Eric Nepomuceno
Desde
que la campaña electoral de este año se inició, oficialmente, a
mediados de junio y hasta el día 6 de septiembre, los partidos que
disputan plazas que van de diputado estatal a diputado nacional, de
senador a gobernador y, para completar, a presidente de la República,
han recaudado nada menos que 500 millones de dólares.
Vale repetir: eso, hasta el primer sábado de septiembre. No se sabe
cuánto habrá caído en los cofres de los partidos en las semanas
siguientes, y mucho menos cuánto recaudarán las dos candidaturas
presidenciales que pasen a segunda vuelta. No es absurdo suponer que
hasta el domingo 26 de octubre, cuando todo ese proceso termine, la
suma total alcance siderales 750 millones de dólares.
Las reglas para realizar donaciones electorales en Brasil son claras
y pasan por revisiones que buscan hacerlas más rigurosas en cada
elección. La expresión
asegurar transparenciaes repetida como un mantra. Al mismo tiempo, saben todos que, al margen de las donaciones que obedecen a todas las letras de la ley, llueven en los cofres de los partidos lo que se llama
caja dos, traducción local para dinero negro.
Es imposible calcular el monto de esas donaciones ilegales, pero
ningún analista consideraría absurdo pensar en por lo menos 25 por
ciento del total declarado de manera legal.
Esa es la fuente principal de la corrupción que alcanza, sin
excepción, a todos los partidos que tienen voz y participación activa
en el escenario político brasileño. Y no me refiero solamente al dinero negro:
también las donaciones legales responden, de forma clara, a asegurar
privilegios futuros. Basta con saber que de esos 500 millones de
dólares donados hasta la primera semana de septiembre, más de la mitad
tuvo origen en solamente 19 grupos empresariales. Se dona hoy para
cobrar mañana, y ese mecanismo perverso es considerado parte del juego
político.
El PT y la actual presidenta, Dilma Rousseff, reclaman una reforma
política que tendrá, por fuerza constitucional, que partir del Congreso
Nacional, prohibiendo donaciones privadas. Ocurre que ese mismo
congreso es integrado por diputados y senadores que, al fin y al cabo,
son los beneficiarios de las donaciones realizadas por aquellos grupos
económicos a los que beneficiarán después.
De acuerdo con la actual legislación electoral brasileña, las
empresas pueden donar hasta 2 por ciento de los ingresos declarados en
el año anterior. Las donaciones individuales tienen como tope 10 por
ciento de la renta declarada. Sin embargo, no hay límites absolutos, o
sea, grupos que ingresan miles de millones de dólares pueden hacer
donaciones siderales sin que eso signifique más que cosquillas en sus
contabilidades. Al fin y al cabo, más que donación se trata de una
inversión, cuyo retorno está asegurado por el grado de influencia que
esas empresas conquistan sobre los que son electos.
En
el balance parcial recién divulgado, el donador más generoso es de JBS
S.A., la mayor industria de carnes del mundo, una potencia planetaria
que se consolidó en las dos presidencias de Lula: alrededor de 55
millones de dólares llovieron en las cajas de al menos 168 candidatos a
diputado nacional, 197 postulantes a diputado estatal, 12 a gobernador,
13 a senador y los tres principales candidatos a la presidencia.
También los gigantescos grupos de la construcción, que suelen
conquistar obras públicas de valores multimillonarios, son de una
generosidad asombrosa a la hora de donar. Por razones nada ideológicas,
sus dineros suelen concentrarse en los candidatos oficialistas, pero la
oposición –por las dudas– también recibe su parte. Cuando surge algún
fenómeno de sorpresa, como es este año el caso de Marina Silva, los
recaudadores, en lugar de golpear puertas, no necesitan hacer otra cosa
que sentarse y esperar por las ofertas.
Hasta fines de agosto, las mayores constructoras brasileñas donaron
unos 34 millones de dólares a las campañas de los partidos y alianzas
de los tres principales candidatos: Dilma Rousseff, Aécio Neves y
Marina Silva.
Entre los donantes individuales, este año se observan curiosidades. Alexandre Grendene, dueño de Grendene, que la revista Forbes
dice que es el mayor fabricante mundial de chancletas, donó, hasta la
primera semana de septiembre, nada menos que medio millón de dólares al
Partido Comunista de Brasil. Bastante más coherente parece ser la
señora Maria ( Neca) Alice Setubal, una de las herederas del
Itaú, el mayor banco privado de Brasil. Ella donó unos 700 mil dólares
al partido de Marina Silva, de quien es una de las principales asesoras.
La banca en general suele tener brotes de generosidad en temporadas
electorales. Hasta fines de agosto, los pulpos del sector donaron unos
15 millones de dólares, la mayor parte destinada a los dos candidatos
de oposición.
Esa fiesta perpetúa un sistema plagado de vicios y es la matriz de
la parte sustancial de la corrupción irremediable que el país enfrenta.
Se dona hoy para cobrar mañana. Quien más dona: más sabrá cobrar.
Cada político electo contrae una deuda y la generosidad de los
donantes se transforma en apetito voraz a la hora de obtener los
resultados de su inversión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario