Nuevos documentos desclasificados esta semana por el Gobierno
estadounidense revelan que en 1969 la administración Nixon aceptó
reconocer la existencia de la capacidad nuclear ofensiva de Israel
siempre y cuando el Estado hebreo no la hiciera pública, trazando las líneas maestras de lo que sería la aproximación israelí a la cuestión nuclear durante los próximos 45 años.
A grandes rasgos, las 107 páginas de memorandums desclasificados
describen los infructuosos esfuerzos del círculo de asesores más
próximo al entonces presidente Richard Nixon para disuadir a Israel de
sus ambiciones nucleares, y de cómo finalmente eligieron adoptar –tras
una histórica conversación secreta entre Nixon y la primera ministra
israelí, Golda Meir– una postura pública de ambigüedad sobre el
programa nuclear de Israel.
Estos informes arrojan cierta luz sobre lo que hasta este momento
han sido estimaciones informadas sobre el arsenal nuclear de Israel,
cuya política oficial desde hace cuatro décadas es la guardar silencio
absoluto sobre esta cuestión, sin confirmar ni desmentir su existencia.
En 2006, la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS) especuló
con la posibilidad de que el estado hebreo contara con 200 cabezas
nucleares, por lo que sería la sexta potencia nuclear del mundo.
“Sabemos que Israel va camino de desplegar un sistema de misiles
tiera-tierra con una autonomía de 400 kilómetros con capacidad nuclear,
tenemos pruebas circunstanciales de que Israel se ha hecho con material
fisible y contamos con informes no verificados de que Israel ha
comenzado a fabricar armas nucleares”, relata un mermorándum del
entonces director de la Oficina del Departamento de Estado para Oriente
Próximo, Rodger P. Davies.
Este documento, escrito a cuatro meses del encuentro entre Nixon y
Meir, pone en marcha un plan de acción para convencer al estado israelí
de que firmara el Tratado de No Proliferación Nuclear, aceptara la
inspección de la planta nuclear de Dimona –donde supuestamente Israel
comenzó a investigar en 1958 el desarrollo de un arma nuclear– y
recibiera misiles no nucleares ‘Jericó’ capaces de alcanzar la mayor
parte de las ciudades árabes a cambio de abandonar su proyecto de
contar con una bomba atómica.
El nombre que más se repite en los documentos es el del por entonces
embajador israelí en Estados Unidos y futuro primer ministro de Israel,
Itzak Rabin. A través de sucesivos encuentros con el diplomático,
oficiales de la administración Nixon concluyeron que “se ha dejado
claro, de manera explícita e implícita, que Israel quiere armas
nucleares por dos motivos: primero, para disuadir a los árabes y
segundo, en el caso de que falle la estrategia de contingencia e Israel
estuviera a punto de verse derrotada, destruir a los árabes en un
Armagedón nuclear”. “En ningún momento el embajador israelí”, relató un
documento previo de 1968, “ha negado que Israel esté intentando
producir este tipo de armamento”.
Secretismo y división interna
La serie de documentos revelan las discrepancias entre el
Departamento de Estado y el Departamento de Defensa sobre la capacidad
nuclear de Israel y de sus esfuerzos para intentar encontrar un
resquicio de negociación en la postura pública del Gobierno israelí
reflejada en cables de la Embajada hebrea –también recogidos en los
documentos desclasificados– donde se reitera constantemente que “Israel
nunca será el primer estado en introducir armas atómicas en la región”.
Sin embargo, el propio término “introducir” es objeto de discusión
en el seno de la Casa Blanca: “tenemos motivos para creer”, apunta otro
documento, “que Israel no considera que producir armas nucleares sea
sinónimo de ‘introducir’”. El propio Rabin reconoce que “introducir”
implica “probar y declarar públicamente la existencia de esas armas”.
En términos generales, el Departamento de Estado y la CIA son los
que se mostraron más escépticos sobre el desarrollo del programa
nuclear israelí al considerar que las pruebas recabadas eran
circunstanciales. Pero el Departamento de Defensa, la Agencia de
Seguridad Nacional y la Agencia de Inteligencia de Defensa se mostraron
más contundentes: Israel tenía ya la bomba o estaba a punto de tenerla
en cuestión de meses.
A pocas semanas de la visita de Meir, los asesores de Nixon
centraron sus esfuerzos en evaluar el impacto internacional del
programa nuclear israelí. La conclusión alcanzada fue que un Israel
nuclear podría incentivar al resto de países árabes a adquirir sus
propias armas en un plazo de diez años a través de contratistas
privados y científicos europeos. “Hay que tener en cuenta que en la
psique árabe está enraizado el concepto de que solo es posible negociar
con Israel en igualdad de condiciones”, según otro de los documentos.
Estados Unidos considera al mundo árabe como “una fuerza
irracional”, ante la que la lógica de la destrucción nuclear mutua
asegurada que durante años ha equilibrado las relaciones entre Estados
Unidos y la Unión Soviética podría no funcionar aplicado a Oriente
Próximo porque “no hay que descartar la posibilidad de que algún líder
árabe esté dispuesto a canjear un número enorme de bajas entre sus
filas a cambio de provocar a Israel un daño irreparable”.
Ante esta tesitura, Estados Unidos eligió el mal menor: no debilitar
a Israel negando la opción siquiera de adquirir la bomba atómica por
pura cuestión de ventaja moral. “No podemos obligar a los israelíes a
destruir sus componentes y datos de diseño, pero ni mucho menos podemos
obligarles a que destruyan su capacidad de improvisación”, señaló otro
memorándum.
El encuentro
“Los nuevos documentos revelan que la política de ambigüedad nuclear
de Israel”, explica el análisis realizado esta semana por el diario
hebreo ‘Haaretz’, “es más bien un resultado de los acuerdos entre Nixon
y Meir que una maniobra original israelí”. El contenido del encuentro
entre ambos líderes celebrado en 26 de septiembre de 1969 nunca ha
trascendido, como tampoco lo ha hecho el documento final que sirvió de
base a Nixon para iniciar el diálogo con la primera ministra, el
llamado NSSM 40.
Sin embargo, con el paso del tiempo Nixon realizó veladas
declaraciones sobre el contenido de la reunión. El expresidente declaró
años después a la CNN que, en el momento del encuentro, “estaba claro
que Israel ya tenía por entonces armas nucleares”, aunque no citó
fuentes.
El ‘Washington Post’ especuló en 2006 con el contenido de la
conversación: es probable que Nixon hubiera comenzado pidiendo a Meir
transparencia sobre la cuestión, a lo que ella habría replicado
reconociendo que Israel ya estaba en disposición de fabricar una bomba
atómica, siempre como última opción y siempre con la intención de
servir como un mecanismo de protección psicológica para asegurar a la
población hebrea de que en sus manos estaba el arma definitiva.
“Jamás cité la conversación con Nixon en los días posteriores, y no
voy a hacerlo ahora”, declaró años después Meir. En cualquier caso, la
reunión acabó con un acuerdo tácito, prácticamente implícito, con un
grado de ambigüedad casi impensable hoy en día.
Así nació la estrategia que ambos países han asumido durante casi
medio siglo hasta que la administración Obama, por motivos que hasta el
momento no se han dado a conocer — la Comisión de Desclasificación del
Congreso (ISCAP) se ha negado durante décadas a revelar los documentos
hasta el pasado mes de marzo, y solo hace unos días que los ha
publicado en Internet –, ha decidido sacarla a la luz pública: mientras
Israel mantenga en secreto la bomba, Estados Unidos podrá vivir con
ello.
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