Las
dos Asambleas Generales de Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales) cuando yo lo dirigía, fueron cerradas respectivamente por
Álvaro García Linera (en Cochabamba, en 2009) y por Eduardo Galeano (en
Ciudad de México, en 2012). Fueron formas contundentes de hacer llegar
a los cientistas sociales del continente las expresiones más altas del
pensamiento crítico latino-americano contemporáneo.
Uno,
Álvaro García Linera, un profesor universitario, militante político,
preso y torturado por ello, gran intelectual revolucionario, que
articula alto nivel de elaboración teórica con la práctica política. Se
ha constituido en el más importantes intelectual latinoamericano. El
otro, Eduardo Galeano, del cual conocemos la insuperable capacidad de
captar la realidad en sus expresiones más cotidianas, al lado de los
grandes y crueles fenómenos globales, a partir de su visión humanista y
solidaria. El mejor escritor latinoamericano contemporáneo.
Los dos corresponden, de distintas maneras, a lo que se llama de intelligentsia
– intelectuales críticos, que abordan los temas más relevantes en
lenguaje accesible, defendiendo a los más oprimidos, humillados,
ofendidos. Una categoría – intelectual de la esfera pública – que está
en proceso de extinción.
La vida académica condiciona a
la práctica de forma que tienden a ser absorbidos por demandas
burocráticas, a escribir conforme los cánones de las instituciones de
fomento, a adherir a especializaciones cada vez más grandes. Y, como
consecuencia de todo ello, a despolitizarse, a distanciarse de los
grandes problemas contemporáneos de nuestras sociedades.
Nunca
como hoy América Latina tiene necesidad de intelectuales que pongan su
capacidad de reflexión y de formulación de propuestas alternativas al
servicio del enfrentamiento de los grandes desafíos que se presentan a
nuestras sociedades. Pero – hay que decirlo – pocas veces, aún más en
períodos históricos tan trascendentales como este, la intelectualidad
latinoamericana estuvo tan ausente de una participación activa en los
procesos políticos y de elaboraciones teóricas vinculadas a los grandes
desafíos que enfrentamos. Hay muchas excepciones, pero que no
corresponden a todo el potencial del pensamiento crítico de nuestras
universidades, de nuestros centros de estudio, de las distintas formas
de práctica intelectual.
Sin ese aporte, que favorece la
rearticulación entre la teoría y la práctica, la reflexión intelectual
se mantendrá intranscendente, mientras que la práctica política sentirá
la falta de la capacidad de creación estratégica, que necesita un poder
de elaboración teórica, que capte los grandes problemas que enfrentamos
y ayude a formular las alternativas para superarlos.
Es
cierto que entidades que antes convocaban a la intelectualidad a esa
participación, creaban espacios para ello, se pronunciaban alrededor de
los grandes problemas políticos de nuestro continente, ahora se
muestran copadas por prácticas burocráticas, despolitizadas, ausentes
de la esfera pública, en el plan político e intelectual. Pero, aun así,
es posible que los intelectuales se movilicen e intervengan mucho más
de que han hecho hasta ahora.
- Emir Sader,
sociólogo y cientista político brasileño, es coordinador del
Laboratório de Políticas Públicas de la Universidade Estadual do Rio de
Janeiro (Uerj).
http://www.alainet.org/es/articulo/169067
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