sobre la derrota de los trabajadores y para continuar derrotándolos.  Pero por las características capitalistas periféricas y dependientes de nuestros países se hace necesario que tal respuesta sea dada con procesos de integración regional – justamente una de las materias pendientes del ciclo – para tener peso en las disputas políticas globales y escala en la estrategia económica.  Parafraseando otro debate ocurrido hace ya casi cien años: “no es posible el progresismo en un solo país”.

No estamos en los años 1980 para que vuelvan los sombríos “tiempos conservadores”.  El pueblo y sus organizaciones han probado que es posible mejorar las condiciones de vida y trabajo de las mayorías.  La derecha que ha asomado ruidosamente la cabeza no tiene un programa económico alternativo al del progresismo capaz de conquistar a la población – aunque en una primera elección se puede beneficiar del desgaste de los impasses progresistas, acto seguido no consigue mantener la adhesión popular con sus recetas retrógradas –.  Todo indica que a Macri en Argentina le espera el camino del acelerado desgaste sufrido por Sebastián Piñera, en Chile y Horacio Cartes, en Paraguay, que de empresarios exitosos y profetas neoliberales eufóricos terminan como políticos fracasados.

Las izquierdas, para retomar la iniciativa, deben profundizar el debate estratégico más allá de la gestión macroeconómica de corto plazo y responder la cuestión de cómo conseguir un “aumento  considerable de la inversión” continuando la estrategia de “distribuir para crecer” en la actual coyuntura histórica capitalista

- Gustavo Codas es economista paraguayo.

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