El
mundo conoce el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto,
la legalización de la marihuana, el discurso en las Naciones Unidas del
presidente más pobre del mundo, los goles de Suárez....los rasgos más
bellos de la bella máscara con que se presenta Uruguay. La intención de
este artículo es aproximar el lector al modelo productivo uruguayo, a
sus consecuencias sociales y a la cuestión de los derechos humanos.
Apenas son algunos datos que indican, a quien le interese, por dónde
explorar y descubrir la cara más fea de la realidad uruguaya, la que
oculta su máscara de presentación.
El modelo productivo
En el breve lapso de los últimos diez años, el cultivo de la soja
transgénica pasó de ocupar escasas 20.000 hectáreas a más de un millón
y medio, casi el 10% de la tierra cultivable del Uruguay. Aunque es el
principal producto de exportación, no se le agrega valor alguno: el 95%
se envía a granel para ser industrializada en China y Europa. El
Ministerio de Economía contabiliza como “exportado” el grano que
atraviesa los portones de la Zona Franca de Nueva Palmira: el 80% de la
cosecha de soja sale a través de ese enclave extranjero sin pagar
impuestos.
Según el Censo Agropecuario, el volumen de
agrotóxicos que consume Uruguay se multiplicó casi que por 5 (de unas
4.000 toneladas pasó a casi 19.000); por las mismas razones, la
importación de fertilizantes se duplicó (de 243.000 toneladas a
556.000). Las otrora naturales praderas del Plata hoy están bañadas en
las sustancias químicas que requiere la soja transgénica. Suman cientos
las denuncias por intoxicaciones de personas y contaminación de los
ríos y arroyos.
Como el cultivo de la soja no requiere mano
de obra, se expulsa de la tierra a sus habitantes: entre el 2000 y el
2011 el número de asalariados rurales sufrió una reducción del 26,5% y
la población dedicada a las tareas agrícolas disminuyó en un 43,7%.
Como la rentabilidad es mayor si se cultiva en grandes extensiones, la
expansión de la soja aceleró el proceso de concentración de la
propiedad de la tierra, grandes. Uruguay va camino a ser un gigantesco
y despoblado latifundio.
¿Cómo ha sido posible una
transformación tan profunda del campo uruguayo? La expansión de la soja
en todo el Cono Sur es el gran negocio de la Monsanto, Cargill y otras
corporaciones transnacionales que especulan con la producción de
alimentos en el mundo. Se benefician también los llamados pools de
siembra, empresas de bandera argentina, cuyo ejemplo paradigmático son
“Los Grobo”, propiedad de Gustavo Grobocopatel, el “rey de la soja” del
MERCOSUR.
Los inversores llegan a estas playas, atraídos por
las leyes de inversiones y de zonas francas que les entregan
gratuitamente el rico patrimonio nacional, pero también por las
promesas y guiños del presidente Mujica. Antes de iniciar su mandato,
en un “almuerzo de trabajo” en el Hotel Conrad de Punta del Este,
Mujica pidió a los empresarios extranjeros que vinieran al Uruguay y
les prometió que gozarían de prerrogativas y nadie los castigaría con
impuestos como las detracciones que los exportadores de soja pagan en
la Argentina. Cinco años después, al ir a pedir a los capitales
finlandeses que vengan por favor a construir otra planta de pasta de
celulosa, el presidente Mujica opina públicamente que es un
“sacrificio” que hace para crear puestos de trabajo. Sin embargo, las
propias cifras de su gobierno demuestran que por cada hectárea que la
forestación roba a la ganadería, se expulsa cinco asalariados rurales
del campo y se los envía a vegetar en la periferia de Montevideo. En
proporción a su población y territorio, gracias a las genuflexiones de
sus gobernantes, Uruguay está orgulloso de ser el país de América
Latina que recibió la mayor cantidad de inversión extranjera directa,
orgullosos de ser una nación dependiente del sube y baja del precio
internacional de los “commodities” en la bolsa de Chicago.
El
modelo se completa con una Deuda Externa cuyo monto absoluto crece cada
día y que determina aspectos esenciales de nuestra vida: los gastos en
la educación pública, la construcción de viviendas accesibles al pobre
y en la atención de la salud son restringidos para pagar intereses y
amortizaciones a los acreedores. No se salda la deuda social pero se
“honra” la deuda externa, que nos somete a los vaivenes de la tasa de
interés fijada por la Reserva Federal de los EEUU.
Nos
hicieron un país deformado por la inversión extranjera y condenado de
por vida al pago de la Deuda. No es esta la revolución agraria de José
Artigas en 1815, ni la patria socialista por la que murieron tantas y
tantos en los años '70; ni siquiera es el Uruguay Productivo que
definieron las bases frenteamplistas antes del 2005. ¿Quién determinó
este destino para nuestra patria? ¿Fue algún Congreso del Frente
Amplio? No, de ninguna manera. Es obra de Danilo Astori, Tabaré Vázquez
y José Mujica, operadores políticos de los capitales transnacionales
que transformaron la matriz productiva del Uruguay.
Consecuencias sociales.
En base a los datos del impuesto a la renta recaudado por Impositiva,
el Instituto de Economía de la Universidad de la República logró
determinar que el 1% de los uruguayos más ricos, unas 23.000 personas,
se apropian de la misma parte del ingreso nacional que el 50% más
pobre, alrededor de 1.150.000 personas. Ese dato se completa con la
noticia de que, en estos meses del 2014, las ganancias de los bancos
privados han sido las mayores de los últimos cuatro años. También
creció la rentabilidad de los negocios de exportación e importación,
del “agronegocio”, de la producción de carne vacuna y ovina, la
especulación inmobiliaria, el transporte de carga y el turismo. El
crecimiento de la economía uruguaya, su desarrollo y el modelo
agroexportador, están administrados para enriquecer aún más a los más
ricos. A pesar de la imagen de redistribución que vende el gobierno, en
estos diez años la concentración del ingreso nacional ha sido la más
regresiva e injusta de los últimos cien años.
Esa regresión
ha producido un agravamiento de la injusticia social. Veamos un par de
datos que convalidan esa afirmación: la Universidad de la República
puso en conocimiento del público que la cifra real de niños menores de
6 años que nacían pobres era del 49,2%, casi el doble del 27,3% que
contabilizaban los organismos gubernamentales. En los mismos días la
prensa se enteró que más de 100.000 jóvenes “ni trabaja ni estudia”,
hecho que las estadísticas oficiales pretendían ignorar. Por otra
parte, a pesar de los consejos de salarios y de la protección sindical,
la mitad de los asalariados se mantiene por debajo de los 16.000 pesos.
Al definir la pobreza por una “línea” de ingresos monetarios, que en
julio de 2014 se fijó en 9.800 pesos, para el gobierno no son pobres
estos asalariados, sin embargo, sus ingresos que no cubren la tercera
parte de las necesidades básicas. La pobreza es un fenómeno cultural y
no solamente de ingresos insuficientes: en Uruguay viven bastante más
de un millón de pobres, la tercera parte de la población, cuya cultura
es una forma empobrecida de pensar y de sentir, marginada de la
estructura del conocimiento y la educación, que para sobrevivir emplea
códigos muy diferentes a los empleados por quienes están incluidos en
la vida del consumo y el escaparate. La pobreza endémica, cuatro o
cinco generaciones de uruguayos pobres, es consecuencia irremediable
del modo de reproducirse el capital y, en el Uruguay, crece en la misma
medida que aumentan las inversiones de las corporaciones
transnacionales. La instalación de una fábrica de pasta de celulosa
“aumenta en tres o cuatro puntitos el PBI” (al decir de Mujica) pero se
alimenta manteniendo salarios bajos, infantilizando la pobreza y
dejando a la juventud sin futuro.
Por otra parte, también es
cierto que un sector de trabajadores aumentó su consumo y su confort a
nivel de la clase media. El progresismo instaló consejos donde se fija
el monto del salario por acuerdo entre trabajadores y empresarios con
participación del Ministerio de Trabajo. La medida estableció una
instancia “institucionalizada” para la lucha salarial, una especie de
“lucha permitida” que se tradujo en crecimiento del número de
sindicatos y de la cantidad de trabajadores afiliados y que mejoró
sensiblemente los ingresos de aproximadamente una tercera parte de los
trabajadores uruguayos. Esa transferencia de poder adquisitivo fue un
impulso decisivo para la expansión del consumo y, por consiguiente, del
crecimiento del PBI en Uruguay. Sin embargo, el bienestar de una parte
no puede servir para ocultar la situación real de la gran mayoría de
los trabajadores.
La población empobrecida ha sido empujada
hacia los barrios que rodean Montevideo, zonas que parecen
trasplantadas del África pobre y están cuidadosamente separadas de las
zonas donde los ricos viven como en el Primer Mundo. Pese a que la
CEPAL y “The Economist” felicitan al gobierno de José Mujica por sus
logros, la brecha entre los más ricos y los más pobres ha tomado
dimensiones escandalosas. El Uruguay está recorriendo el camino que ya
recorrieron Europa y los EEUU... algún día el Mujica deberá rendir
cuentas por su hipocresía de crearse una imagen de “presidente más
pobre del mundo” y favorecer la concetración de ingreso y de la
riqueza.
Doble moral
Más del 10% de
los montevideanos vive en asentamientos irregulares. Es una población
condenada por el sistema: las élites la identifican como amenaza a su
seguridad y le declararon una guerra preventiva. Su existencia pasa a
ser la justificación del gasto en las más modernas tecnologías de
vigilancia, control y represión. Por acuerdo entre ambos gobiernos, se
permitió la intervención de “asesores” de EEUU en la instrucción de los
policías y guardias carcelarios del Uruguay. Los “conocimientos” que
vienen del appartheid estadounidense se suman a las enseñanzas ya
impartidas por la policía israelí, experta en el “control” de la nación
palestina. No es de extrañar entonces que se haya vuelto sistemático el
abuso y la violencia policial contra los barrios de la periferia, ni
que se torture en las cárceles para adolescentes.
El modelo
productivo crea marginación y exclusión social que la policía se
encarga de controlar reprimiendo. El significado profundo del fenómeno
es el abandono de los mecanismos pacíficos para resolver conflictos
sociales y la opción por el ejercicio institucional de la violencia.
Los partidos políticos permanecen pasivos frente a los torturadores y
el “gatillo fácil”. De continuar en ese rumbo, más temprano que tarde,
se comenzarán a violar sistemáticamente los derechos humanos.
La actual violencia policial no está desligada de la impunidad que
disfrutan los criminales que cometieron delitos de lesa humanidad entre
1968 y 1985. En el Pacto del Club Naval (1984), que permitió el retorno
a la vida parlamentaria y electoral, los mandos militares exigieron no
ser castigados por sus delitos. La impunidad se volvió el programa
político del partido militar y embanderados con ella, transitan esta
“democracia” que se les impuso. La firmeza de sus reclamos doblegó la
voluntad de las élites e impuso las políticas de olvido y perdón que
determinan el clima ideológico actual. La Verdad y la Justicia
desaparecieron del debate electoral en la actual campaña; no preocupa a
ninguno de los cuatro partidos que compiten por escaños parlamentarios.
Dicho contexto ha provocado un retroceso en la investigación y condena
judicial de los culpables de delitos de lesa humanidad. Pese a los
recomendaciones internacionales de ser diligentes en las causas de
derechos humanos, el gobierno y el Poder Judicial parecen haberse
comprometido a encubrir los militares acusados de desapariciones
forzosas, asesinatos, violaciones y torturas. Esa impunidad crea un
clima subjetivo de doble moral que favorece el resurgimiento del abuso
y la violencia policial en los barrios, así como la tortura, vejámenes
y persecuciones a los adolescentes privados de su libertad. En esta
cuestión es donde la apostasía muestra sus facetas más pervertidas...
tal vez se pueda calificar como “debilidad humana” que Mujica,
Fernández Huidobro y otros ex-guerrilleros que los acompañan, abandonen
las filas de la lucha por el socialismo y se vuelvan operadores de las
grandes corporaciones transnacionales; tal vez hasta se pueda
comprender que sean indiferente a las condiciones de pobreza en que
viven más de la tercer parte de los uruguayos y hayan cruzado la
trinchera para firmar acuerdos militares con el Pentágono y tomar
whisky con los reyes del imperio como Obama, Soros y Rockefeller; pero
excede toda capacidad de compresión y despierta ganas de matarlos el
doblez ético y moral que los lleva a proteger los torturadores y
asesinos del terrorismo de estado, a los que mataron, desaparecieron,
violaron y torturaron a sus compañeras y compañeros, a los que ellos
mismos habían convocado a dar la vida por la emancipación social.
Abjuraron de sus principios, de sus sentimientos más profundos,
aquellos que se volvían lágrimas ante la noticia de la muerte del
hermano querido... Son apóstatas y, si logran sobrevivir a sus
consciencias, serán recordados por la historia como los Malinche del
siglo XXI. Imperdonables.
Campaña electoral
Los carros y caballos de los clasificadores de residuos ocupan el
centro de la ciudad y los montevideanos se enteran de que existe un
mundo desconocido allende los muros invisibles de la marginación. La
Suprema Corte de Justicia deja en libertad a los asesinos del maestro
Julio Castro, uno de los desaparecidos emblemáticos, y los uruguayos
cobran consciencia de que la hipocresía institucionalizada protege a
los criminales de lesa humanidad. Aparecen en la pantalla los niños y
las mujeres de una zona rural mostrando sus manchas en la piel agredida
por el glifosato o el agua potable se enturbia por la contaminación del
río, y los montevideanos se dan cuenta que el “agronegocio” es
agresión, enfermedad y muerte. Aunque los medios masivos reiteren hasta
el cansancio que ha bajado la pobreza y la indigencia, a los votantes
el sueldo no les alcanza para llegar a fin de mes y ven como hay gente
viviendo de la basura, limpiando parabrisas los semáforos y durmiendo
en la calle. La gente sabe que son un desastre los institutos de
enseñanza donde concurren sus hijos aunque Tabaré Vázquez repita que la
educación “va bien”. Los votantes tal vez ni se enteren de las críticas
que recibe el gobierno desde la “izquierda radical”, pero se
desalientan con la evidente contradicción entre las promesas soñadas y
los diez años de gobierno. Los hechos enseñan más que mil discursos o
artículos en las redes sociales. ...¿Por qué un gobierno que afirma
haber terminado con la pobreza, deja de ser apoyado con entusiasmo por
la militancia? ¿Cómo puede ser? El Frente Amplio triunfó ampliamente en
las elecciones nacionales del 2004, cuando el carismático Tabaré
Vázquez convocaba a hacer “temblar las raíces del neoliberalismo”. Diez
años más tarde puede verse que no temblaron las raíces ni nada; la
clave del fenómeno “desilusión” hay que buscarla en la ausencia del
terremoto prometido. Es la misma historia de Rodríguez Zapatero,
Hollande y la socialdemocracia europea. El mismo proceso de desencanto
que parece estar ocurriendo en Brasil.
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