Durante
los últimos doce años hemos podido ver como el imperio refuerza sus
factores de poder hegemónico en nuestra región latinoamericana: la
reactivación de la IV Flota, el Plan Colombia, el Plan Puebla-Panamá,
todos ellos muestras claras de las intenciones militaristas en la zona.
Sin embargo, hay algo que quizá muchos pensamos, pero que pocos hemos
podido citar como un hecho indiscutible: la Honduras post golpe (nos
referimos al Golpe de Estado Militar de junio del 2009) pasó de ser un
accesorio sencillo de la politica norteamericana a convertirse en una
punta de lanza contra la integración de los países latinoamericanos.
No solo se trata de la multiplicación de la capacidad militar instalada de los Estados Unidos en Honduras en los últimos cinco años (actualmente 6 bases militares en puntos estratégicos del país), ni de la intromisión activa de agencias como la DEA o la CIA, o la preminencia del Comando Sur en la vida politica hondureña, sino el salto de la tradicionalmente politica aislacionista de la diplomacia local a una maquinaria muy bien aceitada, eficaz y agresiva de penetrar el corazón de la institucionalidad regional creada con fines soberanos e integracionistas.
Desde la administración de Porfirio Lobo Sosa, el imperio logró iniciar la inoculación de una especie de bomba en el corazón de CELAC, SICA, Petrocaribe y la normalización de relaciones con países que se opusieron férreamente al golpe. Esta tarea la dejaron en manos de Arturo Corrales Álvarez, quien se ha mantenido vigente en la politica hondureña como una figura que construye conspiraciones y que goza de la más absoluta confianza de los norteamericanos. Podríamos decir, sin reservas, que en 2014, esa actividad intensa ha agregado una pieza más al ajedrez que encaja perfectamente con todas las demás mencionadas.
Además, la Honduras post golpe ha sido utilizada para poner en práctica el desarrollo subsiguiente del capitalismo, primero con una profundización radical de las políticas neoliberales, bajo el imperio de un régimen de fuerza que produce naturalmente una violencia intensiva que mantiene aterrorizada a la mayor parte de la población de las llamadas clases medias, que se van empobreciendo aceleradamente presas del pánico sin entender lo que sucede.
Con los más abominables crímenes y masacres en auge crece la industria de la seguridad privada, que mediante muros, cercas y portones de hierro, se permite literalmente “encarcelar” y vigilar a los que sienten el vértigo de la caída libre en su estilo de vida, mientras sienten un pavor extraordinario frente a los más pobres, a los que llaman mareros, sin mencionar que la militarización total de la seguridad ha permitido el despliegue de miles de soldados en función de policía que violan los derechos humanos todos los días. Esta es una sociedad aterrada, que hoy es un laboratorio de lo que se pone en práctica en otros países.
Del mismo modo que podemos afirmar que la “colombianización” de Honduras es un hecho indiscutido, también podemos hablar de un nuevo fenómeno en desarrollo: la “hondureñización” de las sociedades. La criminalización de la protesta pública, la agresiva campaña contra toda forma de movimiento social hasta su virtual inmovilización (e incluso destrucción), son fenómenos que hoy vemos en México (por ejemplo) sucediendo para nosotros como un Deja Vu, o la película de horror que ya hemos visto.
La eliminación de la inversión social, dejando atrás toda posible careta de hipocresía caritativa, ha dado lugar a la promulgación de leyes en serie, que permiten poderes omnímodos al poder ejecutivo que controla lo que alguna vez fue “la incipiente institucionalidad hondureña”, hoy convertida en una matriz de absoluta impunidad (según los mismos datos de la Fiscalía General de la Republica ente 8 y 9 de cada diez casos que se presentan para investigación no son atendidos nunca; el nivel de judialización es aún menor) en un país con casi veinte mil muertes violentas cada mes.
Todo esto sirviendo de espacio de crecimiento a las leyes más absurdas en la dirección de la “privatización total” que además de las clásicas ventas de los bienes públicos, dedican buena parte a la cesión de soberanía en regiones que se convertirían en Zonas Especiales de Desarrollo, o ciudades modelo y darían lugar a las naciones corporativas y desmembrarían el odiado Estado Nacional. Además, están en vigencia leyes que permiten al gobierno entregar bienes y patrimonio de los hondureños en pago a cambio de deuda (que hoy alcanza los niveles más altos de la historia, casi 50% del PIB, y cuyo servicio anual es cerca del 40% del presupuesto general de ingresos y egresos, especialmente aquella con bancos privados locales que se ha contraído a cortísimo plazo y con intereses de mercado.
Hoy, el presidente hondureño, dedicado a la persecución feroz de la oposición politica, se dedica a vender “soluciones prácticas de desarrollo” a otros países de la región, que no son otra cosa que aquellas puestas en práctica en Honduras, y que han fracasado estrepitosamente en el campo económico, han sumido en miseria a cerca de la mitad de la población de 8 millones de habitantes y han detonado una guerra abierta de limpieza de clase, especialmente contra la juventud hondureña.
Todos estos datos son relevantes a la nuestro tema sobre la visión geoestratégica imperial, porque Honduras, es hoy gobernado literalmente por el comando sur de los Estados Unidos, incluso el nuevo embajador, recientemente instalado en sus funciones, James Nealon, es un personaje de alto rango del Comando Sur. Ya en época de Lobo Sosa, los Estados Unidos habían rebasado todo lo creíble cuando instalaron a un oficial norteamericano en una oficina en la Casa Presidencial de Tegucigalpa; aquello era algo inocente frente al papel de Juan Orlando Hernández, quien sin lugar a dudas es un personaje con las características y el perfil de Álvaro Uribe Vélez.
Existe información abundante, normalmente invisibilizados por un férreo cerco mediático montado contra toda posibilidad de filtración hacia el exterior, que demuestra que el papel de Honduras como agente de agresión y desestabilización regional es más activo que nunca y ha pasado a un nivel más relevante dentro del esquema de dominación imperial.
Ricardo Salgado. Investigador Social
No solo se trata de la multiplicación de la capacidad militar instalada de los Estados Unidos en Honduras en los últimos cinco años (actualmente 6 bases militares en puntos estratégicos del país), ni de la intromisión activa de agencias como la DEA o la CIA, o la preminencia del Comando Sur en la vida politica hondureña, sino el salto de la tradicionalmente politica aislacionista de la diplomacia local a una maquinaria muy bien aceitada, eficaz y agresiva de penetrar el corazón de la institucionalidad regional creada con fines soberanos e integracionistas.
Desde la administración de Porfirio Lobo Sosa, el imperio logró iniciar la inoculación de una especie de bomba en el corazón de CELAC, SICA, Petrocaribe y la normalización de relaciones con países que se opusieron férreamente al golpe. Esta tarea la dejaron en manos de Arturo Corrales Álvarez, quien se ha mantenido vigente en la politica hondureña como una figura que construye conspiraciones y que goza de la más absoluta confianza de los norteamericanos. Podríamos decir, sin reservas, que en 2014, esa actividad intensa ha agregado una pieza más al ajedrez que encaja perfectamente con todas las demás mencionadas.
Además, la Honduras post golpe ha sido utilizada para poner en práctica el desarrollo subsiguiente del capitalismo, primero con una profundización radical de las políticas neoliberales, bajo el imperio de un régimen de fuerza que produce naturalmente una violencia intensiva que mantiene aterrorizada a la mayor parte de la población de las llamadas clases medias, que se van empobreciendo aceleradamente presas del pánico sin entender lo que sucede.
Con los más abominables crímenes y masacres en auge crece la industria de la seguridad privada, que mediante muros, cercas y portones de hierro, se permite literalmente “encarcelar” y vigilar a los que sienten el vértigo de la caída libre en su estilo de vida, mientras sienten un pavor extraordinario frente a los más pobres, a los que llaman mareros, sin mencionar que la militarización total de la seguridad ha permitido el despliegue de miles de soldados en función de policía que violan los derechos humanos todos los días. Esta es una sociedad aterrada, que hoy es un laboratorio de lo que se pone en práctica en otros países.
Del mismo modo que podemos afirmar que la “colombianización” de Honduras es un hecho indiscutido, también podemos hablar de un nuevo fenómeno en desarrollo: la “hondureñización” de las sociedades. La criminalización de la protesta pública, la agresiva campaña contra toda forma de movimiento social hasta su virtual inmovilización (e incluso destrucción), son fenómenos que hoy vemos en México (por ejemplo) sucediendo para nosotros como un Deja Vu, o la película de horror que ya hemos visto.
La eliminación de la inversión social, dejando atrás toda posible careta de hipocresía caritativa, ha dado lugar a la promulgación de leyes en serie, que permiten poderes omnímodos al poder ejecutivo que controla lo que alguna vez fue “la incipiente institucionalidad hondureña”, hoy convertida en una matriz de absoluta impunidad (según los mismos datos de la Fiscalía General de la Republica ente 8 y 9 de cada diez casos que se presentan para investigación no son atendidos nunca; el nivel de judialización es aún menor) en un país con casi veinte mil muertes violentas cada mes.
Todo esto sirviendo de espacio de crecimiento a las leyes más absurdas en la dirección de la “privatización total” que además de las clásicas ventas de los bienes públicos, dedican buena parte a la cesión de soberanía en regiones que se convertirían en Zonas Especiales de Desarrollo, o ciudades modelo y darían lugar a las naciones corporativas y desmembrarían el odiado Estado Nacional. Además, están en vigencia leyes que permiten al gobierno entregar bienes y patrimonio de los hondureños en pago a cambio de deuda (que hoy alcanza los niveles más altos de la historia, casi 50% del PIB, y cuyo servicio anual es cerca del 40% del presupuesto general de ingresos y egresos, especialmente aquella con bancos privados locales que se ha contraído a cortísimo plazo y con intereses de mercado.
Hoy, el presidente hondureño, dedicado a la persecución feroz de la oposición politica, se dedica a vender “soluciones prácticas de desarrollo” a otros países de la región, que no son otra cosa que aquellas puestas en práctica en Honduras, y que han fracasado estrepitosamente en el campo económico, han sumido en miseria a cerca de la mitad de la población de 8 millones de habitantes y han detonado una guerra abierta de limpieza de clase, especialmente contra la juventud hondureña.
Todos estos datos son relevantes a la nuestro tema sobre la visión geoestratégica imperial, porque Honduras, es hoy gobernado literalmente por el comando sur de los Estados Unidos, incluso el nuevo embajador, recientemente instalado en sus funciones, James Nealon, es un personaje de alto rango del Comando Sur. Ya en época de Lobo Sosa, los Estados Unidos habían rebasado todo lo creíble cuando instalaron a un oficial norteamericano en una oficina en la Casa Presidencial de Tegucigalpa; aquello era algo inocente frente al papel de Juan Orlando Hernández, quien sin lugar a dudas es un personaje con las características y el perfil de Álvaro Uribe Vélez.
Existe información abundante, normalmente invisibilizados por un férreo cerco mediático montado contra toda posibilidad de filtración hacia el exterior, que demuestra que el papel de Honduras como agente de agresión y desestabilización regional es más activo que nunca y ha pasado a un nivel más relevante dentro del esquema de dominación imperial.
Ricardo Salgado. Investigador Social
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