Los
combates propios del prolongado conflicto social y armado, ocurridos la
semana anterior en el Norte del Cauca, donde se dieron cruentos
enfrentamientos entre los actores en combate (contraguerrilla
anticomunista y guerrilla revolucionaria); y, simultáneamente las
crueles masacres de indígenas ejecutadas por grupos paramilitares,
acompañantes de las fuerzas contrainsurgentes de las brigadas militares
Apolo del gobierno de Santos, han perfilado una “coyuntura critica”,
una encrucijada política, que nos indica, nuevamente, el cierre de un
ciclo histórico y la apertura de otro, en la que las acciones y
omisiones de los sujetos resultan teniendo espacios y posibilidades de
remontar condicionamientos estructurales, y cuyo desenlace tendrá
importantes consecuencias de mediano y largo plazo en el escenario
político nacional, como la necesaria convocatoria de una Asamblea
Nacional Constituyente.
No sobra reiterarlo, los graves
acontecimientos de guerra ocurridos en el municipio de Buenos Aires,
son la directa consecuencia de la estrategia oficial de negociar el fin
del conflicto en medio de la guerra. Más puntualmente, del disparate
santista elaborado por el sionismo israelí de conversar en La Habana
ignorando la guerra nacional y seguir la guerra como si en Cuba no
ocurriese nada. Un verdadero exabrupto liberal que se ingenió como
artimaña para sacar ventajas e imponer los enfoques del bloque
oligárquico dominante que se empeña en una paz con injusticia social y
democracia neoliberal.
Intentemos un balance del proceso
de paz de La Habana que despego desde el año 2011 con acercamientos y
conversaciones reservadas entre las Farc y Santos.
Primero.
La Mesa de conversaciones de La Habana fue el resultado de la constante
potencia militar y política, desplegada por las Farc y demás grupos
insurgentes desde finales del 2007, que coloco a la defensiva al bloque
dominante de la oligarquía, obligándola a descartar su estrategia de
guerra final y de exterminio absoluto de la resistencia campesina y
popular.
Segundo. El Acuerdo especial para la terminación
del conflicto y la Agenda temática, reflejo la correlación de fuerzas
existente en su momento. El preámbulo, las reglas de juego, la
organización de la mesa, el papel de los garantes internacionales, los
temas y el mecanismo constituyente de refrendación, resumían plenamente
la fuerza y capacidad acumulada por el movimiento popular y la
guerrilla.
Tercero. En plena globalización, el escenario
cubano, resultó óptimo para la delegación plenipotenciaria de las Farc,
pues el ambiente sosegado de los diálogos ha permitido el pleno
ejercicio del conocimiento, la inteligencia, epistemología y sabiduría
que se desprenden de la estrategia revolucionaria socialista. Nada de
presiones y trampas de los tahúres oficiales, acostumbrados a jugar con
cartas marcadas. Trascendental que el contexto de Cuba socialista fuese
el espacio de La Mesa, pues el ejemplo de las conquistas populares ha
sido un estímulo crucial al pliego histórico de las masas populares
colombianas.
Cuarto. Tres acuerdos en asuntos cruciales:
tierra, democracia ampliada y cultivos de uso ilícito, son indicadores
de la seriedad con que se han desarrollado los diálogos. De la misma
manera, consensos en temas como el desminado y desescalamiento del
conflicto, pactados entre comandantes guerrilleros y oficiales del
ejército, son pruebas contundentes de los avances de la Mesa de La
Habana.
Quinto. La tregua unilateral determinada por las
Farc, desde noviembre del 2014, le mostró al país la voluntad de
avanzar en la superación de la guerra. Nunca antes se había dado un
hecho de ese nivel y los efectos están a la vista con la disminución
sustancial de la violencia.
Sexto. Santos no fue
reciproco y su aparato militar prosiguió las acciones ofensivas
asesinando líderes guerrilleros, asaltando campamentos, desapareciendo
militantes populares y promoviendo e instalando nuevos grupos
paramilitares por todo el territorio nacional. En Colombia, dice J.A.
Gutiérrez, todo el tiempo se bombardea campamentos guerrilleros en
medio del sueño, aun en medio de treguas unilaterales de la
insurgencia; se saca a campesinos de sus camas, con sacos en la cabeza,
para luego desaparecerlos, torturarlos, o asesinarlos y presentarlos
como guerrilleros “muertos en combate”; se da sistemáticamente
tratamiento de guerra a la protesta popular como lo demuestra el
reciente caso del norte del Cauca.
Sexto. El sabotaje,
con el doble juego santista del Ministro uribista Pinzón, al proceso de
paz ha sido una constante durante los últimos 30 meses. Uribe Vélez ha
construido una corriente militarista que involucra generales, oficiales
y paramilitares, para bloquear y estigmatizar los diálogos. Para
cambiar la correlación de fuerzas a su favor. Altos oficiales, con el
consentimiento presidencial y ministerial, han chuzado, infiltrado,
descalificado y macartizado la salida negociada al conflicto. De ese
juego han hecho parte los dos delegados militares en La Habana. El más
reciente episodio en ese sentido fue el ruido de Rangel Mora quien, en
la práctica, termino desplazando a De La Calle y a Jaramillo como jefes
del grupo. Fue una especie de “golpe suave” a la paz, en complicidad
con los voceros periodísticos y de la Acore del uribismo.
Séptimo.
Como el modelo neoliberal no se negocia, según la determinación de
Santos, hasta la fecha el gobierno no se ha comprometido en nada que
pueda afectar su régimen social y el de las multinacionales. Por el
contrario, la Casa de Nariño, ha seguido adelante con su agenda
neodesarrollista, incrustada en el Plan Nacional de Desarrollo que
reúne descaradamente el recetario neoliberal de la OCDE y demás
organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial.
Octavo.
El funcionamiento de La Mesa de diálogos ha sido un descomunal pivote
de la lucha popular y la acción colectiva. Las grandes acciones
campesinas del 2013, 2014 y las que se desplegaran desde el próximo 22
de abril, reciben el estímulo de la potencia emancipadora de la
resistencia campesina revolucionaria. Han surgido nuevas subjetividades
asociadas con la paz y grandes movilizaciones, ligadas a la memoria
histórica, han enriquecido el espacio público democrático. Sin embargo,
el proceso de paz, la lucha por los cambios demandan una acción
directa, en caliente, de los movimientos sociales, con sus pliegos y
demandas. Los desfiles y marchas simbólicas no pueden reemplazar el
alcance radical de acciones como las de los indígenas del Cauca, los
alzamientos obreros, las huelgas estatales, los bloqueos de carreteras,
los paros de maestros y las huelgas campesinas. El alzamiento popular
debe llegar a nuevos niveles de acción política evitando, claro está,
la claudicación y conciliación de las Mesas que terminaron subsumidas
en el transformismo ministerial de la revolución pasiva de tercera vía
del señor Santos y sus asesores agrícolas.
Noveno. Merced
a los diálogos de paz, el Polo Democrático resurgió del despeñadero en
que lo habían colocado en Bogotá. Clara López y Aida Abella, con la
bandera de la reconciliación y la terminación de la guerra, recibieron
el respaldo de más de 2 millones de colombianos, que las votaron con
entusiasmo e independencia como candidatas en las elecciones
presidenciales del 2014. Estas dos líderes, junto al senador Iván
Cepeda, alcanzaron la envergadura de verdaderos referentes
progresistas, con enormes potenciales para conducir un gran movimiento
de cambios en los meses venideros, particularmente en las próximas
elecciones de autoridades locales infiltradas desde ya por la
mermelada, la corrupción y el clientelismo de la partidocracia
sistémica. La Mesa de paz de La Habana tendrá un gran influjo en el
proceso político del 25 de octubre.
En igual sentido,
dichos líderes tendrán un rol destacado en la Asamblea Constituyente
por la paz que habrá de convocarse para Salir de la enorme crisis
orgánica y sistémica que sacude al régimen político dominante.
Décimo.
Los medios de comunicación y la denominada opinión pública
predeterminada por estos, han sido y siguen siendo un obstáculo
perverso para el proceso. Las grandes maquinas mediáticas reflejan y
reproducen los intereses de reconocidos oligarcas como Sarmiento Angulo
(El Tiempo), familia Santo Domingo (El Espectador), Grupo Prisa de
España (Caracol), Ardida Lule (RCN y NTN24), familia Santos (Revista
Semana) y los monopolios inmobiliarios regionales (Vanguardia Liberal,
el Heraldo, etc.) familia Lloreda (El País), paramilitarismo paisa (El
Colombiano, el Mundo), que hacen un sabotaje sistemático, con mentiras
y tóxicos, a la Mesa de La Habana.
Los seudo analistas
políticos, los y las (como cierta filosofa) columnistas de opinión,
favorecidos con salarios y cheques de sus encumbrados patrones,
construyen sofismas y narrativas arbitrarias para imponer la
cosmovisión de las clases dominantes acérrimas enemigas de cualquier
cambio democrático en la vetusta sociedad colombiana.
Once.
La reciente Cumbre de Panamá constituyó un importante apoyo al proceso
de La Habana, pues registro el triunfo de Cuba socialista y del bloque
antiimperialista latinoamericano liderado por Venezuela bolivariana y
chavista. Obama, representante de un imperio en retirada merced al
contrapoder geopolítico oriental, debió admitir los errores, atropellos
y equivocaciones cometidos contra el pueblo cubano durante más de 60
años. Es lo que Santos no vio, no leyó, ni escucho, pues como
representante del bloque contrainsurgente del poder oligárquico sigue
con la misma mentalidad violenta de hace 60 años. Este tipo se quedó en
la guerra fría, en el anticomunismo cerril, en el odio al pueblo, en el
dominio clientelar, en la misma corrupción.
Doce. La paz
solo puede avanzar si se da un cambio profundo en los aparatos
militares y de inteligencia del gobierno. Si los generales
anticomunistas siguen con su sabotaje artero a La Mesa de La Habana, el
cierre de las conversaciones tendrá mucho más complicaciones y
obstáculos.
Trece. La paz exprés, la desesperada
entelequia santista, con fechas puntuales es una falacia gubernamental
que pretende distraer el verdadero debate para llegar a un consenso
definitivo.
Catorce. La paz no será una realidad si
Santos pretende resolver la actual grave crisis económica ocasionada
por la caída de los precios del barril de petróleo, afectando las
condiciones sociales de millones de colombianos sumidos en la pobreza.
Que la crisis la paguen los ricos, no los débiles de la sociedad.
Quince.
La agenda política de la delegación revolucionaria en La Habana hace
parte de una estrategia revolucionaria para derribar el régimen
oligárquico imperante en el Estado. Hace parte de la lucha por la
democracia avanzada, por el socialismo y el fin de la sociedad
mercantil neoliberal.
Diez y seis. Hay que mantener la
firmeza frente a las bravuconadas de Santos y su compinche Uribe Vélez.
Los revolucionarios no arrugan ni se dejan intimidar. La oligarquía es
cobarde no tiene buena fe, ni voluntad de paz en el sentido puro del
término.
Si la oligarquía quiere 100 años más de guerra,
guerra popular prolongada tendrán. Han sido 500 años de guerra
colonial, de violencia contra los indígenas, contra los esclavos afro,
contra los campesinos y los obreros y la lucha se mantiene. Esa es la
gran lección de Cuba, la de Venezuela y la del resto de los pueblos de
nuestro continente.
Diez y siete. ¡No más Santos! ¡No más Uribe Vélez! ¡No más oligarquía putrefacta y asesina!
http://www.alainet.org/es/articulo/169080
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