Immanuel Wallerstein
La Jornada
Los precandidatos demócrata y republicano a la presidencia de Estados
Unidos, Hillary Clinton y Donald Trump, en actos de campaña en
WashingtonFoto Afp y Ap
Estamos acostumbrados a
pensar la inestabilidad de los Estados cual si ésta se localizara
primordialmente en el sur global. Es en relación con estas regiones que
los expertos y los políticos en el norte global hablan de
Estados fallidosdonde ocurren
guerras civiles.
La vida es muy incierta para los habitantes de estas regiones. Hay un
desplazamiento masivo de sus poblaciones y esfuerzos por huir de estas
regiones hacia las zonas
más segurasdel mundo. Estas partes más seguras se supone que tienen más empleos y altos estándares de vida.
En particular, a Estados Unidos se le considera el objetivo
migratorio de un gran porcentaje de la población mundial. Alguna vez
esto fue cierto en gran medida. En el periodo que a grandes rasgos
transcurrió entre 1945 y 1970, Estados Unidos fue la potencia hegemónica
en el sistema-mundo y la vida para sus habitantes era, de hecho, mejor
en lo económico y social.
Y aunque no era que las fronteras estuvieran exactamente abiertas
para los migrantes, aquellos que pudieron llegar, de una u otra manera,
lograron estar contentos con lo que consideraban una buena fortuna. Y
otros, procedentes de los países de origen de los migrantes exitosos,
siguieron intentando seguir sus huellas. En este periodo hubo muy poca
emigración procedente de Estados Unidos –salvo, temporalmente, por
asumir algún empleo muy bien pagado, como mercenarios económicos,
políticos o militares.
La época dorada del sistema-mundo comenzó a deshacerse cerca de 1970 y
se ha seguido desmadejando desde entonces de modo creciente. ¿Cuáles
son los signos de todo esto? Hay muchos. Algunos de ellos al interior
del mismo Estados Unidos, y algunos otros en las cambiantes actitudes
del resto del mundo hacia este país.
En Estados Unidos estamos atravesando una campaña presidencial que
casi todos califican de inusual y transformadora. Hay grandes números de
votantes que se han estado movilizando contra el establishment,
muchos de ellos entrando por primera vez en el proceso de votación. En
el proceso republicano, Donald J. Trump ha construido su búsqueda de la
nominación montándose precisamente en la ola de un descontento así.
Alentando de hecho tal descontento. Y parece haberlo logrado, pese a
todos los esfuerzos de quienes se podría pensar que son los republicanos
tradicionales.
En el Partido Demócrata el relato es similar, pero no idéntico. Un
senador, previamente oscuro, Bernie Sanders, ha sido capaz de montarse
en el descontento verbalizado con una retórica más de izquierda y, para
junio de 2016, ha estado conduciendo una muy impresionante campaña
contra la candidatura de Hillary Clinton, postulación que alguna vez se
pensó que no era desafiable. Aunque parece que no obtendrá la
nominación, ha forzado a Clinton (y al Partido Demócrata) mucho más
hacia la izquierda de lo que parecía apenas hace unos cuantos meses. Y
Sanders logró esto sin nunca haberse presentado en una elección como
demócrata.
Pero, uno puede pensar, esto se va a calmar una vez que la elección
presidencial se decida y prevalezcan de nuevo los juicios políticos
centristas normales. Hay mucha gente que predice esto. Pero,
¿cuál entonces será la reacción de aquellos que expresaron vocalmente su
respaldo por sus candidatos precisamente por no proponer políticas
centristas normales? ¿Qué pasará si se desilusionan de sus campeones actuales?
Necesitamos mirar en otro de los cambios que ocurren en Estados Unidos. El New York Times publicó un artículo de primera plana el 23 de mayo acerca de la violencia con armas, a la que calificaba de
interminable pero nunca escuchada. El texto no abordaba los tiroteos masivos con armas que llamamos masacres, que están muy documentados y que consideramos aterradores.
En cambio, el artículo persigue los tiroteos que la policía tiende a llamar incidentes
y que nunca llegan a los periódicos. Describe uno de tales incidentes
en detalle y le llama “la instantánea de una fuente diferente de
violencia masiva –una que surge con regularidad anestésica y que resulta
casi invisible, excepto para los casi siempre negros, sean víctimas,
sobrevivientes o atacantes”. Y los números suben.
Conforme crecen estas muertes por violencia,
interminables y nunca escuchadas, ya no es tan descabellada la posibilidad de que vayan más allá de los confines de los guetos negros a las zonas no negras en las que habitan muchos de los desilusionados. Después de todo, los desilusionados tienen razón en una cosa: la vida en Estados Unidos ya no es lo que era. Trump ha utilizado como consigna el
de nuevo hacer grande a América. El
de nuevose refiere a la época dorada. Y Sanders también se refiere a una época dorada previa, donde los trabajos no se exportaban al sur global. Aun Clinton parece ahora mirar hacia atrás en busca de algo perdido.
Y no se trata de olvidar una forma más fiera de la violencia –la
propagada por un grupo de milicias contrarias al Estado, todavía un
grupo pequeño que se hace llamar Citizens for Constitutional Freedom
(CCF) o Ciudadanos por la Libertad Constitucional. Éstos son quienes han
estado desafiando al gobierno, porque les veta tierra para su ganado y,
de hecho, para que la usen. La gente de CCF dice que el gobierno no
tiene derechos en esto y está actuando inconstitucionalmente.
El problema es que tanto los gobiernos federal como local no están seguros de qué hacer. Negocian
por miedo a que afirmar su autoridad no sea muy popular. Pero cuando
las negociaciones fallan, el gobierno finalmente utiliza su fuerza. Esta
versión más extrema de la acción se va a esparcir pronto. No es
cuestión de moverse a la derecha, sino hacia una protesta más violenta,
una guerra civil.
Todo este tiempo Estados Unidos realmente ha ido perdiendo su
autoridad en el resto del mundo. De hecho, ya no es hegemónico. Quienes
protestan y sus candidatos han estado notando esto pero lo consideran
reversible, pero no lo es. Estados Unidos es ahora un socio global
considerado débil e inseguro.
Esta no es meramente la visión de los Estados que en el pasado se han
opuesto con fuerza a las políticas estadunidenses, como Rusia, China e
Irán. Esto es también cierto para los aliados presumiblemente cercanos,
como Israel, Arabia Saudita, Gran Bretaña y Canadá. A escala mundial, el
sentimiento de confiabilidad de Estados Unidos en el ámbito
geopolítico se movió de casi 100 por ciento durante la época dorada a
algo mucho, mucho menor. Y empeora a diario.
Y como se ha vuelto menos seguro vivir en Estados Unidos,
hay también un incremento estable en la emigración. No es que otras
partes del mundo sean seguras, sólo más seguras. No es que los
estándares de vida en otras partes sean tan altos, pero ahora han
aumentado en muchas partes del norte global.
Por supuesto no todos pueden emigrar. Hay una cuestión de costo y de
accesibilidad a otros países. Sin duda, el primer grupo que puede
incrementar su emigración es el de los sectores más privilegiados. Pero
esto, conforme comienza a notarse, hace crecer los enojos de las clases
medias más desilusionadas. Y al crecer, sus reacciones pueden
asumir un giro violento. Y este giro violento se retroalimentará en sí
mismo incrementando los enojos.
¿Nada puede acaso aliviar las actitudes acerca de la transformación
de Estados Unidos? Si dejáramos de intentar hacer grande a América de
nuevo y comenzáramos por hacer del mundo un mejor lugar para vivir,
podríamos ser parte de un movimiento en favor de un otro mundo.
Cambiar el mundo entero de hecho transformaría a Estados Unidos, pero
sólo si dejamos de pensar en una época dorada que no fue tan dorada para
casi nadie más en el planeta.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
No hay comentarios:
Publicar un comentario