“Estaban
reunidos los despreciados, los insultados, los dolientes, los
desposeídos, en breve, los avasallados de la raza humana. Allí se
encontraba la conciencia clasista, la racial y la religiosa en una
escala global. ¿Quién había pensado en organizar una reunión como esa?
¿Y qué tenían esas naciones en común? Nada, a mí me parecía, salvo su
relación pasada con el mundo occidental los había hecho sentir. Esta
reunión de los denegados era en sí misma una especie de juicio sobre el mundo occidental!”
Richard Wright - The Color Curtain: a Report on the Bandung Conference. The World Publishing Company, Cleveland and New York, 1956
La
Conferencia realizada en Bandung, Indonesia, del 18 al 24 de abril de
1955 reunió a líderes de unos 30 estados asiáticos y africanos,
responsables por el destino de 1.350 millones de seres humanos. En
2015, sesenta años después, muchos de los problemas que fueron objeto de
análisis y debates en aquella conferencia pionera continúan desafiando a
un enorme segmento de la Humanidad. Esa constatación ya justifica una
reflexión sobre el sentido y las proyecciones de Bandung y nos invita a
pensar hasta qué punto mantienen vigencia algunos de los diagnósticos y
de las propuestas de ese evento, que constituyó un hito en la historia
de las relaciones internacionales del siglo XX.
Al
consagrar la emergencia del Movimiento de Países No Alineados y del
propio concepto de Tercer Mundo, la reunión de Bandung representó,
simbólicamente, el momento en que un significativo sector de la
Humanidad tomaba consciencia de su papel y hacía oír su voz. El
“espíritu de Bandung” marcó el proceso de liberación del mundo colonial y
definió el camino para la inserción internacional de los países que se
organizaron en el Movimiento No Alineado, con una condena explícita al
racismo, al colonialismo y al imperialismo.
Guiado por el
ideal de crear un espacio propio – ¿una comunidad imaginada? - en el
mundo bipolar de la época, ese conglomerado de naciones definió diez
principios que orientarían su actuación a favor de la promoción de la
coexistencia pacífica. En el explosivo escenario de la Guerra Fría, los
diez principios de Bandung definían el rechazo a la participación en
cualquier tipo de pacto militar y la defensa de la no intervención y de
la no interferencia en los asuntos internos de los demás países, a
partir del respeto a la soberanía e integridad territorial de todas las
naciones, colocando en primerísimo lugar el respeto a los derechos
humanos fundamentales. Se reconocía la igualdad de todas las razas, el
derecho de toda nación a defenderse individual o colectivamente, en el
marco de las definiciones de la Carta de la ONU; se rechazaban los
acuerdos de defensa colectiva, entendiendo que los mismos estaban
“destinados a servir a los intereses particulares de las Grandes
Potencias”, y se defendía la solución de todos los conflictos por medios
pacíficos, con respeto a la justicia y a las obligaciones
internacionales.
En los años setenta, en el auge de su
actuación, los No Alineados adoptan dos nuevas banderas de lucha: la
implementación de un Nuevo Orden Económico Mundial (NOEM) y de un Nuevo
Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). Esta última
reivindicación fue incorporada por la UNESCO, que en 1977 nombró una
comisión internacional para estudiar los problemas de los flujos
informativos. Tres años después, esa comisión lanzó el documento
conocido como Informe MacBride (Sean MacBride era el presidente
de la comisión) — con propuestas concretas tendientes a equilibrar la
producción y el acceso a la información entre los países desarrollados y
el Tercer Mundo, a partir de una condena a los grandes monopolios
informativos internacionales. La reacción de Estados Unidos y de
Inglaterra fue drástica: ambos países abandonaron la UNESCO y retiraron
los fondos que aportaban a esa agencia de la ONU, que enfrentó años de
crisis y acabó forzada a dejar de lado la discusión del tema.
En
directa relación con la propuesta de un cambio profundo en las reglas
de juego de la economía y de la producción y distribución de
informaciones a nivel mundial, los No Alineados cuestionaban la división
del mundo según la lógica de la Guerra fría, una lógica apoyada en
opciones ideológicas, y proponían como verdadera la división que
determinaba una desigual capacidad de las naciones de disponer de sus
propias riquezas naturales. O sea, la división real no sería entre el
Este y el Oeste, sino entre el Norte y el Sur. Por esa razón, para los
Países No Alineados, la economía y las comunicaciones eran los sectores
estratégicos para viabilizar la meta más determinante de su actuación:
el desarrollo pleno de todos los países. Sólo metas ambiciosas de
desarrollo podrían llevar a la erradicación definitiva de todo tipo de
explotación y de dominación.
Aunque el diagnóstico del
Movimiento No Alineado era correcto, la correlación de fuerzas en aquel
momento histórico no permitió la implementación de ese tipo de
alternativa, ni en el plano económico ni en el terreno de las
comunicaciones. El propio movimiento se fue debilitando, ante los
impases políticos y económicos y perdió protagonismo en el escenario
internacional.
Sin embargo, en las primeras décadas del
siglo XXI, en un mundo marcado por la globalización, bien diferente, por
lo tanto, del escenario de las décadas de 50 a 90 del siglo pasado, se
fue delineando una nueva realidad. Algunos países del que fuera llamado
Tercer Mundo – una designación que fue progresivamente sustituida por
otra, el Sur Global - pasaron a ser identificados como líderes de sus
respectivas regiones, en función de avances relativos conquistados en
los años recientes que los transformaban en potencias de mediano porte.
Comenzaron a ser llamados países “emergentes” en los medios de
comunicación y ellos, a su vez, pasaron a identificar intereses comunes
en su actuación internacional.
El proceso que derivó de
esa convergencia es conocido: en setiembre de 2006 los cancilleres de
Brasil, Rusia, India y China se reunieron durante la realización de la
61ª Asamblea General de las Naciones Unidas y definieron una agenda
propia, que aspiraba a ser ampliada y consolidada en los años
siguientes. En 2011 Sudáfrica se incorporó formalmente a ese mecanismo
de concertación, que pasó a ser conocido como BRICS.
Los
BRICS reúnen a las cinco mayores economías emergentes – con grandes
disparidades entre sí, evidentemente, si consideramos que la economía
china ostenta el segundo PIB del mundo (aproximándose rápidamente a
Estados Unidos) y la India el tercero y que Brasil y Sudáfrica aparecen
bien distanciados - y representan el 40% de la población mundial,
aproximadamente 3 mil millones de personas. Por mucho tiempo mantenido
en la informalidad, ese mecanismo previsto inicialmente para propiciar
la cooperación en sectores específicos viene consolidándose durante cada
una de las reuniones y ha dado pasos importantes tendientes a su
institucionalización.
La IV reunión de nivel presidencial,
realizada en julio de 2014 en la ciudad brasileña de Fortaleza,
ratificó un importante acuerdo económico cuyo principal resultado fue la
fundación de un nuevo Banco de Desarrollo, cuya sede será en Shanghái y
cuya presidencia le corresponde a la India. El capital inicial
autorizado para el banco es de 100 mil millones de dólares y se creará
un Fondo de Garantías Mutuas, también con 100 mil millones de dólares.
El objetivo del nuevo banco es transformarse en una fuente de
financiamiento para las economías emergentes y en desarrollo y entre sus
metas se incluye la creación de condiciones que permitan acabar con la
actual dependencia del dólar como principal reserva de divisas global
(está previsto el impulso de la convertibilidad entre el real brasileño,
el rublo ruso, la rupia india, el renminbi chino y el rand
sudafricano).
Estos proyectos del grupo BRICS permiten
trazar un paralelo con las metas – frustradas – del Movimiento No
Alineado. La propuesta de los años 70 de un Nuevo Orden Económico
Mundial dependía, en gran medida, de consensos que pudiesen ser
construidos con algunas de las potencias del mundo desarrollado, ya que
los países del Tercer Mundo no tenían la fuerza política para imponer
cambios en el funcionamiento de la economía mundial por sí mismos. La
única excepción talvez fue la existencia de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo, OPEP, que en 1973, pocos días después de la
Conferencia de los No Alineados de Argel y de la Guerra de Yom Kippur,
determinó el aumento de hasta 300% en el precio del crudo y la
imposición de embargos de venta para los países occidentales aliados de
Israel, dando origen al llamado “choque del petróleo”.
Hoy
en día, los BRICS comienzan a modificar las reglas de juego de la
macroeconomía mundial simplemente haciendo uso de sus propios recursos y
actuando con voluntad política clara. Por no contar con espacio
apropiado de diálogo ni de negociación en las estructuras de Bretton
Woods, en particular en el FMI y el Banco Mundial, las potencias
emergentes optan por utilizar su poder creando alternativas que no les
exigen entrar en una disputa abierta con los poderes hegemónicos y les
permiten crear las condiciones de un crecimiento global más inclusivo.
La
presencia de China y de Rusia en los BRICS, en alianza con India,
Brasil y Sudáfrica, explica, en parte, la diferencia de peso específico
en el escenario mundial entre el grupo BRICS y el Movimiento No
Alineado. La proximidad de China y de Rusia con los No Alineados estuvo
esbozada en la época de la Guerra Fría, pero la propia lógica de aquel
momento dificultaba una actuación coordinada. Es fácil comprender que
el no alineamiento no implicaba, de parte de los países miembros, una
equidistancia en relación a uno u otro bloque. Salvo algún país que por
razones históricas defendía abierta o veladamente una alianza
prioritaria con el campo occidental, la mayor parte de los Países No
Alineados tenía plena conciencia de que sus aliados potenciales estaban
en el campo socialista y que lo mismo no podía esperarse en relación a
la mayoría del bloque capitalista, en el cual estaban las antiguas
potencias coloniales. Pero en el contexto bipolar no se podía avanzar
mucho más.
Por eso es importante colocar la alianza de los
BRICS en el contexto de un proceso histórico de cuestionamiento de las
reglas de juego que emergieron de la Segunda Guerra Mundial. Los BRICS
hoy pueden avanzar en un proyecto de sustitución gradual de la
arquitectura de Bretton Woods por su propio peso en la economía mundial.
Esa era la esencia de la propuesta de los No Alineados al reivindicar
un nuevo orden económico internacional. La diferencia está en las
posibilidades concretas de unos y otros para alcanzar las metas de ayer y
de hoy.
¿Y en las comunicaciones? El bloque de los BRICS
no busca desafiar a los grandes conglomerados mediáticos. No es en ese
terreno que dará su batalla. En cambio, se propone alterar las reglas
de juego en el ciberespacio: los BRICS definieron un proyecto tendiente a
garantizar el acceso a Internet, enfrentando la hegemonía
norteamericana en la red. Actualmente, el sistema de internet está
conectado a través de centros situados en Europa y Estados Unidos. El
proyecto definido por los BRICS – llamado BRICS Cable – prevé la
creación de una infraestructura alternativa: un sistema de cables de
fibra óptica interoceánicos de 34 mil kilómetros con capacidad de 12,8
terabits por segundo, que empezará en la ciudad rusa de Vladivostok,
pasará por Shantou, Singapur, Ciudad del Cabo y Fortaleza, conectando
Rusia, China, India, Sudáfrica y Brasil antes de llegar a los Estados
Unidos. El principal objetivo del proyecto – además de abaratar costos -
es asegurar la autonomía de las comunicaciones de internet de los BRICS
en relación a los Estados Unidos.
No Alineados, BRICS:
los diagnósticos coinciden. Las acciones y, sobretodo, los resultados,
no. La correlación de fuerzas internacional desde la Conferencia de
Bandung a los años dorados de los No Alineados no permitió viabilizar ni
la bandera del nuevo orden económico ni la que se proponía alterar las
reglas de juego en el terreno de las comunicaciones.
Los
BRICS no definieron grandes banderas; comenzaron con movimientos
modestos, pero avanzan hacia la adopción de medidas estratégicas que los
aproximan de las definiciones de los No Alineados. Son dos momentos,
dos estilos y un mismo objetivo: un mundo menos desigual, con
oportunidades de desarrollo, prosperidad y justicia social para las
grandes mayorías, en un clima de cooperación y paz.
- Beatriz Bissio,
uruguaya-brasileña, es profesora Adjunta y Jefe del Departamento de
Ciencia Política, Universidad Federal de Río de Janeiro. Coordinadora
del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre África, Asia y las
relaciones Sur-Sur (NIEAAS).
Artículo publicado en la
edición 504 (mayo 2015) de la revista América Latina en Movimiento, “60
años después: Vigencia del espíritu de Bandung”, http://www.alainet.org/es/revistas/169851
http://www.alainet.org/es/articulo/170222
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