Eric Nepomuceno
Andreia dos Santos Pereira, de edad no divulgada (por las fotos, algo entre 35 y 40 años),
deficiente auditiva–una manera políticamente correcta de decir que era sorda o casi–, llegó, a eso de las seis y media de la mañana, a trabajar en el boliche donde le tocaba freír empanadas. Todo eso en una zona modesta de Guarujá, un balneario de ricos y nuevos ricos a unos 70 kilómetros de São Paulo.
Esa era la única función de Andreia: freír, pasar las empanadas a alguien más, y listo.
Pero de repente, tres tipos le anunciaron que era un asalto. Ella,
por sorda, no entendió lo que le decían a gritos, no sabía dónde estaba
el dinero, no entendió nada. Le dieron una paliza feroz. Y Andreia
murió: cuatro costillas rotas, traumatismo craneano, hemorragia
interna. Según los testigos, los asaltantes eran niños de entre 14 y 17
años.
A unos 500 kilómetros de distancia de esa playa, en Río de Janeiro,
quizá el principal referente –y la principal referencia– de Brasil
frente a los ojos del mundo, se hace otra contabilidad.
Nada más en la región metropolitana de Río, en los últimos 15 días
(el dato es del viernes 28 de mayo) se registraron, oficialmente, 15
asaltos con chuchillo. Detalle: no se trata de asalto a mano armada,
que fueron muchísimos más. Se trata de informar que al menos una vez al
día alguien fue herido por cuchillo en un robo. Y de esos ‘alguien’, al
menos uno murió: James Gold, un cardiólogo importante y reconocido, fue
acuchillado a muerte en la Lagoa Rodrigo de Freitas, una laguna
incrustada en la más noble zona urbana de la ciudad.
Pedaleaba su bicicleta, al borde de uno de los paisajes urbanos más
formidables del mundo. Lo acosaron dos o tres salteadores, según los
testigos. Todos muy niños, según esos testimonios.
El asaltado no reaccionó. Los delincuentes le abrieron un tajo en el
pecho de sur a norte. Pese a las ocho horas de cirugía, el hombre no
resistió. Los supuestos malhechores están detenidos: hay serias dudas
sobre quién hizo qué en la muerte del cardiólogo.
Esos son dos fragmentos de un escenario de horrores. Menciono cosas
que ocurrieron en Guarujá, una playa de ricos y nuevos ricos, y en Río
de Janeiro, ciudad icono de Brasil. Menciono crímenes brutales y
gratuitos cometidos por adolescentes.
A la ‘deficiente auditiva’ no la despojaron de nada, una vez que
ella no entendió lo que pasaba. Bueno, le robaron, claro, la vida.
Al renombrado y reconocido cardiólogo le arrebataron un teléfono celular y una elegante bicicleta. Además, claro, de la vida.
Reza el himno nacional brasileño, en una clara prueba de que los
himnos nacionales son capaces de cursilerías inimaginables: “De los
hijos de este suelo eres madre gentil/ patria amada, Brasil’.
¿Habrá
la patria amada sido gentil con la muchacha sorda –perdón: deficiente
auditiva– que no entendió que la asaltaban? ¿O con el incauto
cardiólogo que andaba en bicicleta en un paisaje de ensueños?
Hace muchos años –32, para mayor exactitud– un brasileño, el
antropólogo y educador Darcy Ribeiro, junto al entonces gobernador de
Río de Janeiro, Leonel Brizola, icono indiscutible de la izquierda
brasileña por décadas, trataron de impedir que el actual escenario
ocurriese.
La solución propuesta era sencilla y, hay que reconocer, cara:
escuelas públicas en periodo integral, es decir, de las siete de la
mañana a las cinco de la tarde, con clases curriculares más clases de
arte, atención médica amplia, dentistas incluso, deportes, es decir,
una vida completa: del desayuno al almuerzo hasta una merienda, algo
que jamás en sus miserables vidas los muchachos de la vida real
brasileña hubiesen soñado.
La derecha más recalcitrante y una izquierda idiotizada (me refiero,
con todas las letras, al PT) se impusieron contra el proyecto. Recuerdo
claramente a un amigo, muy de derechas, bramando:
Comida, clases, todo eso es aceptable. Pero, ¿clases de ballet y de arte? ¿Para ellos?. Léase: ¿para los pobres?
Y de la misma forma recuerdo, claramente, a amigos militantes del PT diciendo:
Comida, clases, todo es aceptable. Pero, ¿y la carga horaria de clases? ¿Quién cobrará por las horas suplementares?
Leonel Brizola y Darcy Ribeiro querían construir mil centros
integrales de educación (CIEP) en Río. Creían que por esa vía –la
educación– cambiarían, de una vez y para siempre, el mapa de miseria en
que vivimos.
De haber logrado construir, en estos últimos 30 años, todos los CIEP
soñados, serían, por lo menos, 30 millones de niños que hubieran tenido
educación y apoyo básico, esencial, fundamental.
Ahora mismo se discute, en mi país, una revisión de la ley para
rebajar la edad mínima en la cual un brasileño es imputable frente a la
ley. Se busca, frente a un cuadro de creciente violencia urbana (si es
que será posible, en el caso nuestro, el de la madre patria gentil, que
crezca aún más esa violencia…) aumentar la pena a los adolescentes
criminales.
Desde Brizola y Darcy, nadie se preocupó, a fondo, de combatir el
problema desde la raíz. O sea, con más atención básica, más educación,
para no tener que, años después, como ocurre ahora, buscar más punición.
Así las cosas: de gentil, la amada patria tiene muy poco. Y de amada, casi nada.
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