Emir Sader
Confiada
en las movilizaciones de hace un mes, la oposición convocó a nuevas
manifestaciones, pero ha fracasado. Todo había sido preparado de la
misma manera, con el rol determinante, una vez más, desempeñado por los
medios de comunicación.
Tv Globo no transmitió el partido de futbol como tradicionalmente lo
hace, en São Paulo, para dejar espacio a la cobertura de lo que creía
sería una manifestación todavía más grande que la anterior. Folha de São Paulo
publicó una cuestionable encuesta, justo en la víspera de las
manifestaciones, intentando animar a los opositores a seguir
movilizados.
Pero el fracaso fue rotundo. No hubo nada que se pareciera a lo de
hace un mes. En ciudades donde docenas de miles se habían movilizado
–como Brasilia, Belo Horizonte o Río de Janeiro–, poca gente se ha
dispuesto a hacerlo de nuevo. La agencia Reuters calculó en 140 mil
personas los manifestantes del domingo 12, cifra muy por debajo de lo
que había sido calculado para un mes antes. La repercusión general
demuestra que el momento más fuerte de la oposición ha quedado atrás.
¿Qué es lo que ha cambiado en este último mes para que las cosas se
muestren ya distintas en Brasil? En primer lugar el gobierno ha
retomado la iniciativa política, avanzando en la recomposición política
de sus alianzas. Si recientemente el PMDB se acercó a la oposición, el
nombramiento de su presidente y vicepresidente de la república, Milton
Temer, como coordinador político del gobierno, ha revertido la
correlación de fuerzas interna en ese partido, que así se reposiciona
dentro de la base política del gobierno.
Por otra parte, hay síntomas de que la situación económica, si bien
no presenta todavía señales de retomar el crecimiento, demuestra que el
estancamiento va quedando hacia atrás y presenta perspectivas de
reactivación en varios sectores importantes. Incluso los niveles de
inflación apuntados –muy por debajo de los que Fernando Henrique
Cardoso dejó a Lula– no están descontrolados y, sobre todo, el nivel de
empleo, a pesar de actitudes de sabotaje de sectores del gran
empresariado, no se ha alterado. A pesar del terrorismo económico de
los medios de comunicación, las mismas agencias de riesgo han
manifestado que la economía brasileña no presenta las fragilidades que
la oposición insiste en destacar.
El
gobierno, a su vez, ha tomado medidas de simpatía popular, sea respecto
a los descuentos del impuesto a la renta, sea en el diseño de la
política salarial de aumentos por encima de la inflación, estableciendo
un equilibrio respecto a las medidas de ajuste de las cuentas públicas.
Por su parte, el movimiento popular vuelve a ocupar las calles, con
movilizaciones nacionales como la del día 15 y una huelga general
contra el proyecto de ley de tercerización de la mano de obra que la
Cámara de Diputados ha aprobado en primera votación.
Otro factor que ha contribuido al cambio de la situación está el hecho de que Lula ha retomado su actuación como coordinador ad hoc
del gobierno y movilizador del PT y de los movimientos sociales. Al
mismo tiempo, el gobierno ha hecho nombramientos –en el Ministerio de
Educación, en la Secretaría de Comunicaciones y en el Instituto de
Investigación Aplicada, (IPEA)– de personas claramente identificadas
con la izquierda, atendiendo a demandas de ese sector.
El otro factor nuevo ha sido la explosión de los casos de corrupción
–cada uno, muy por encima de los costos que envuelven las denuncias
sobre Petrobras–, tanto del HSBC como de gran cantidad de empresarios
que han logrado evitar el pago de impuestos con propinas millonarias a
funcionarios encargados de recaudar el impuesto a la renta. Así, parte
importante de opositores que estaban promoviendo y financiando las
movilizaciones en contra de la corrupción se han visto comprometidos en
casos mucho más graves de corrupción, debilitando el ímpetu de la
oposición y de las movilizaciones.
El gobierno de Dilma Rousseff ha completado sus primeros 100 días
atravesando crisis de distinto orden: de alianzas políticas, de
enfrentamiento con los medios de comunicación y con el gran
empresariado. Han enfrentado su peor momento, porque la arquitectura
que Lula había montado se estaba deshaciendo. La recomposición de las
alianzas con sectores partidarios de centro y con sectores del gran
empresariado es lo que está cambiando, permitiendo que el gobierno
salga del asedio al que ha sido sometido en su primer momento. El
fracaso de las manifestaciones de esta semana confirman las señales de
cambio favorables al gobierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario