Guillermo Almeyra
Este
domingo se realizarán las elecciones primarias en la ciudad de Buenos
Aires que, junto con la provincia de Buenos Aires, es uno de los
principales distritos electorales del país. Son elecciones internas en
las que cada partido escoge el candidato mayoritario para los próximos
comicios en los que se elegirán el presidente, gobernadores y
parlamentarios y se decidirá quién y con qué política tendrá el timón
de Argentina en una situación mundial muy difícil para los países
dependientes.
Varias cosas están en juego: primero, si la oposición conservadora y
su línea liberal consigue unirse lo suficiente como para derrotar al
kirchnerismo, que mantiene una expectativa de voto oscilante en 33-34
por ciento; segundo, si éste, en la interna del Frente para la Victoria
(nombre electoral del Partido Justicialista y sus aliados menores),
vence al peronismo más conservador, que está mucho más cerca de los
liberales que de los que, con su política distribucionista y
asistencialista dicen aplicar una línea nacional y popular.
Las dos primeras elecciones provinciales hasta ahora realizadas –en
Salta y en Mendoza– mostraron, en el primer caso, un triunfo
kirchnerista aplastante a nivel provincial y, en el segundo, un éxito
rotundo de la Unión Cívica Radical, liberal de derecha unida al
ultraconservador Mauricio Macri y, en el campo oficialista, una derrota
del kirchnerismo frente a los peronistas conservadores. En la provincia
de Santa Fe, gobernada por un partido que no se sabe por qué se llama
socialista, también se votó pero no ha terminado el escrutinio y las
cifras de que se dispone dan una ligera ventaja al candidato de Macri
(un payaso televisivo misógino, xenófobo y racista) sobre el candidato
socialista-radical (porque los radicales, para obtener más puestos, han
abandonado su identidad y se alian tanto con el centro derecha
socialista como con la extrema derecha macrista).
Ante el agravamiento de la situación económica mundial y regional
–la crisis en Brasil influye mucho en las exportaciones argentinas, al
igual que el enfriamiento de la economía china–, en el electorado del
Frente para la Victoria se observa un reflejo conservador, un temor a
dejar lo malo conocido por un cambio para peor y esa tendencia favorece
electoralmente a dicho frente kirchnerista, ya que muchos trabajadores
descontentos, que en condiciones normales habrían podido dar un voto de
castigo apoyando a la izquierda, votan
tapándose la nariz.
En Salta, por ejemplo, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores
tuvo una excelente elección (con un promedio de 7 por ciento a nivel de
toda la provincia y de 10 por ciento en la capital) pero logró menos
votos que en las elecciones anteriores y lo mismo le sucedió en
Mendoza. La polarización entre los dos grandes bloques capitalistas –el
del gobierno y el de la oposición, cada vez más unida a pesar de sus
diferencias internas– no sólo afecta a la izquierda independiente.
También provoca indecisión en el aparato del Frente para la Victoria,
ya que muchos dirigentes locales todavía no han decidido por cual
coalición optar para mantener sus puestos y vacilan entre la derecha
conservadora del peronismo, que es una puerta hacia la oposición
revanchista, y una fidelidad al kirchnerismo cada vez menos atrayente.
Lo
que desgraciadamente hay que destacar es que en Argentina asistimos a
una disputa entre dos sectores capitalistas, uno más conservador y
reaccionario que el otro (por ejemplo, el
progresistagobernador de Salta, Urtubey, como otros de sus colegas en otras gobernaciones, es un hombre del Opus Dei, antiabortista, y mantiene la enseñanza religiosa en su provincia a pesar de que el Estado argentino es laico, al igual que la enseñanza). Peor aún, el candidato con más posibilidades en la oposición antikirchnerista es un empresario proimperialista y semifascista y cuenta con el voto mayoritario de la clase media de la ciudad de Buenos Aires.
Esa disputa intercapitalista y el conservadurismo clásico del
electorado argentino acentúan una derrota política de los trabajadores,
a los cuales el peronismo de Juan Domingo Perón y el liberalismo
peronista de Carlos Menem, así como las burocracias sindicales
procapitalistas, infectaron con la ideología de las clases dominantes,
sin que el kirchnerismo trajese en este campo alguna diferencia.
Por eso tienen tanta importancia el 10 por ciento en Salta o en
Mendoza y los apoyos obreros locales fuertes en Neuquén a candidaturas,
como las del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que unen a la
juventud obrera combativa y clasista y sectores combativos del
estudiantado y de las clases medias. Ese voto, en efecto, expresa la
necesidad y a la vez la posibilidad de una política independiente y de
clase de los trabajadores de todo tipo.
El FIT aún mantiene una batalla electoral que no tiene muchos lazos
con la necesaria educación y la propaganda anticapitalista y socialista
y, además, en algunos sectores mantiene un sectarismo elitista que le
aleja los votos de sectores obreros peronistas en crisis con el
kirchnerismo, al que da por muerto cuando aún no lo está. Pero otros
sectores del FIT están realizando progresos ante la necesidad de sumar
aliados.
En la capital federal, por ejemplo, el FIT aceptó en sus listas
militantes de Pueblo en Marcha y de otras organizaciones políticas y
sociales anticapitalistas independientes y hace con ellas una campaña
electoral común. Si este domingo el FIT supera los límites impuestos
para las PASO, la desaparición de muchas de las otras listas de
izquierda en la capital que no los pasasen podría dejarlo como único
polo alternativo en las elecciones generales.
Personalmente, junto a otros compañeros y compañeras sociólogos,
economistas, historiadores y militantes del sindicalismo universitario,
pese a nuestras críticas al FIT, llamamos a votar sus listas para
afirmar la independencia política de los trabajadores, unir en un solo
frente a todos los anticapitalistas, afianzar las posiciones para las
próximas luchas, que no serán sólo ni principalmente electorales.
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