La
reciente conclusión formal de las negociaciones del mega-tratado
Transpacífico (Acuerdo de Asociación Transpacífico – TPP por sus siglas
en inglés) pretende y apunta a alcanzar metas que el capital
trasnacional ha perseguido desde la década de los ochenta. Su primera
estrategia fue encabezada por los programas de ajuste estructural de la
triada BM-FMI-BID, y su primer avance para integrar los propósitos
políticos de manera vinculante en un texto fue el Tratado de Libre
Comercio TLCAN (1994), seguido de la creación de la Organización Mundial
de Comercio (OMC, 1995).
Recién creada la OMC, y tratando
de introducir los temas Financieros y Derechos de Propiedad Intelectual
(Agenda de Singapur-1996), lo mismo que un Acuerdo Multilateral de
Inversiones (AMI), el director general de la OMC, Renato Ruggiero,
describió cínicamente el momento: "Estamos escribiendo la Constitución para una sola economía mundial" (Singapur, 1996).
Diecinueve años después de Ruggiero resurge el discurso de la hegemonía y la economía mundial con el TPP: "En virtud de este acuerdo, nosotros, en vez de países como China, estamos escribiendo las reglas para la economía mundial." (B. Obama, octubre de 2015[1]).
Sin
embargo, el objetivo nunca se ha restringido a la economía mundial, ni
regional, ni se busca la prosperidad, la seguridad y sustentabilidad
global, y menos la democracia, sino la transformación de las reglas del
orden mundial a las necesidades de la globalización del capital
transnacional.
A lo largo de más de 20 años de luchas de
resistencia, redes de activistas sociales, de personalidades, académicos
y de gobiernos, han demostrado que detrás del cliché de “acuerdo de
libre comercio”, en el trasfondo hay objetivos esencialmente políticos
como el eliminar las facultades del Estado para regular con fines
sociales, poner los derechos corporativos del capital por encima de los
derechos humanos y de la naturaleza, crear mecanismos de gobernanza
global de la economía sin ninguna legitimidad o control democrático.
Los tratados como instrumentos de la política trasnacional
Estados
Unidos ha acumulado en los últimos 30 años una experiencia y fracasos
por tratar de imponer las reglas mundiales, escritas en Tratados, que
consoliden los intereses de la globalización trasnacional. Los tratados
de libre comercio (TLC), han sido una de esas vías y el más conocido
cliché para imponer esa estrategia corporativa.
EEUU,
después de alcanzar un TLC, primero con Israel (1985) y otro con Canadá
(1987), así como un TLC regional (TLCAN, 1994), desplegó una estrategia
mundial para alcanzar un Tratado Multilateral (en la OMC), o mediante
tratados bilaterales o regionales tanto de tipo TLC, como del tipo de
Protección de Inversiones, de Protección de Propiedad Intelectual, o
preparando el terreno político diplomático mediante los llamados
Acuerdos Marco de Comercio e Inversión. El terreno privilegiado para la
ofensiva de los TLC fue el espacio latinoamericano: 11 TLC, de un total
de 20 tratados, alcanzados antes de pretender coronar su estrategia con
el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA)[2].
Dentro
de esta estrategia, la prioridad ha sido puesta en materia de inversión
y propiedad intelectual. Los Tratados, eufemísticamente llamados
Tratados Bilaterales de Protección y Promoción Recíproca de Inversiones
(TBI), fueron impuestos mundialmente a países subdesarrollados. De los
42 tratados TBI que EEUU ha firmado, el espacio elegido en la década
1994-2004, fueron los llamados países en transición (16 países); sólo 8
países latinoamericanos, carentes de TLC, fueron añadidos a ese acervo.[3] En este campo, los países europeos son dominantes mundiales con el 30% de los aproximadamente 4,600 TBI en vigor.[4]
Una
estrategia muy defendida por los monopolios trasnacionales han sido los
Tratados Multilaterales y bilaterales de la llamada protección de la
propiedad intelectual (patentes, marcas, derechos de autor, diseños
industriales y otros), área dominada mundialmente por los países
desarrollados, con 51% de los 2.3 millones de solicitudes de patentes. Sin embargo, la importancia de China es indudable, con 28% del total, mayor que el 23% de EEUU. En solicitudes de marcas China alcanza el 25% y EEUU el 17% de las 6.5 millones de solicitudes.[5]
En
esta estratégica materia, de los 34 tratados de protección a la
Propiedad Intelectual, 24 han sido acuerdos bilaterales con 24 países
(13 antes de la OMC y 11 después). Dos Tratados Multilaterales han
precedido a 8 acuerdos multilaterales o reformas específicas surgidas
con la OMC o después.[6]
Una estrategia de tres pistas
Los
intereses trasnacionales, encabezados por la triada del gobierno de
EEUU, la Unión Europea y Japón, desde hace tres décadas han venido
empujando sus iniciativas bilaterales, regionales y multilaterales. A
partir de las neoliberales reglas alcanzadas en el TLC de América del
Norte (TLCAN), su reproducción en la OMC, y la búsqueda de su extensión a
todo el hemisferio mediante el ALCA, se trasformaron las condiciones en
que Japón venía desarrollando su articulación productiva en el área
asiática mediante el Foro APEC, lo mismo que las condiciones en que la
Comunidad Europea-Unión Europea venía manteniendo su relación
neocolonial con los Acuerdos de Lomé-a-Cotonou con los países ACP (sus
79 ex colonias de Asia, Caribe y Pacífico).
La triada
buscó infructuosamente incorporar temas adicionales a la agenda de la
OMC y se encontró con la sorpresiva movilización civil y la oposición de
varios bloques de países, encabezados por los de África y los más
desposeídos en la tercera cumbre ministerial en Seattle, EEUU (1999).
Cuatro años antes, la Cumbre de APEC en Osaka (1995) había entrado en
crisis por la pretensión de transformar un foro de diálogo
político-económico en espacio de desregulación obligatoria de varios
temas. Y lo mismo se repitió durante la fracasada quinta Cumbre de OMC
en Cancún, septiembre de 2003.[7]
El
espacio regional, donde ya se habían sembrado los temas controversiales
en el corazón de los 11 TLC con países latinoamericanos, animó a EEUU a
insistir y pretender llegar a obtener la aceptación del proyecto
hemisférico de TLC, el ALCA. Sin embargo, en la histórica Cumbre de las
Américas en Mar del Plata (noviembre de 2005), el presidente de los
EEUU (G. W. Bush) y sus destacados aliados de México (V. Fox) y Chile
(R. Lagos) sufrieron una estrepitosa derrota a manos de una inusitada
alianza entre gobiernos opositores al ALCA y redes sociales hemisféricas
alternativas, como la Alianza Social Continental (ASC) y la Campaña
Continental contra el ALCA.
"Lo bueno es que no tuvimos que hacer el trabajo. Los mexicanos y chilenos estaban más enojados que nosotros.": Thomas H. Shannon, Secretario Adjunto para América Latina y Caribe del Departamento de Estado, en declaración a la prensa.[8]
Cambio de estrategia, usar lo disponible para alcanzar lo deseable
Con
un rosario de fracasos y una estrategia desgastada y claramente
impopular, la coalición neoliberal, sobre todo la estadounidense, cambió
de estrategia al adoptar una agenda multivariada de un “soft power”[9]
renovado como “poder inteligente”, que facilite el debilitamiento de
las resistencias y adopte las políticas buscadas. Para ese propósito,
se propusieron: 1) fortalecer y profundizar la agenda y la labor de las
instituciones oficiales hemisféricas, la mayoría surgidas desde la
primera Cumbre de las Américas (Miami, 2004); 2) coordinar las políticas
de las organizaciones financieras regionales, y dar continuidad a la
agenda de asesoría en desregulación o “modernización competitiva” de los
gobiernos latinoamericanos y las cúpulas de las organizaciones
empresariales; 3) apoyar de manera firme la labor de cabildeo de las
organizaciones estadounidenses con agenda latinoamericana, como el
Consejo de las Américas, las instituciones académicas; 4) usar
intensivamente el apoyo de los poderosos grupos mediáticos; y 5) apoyar y
fortalecer la oposición empresarial a los gobiernos latinoamericanos
que buscan enfrentar este modelo dominante, llegando incluso a impulsar
golpes de Estado (duros o suaves).
En palabras de la ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton, en julio de 2009: En “Nuestro enfoque de política exterior… los
hechos exigen una estructura mundial distinta… trabajaremos a través de
instituciones existentes y las reformaremos. Trascenderemos a los
Estados y crearemos oportunidades para que instituciones no estatales y
particulares puedan contribuir a las soluciones…colaboramos con nuestros
principales aliados de tratados, como Japón y Corea, Australia,
Tailandia, Filipinas y otros socios para fortalecer nuestras relaciones
bilaterales, así como las instituciones transpacíficas. Somos al mismo
tiempo un país transatlántico y transpacífico”.[10]
La
Sra. Clinton decía en público lo que sin aspavientos ya venían haciendo
bajo el mandato de las nunca enterradas 23 Iniciativas temáticas del
Plan de Acción de la Cumbre de Miami (1994)[11]
e intensificándolo después del 2005 con las alianzas público-privadas
mediante las reuniones periódicas de Ministros de las Américas en
Finanzas, en Energía, en Agricultura, en Minas, en Defensa, y una docena
más de temas, bajo el paraguas formal del BID, de la OEA, del IICA.[12]
A
la par, una red de instituciones y organizaciones ‘civiles’ íntimamente
ligada a la política del Departamento de Estado de EEUU, ha venido “modernizando” mediante la “reforma regulatoria” y la “competitividad”
la política pública de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos y
del Caribe, así como creando alianzas con las cúpulas empresariales de
nuestros países.
Así, el bufete de ex funcionarios privatizadores, Jacobs-Cordoba y As.,
autores directos de 11 de los programas de reforma (des)regulatoria de
gobiernos latinoamericanos (de un total de 74 gobiernos “asesorados” en
el mundo)[13], son también los “super-expertos” de la Red Inter-Americana de Competitividad RIAC[14] de la Federación Global de Consejos de Competitividad articulado al Foro Económico Mundial, la Cumbre de las trasnacionales.[15]
Por su parte, la organización empresarial Consejo de las Américas,
creada por D. Rockefeller, ha intensificado desde 2006 su programa
hemisférico de promoción neoliberal y de relaciones políticas; 75
reuniones en 16 ciudades capitales; cabildeos convertidos en culto por
las cúpulas empresariales, gubernamentales, incluyendo a algunos
presidentes afines.[16]
Así,
bancos, tecnócratas, cabilderos, académicos y poderosísimos monopolios
de medios de comunicación corporativos han continuado trabajando
cotidianamente, en coordinación con funcionarios y algunas
organizaciones civiles, desde dentro de nuestros países con programa e
ideología trasnacional, que no terminamos de enterrar, ni con gobiernos
progresistas.
Desde 2007, advertimos de esta peligrosa estrategia[17]
que no sólo ha propiciado la Alianza del Pacífico, sino que ahora se
convierte en el apoyo político del TPP; ese peligroso brazo de la nueva
tenaza trasnacional, y mañana podría serlo del tratado gemelo
Tras-Atlántico.
El TTP busca superar la derrota del ALCA y
coronar en triunfo esta larga y multiforme estrategia para crear un
mundo adaptado a sus intereses. Solo la movilización social global y
unitaria podrá presionar a los legisladores y gobiernos, para derrotar a
este Super-ALCA.
Alejandro Villamar es analista, activista y miembro de la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio (RMALC).
*
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 509
(noviembre 2015), con el título "A 10 años de la derrota del ALCA" - http://www.alainet.org/es/revistas/509
[2] USTR. 2015. https://goo.gl/Diuupv
[3] Cálculos con la estadística del USTR, 2015. http://goo.gl/MsuYCr
[4] Cálculos con datos UNCTAD. http://goo.gl/4VYcNv
[5] Cálculos con Datos y cifras de la OMPI sobre P.I. http://goo.gl/UDZCMV
[6] Cálculos a partir de estadística del USTR
http://www.alainet.org/es/articulo/173893
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