Emir Sader
Desde
que, como una de sus primeras posturas internacionales, el gobierno de
Brasil –encargado, junto con Estados Unidos, de concluir las
negociaciones del ALCA– ha bloqueado el proyecto estadunidense de una
área de libre comercio, las posiciones de los dos países han comenzado
a distanciarse. Desde entonces, las diferencias sólo han aumentado.
Las decisiones recientes sobre el BRICS han cristalizado la
inserción de Brasil en un proyecto de creación de un mundo bipolar, que
es lo que más contradice y contraría a Washington. Barack Obama ha
tratado de minimizar las diferencias, pero ni siquiera el envío de Joe
Biden a Brasil ha logrado que Dilma Rousseff definiera una fecha para
la visita a Estados Unidos, suspendida frente a las denuncias de
espionaje por este país.
De repente Estados Unidos ve aparecer una candidata a presidenta
–que ya llegó a verse como favorita– que plantea, en el plano
internacional, todo lo que a Washington le gustaría. Bajar el perfil
del Mercosur y establecer acuerdos bilaterales –se supone que, antes de
todo, con Estados Unidos–, elogiar a la Alianza para el Pacífico,
criticar las decisiones del BRICS, así como subestimar el rol de Unasur
y del Consejo Sudamericano de Defensa, entre otros organismos
internacionales que hoy son pilares esenciales de la política exterior
brasileña.
No es simple imaginar las consecuencias de una eventual victoria de
Marina Silva, a partir de esas posiciones. Seria el más amplio avance
de Estados Unidos en mucho tiempo, después de su aislamiento cada vez
más grande en América Latina y en el sur del mundo. Eso es, en primer
lugar, lo que está en juego en las elecciones de Brasil y que las hace
tan importantes.
Pero
de forma complementaria y coherente, Marina Silva pretende darle vuelta
al modelo económico empezado con el gobierno Lula y continuado por
Dilma Rousseff. Ha anunciado su pretensión de darle independencia al
Banco Central, con el conocido argumento de que lo sacaría de las
influencias, como si las influencias del mercado y de los mismos bancos
privados fueran técnicas y no políticas.
A eso se suma un equipo netamente neoliberal, con un ministro de
Fernando Collor de Mello y de Cardoso, así como la heredera del Banco
Itaú, uno de los más grandes bancos privados de Brasil. Y el anuncio de
que bajaría el perfil del Presal, el gigantesco plan de exploración de
petróleo en aguas profundas que el gobierno actual lleva a cabo.
Lo que está en juego en Brasil en estas elecciones es si el país
sigue como aliado esencial de América Latina y del sur del mundo o si
vuelve a ser un satélite de Estados Unidos. Además está en juego
también saber si el modelo de crecimiento económico con distribución de
la renta sigue adelante o será sustituido por modelos de ajuste fiscal,
con retracción del Estado y centralidad del mercado.
En un país que ganó tanta proyección internacional desde el gobierno
de Lula, por la prioridad del combate al hambre y de los procesos de
integración regional e intercambio sur-sur, esos avances son los que
están en juego. Después de un lanzamiento espectacular de su
candidatura, Marina ve estancado su crecimiento y ha empezado a perder
votos: Dilma Rousseff ha vuelto a ser la favorita para ganar. Pero la
disputa está todavía abierta, así como quién gana y quién pierde en las
elecciones brasileñas.
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