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lunes, 10 de octubre de 2011

Wallerstein sentencia "el fin del capitalismo" y el inicio de la gran incertidumbre


Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme

Russia Today (4/10/11) entrevistó a Immanuel Wallerstein –sociólogo y seguidor de la escuela del historiador Fernand Braudel–, quien sentencia el fin del capitalismo como sistema, cuyo declive inició en la década de los 70 del siglo pasado y cuya lenta agonía tomará entre 20 y 40 años más: El capitalismo moderno alcanzó el fin de la cuerda. No puede sobrevivir como sistema. Se trata de una crisis estructural que toma un largo tiempo. No es una crisis de un año o de un momento corto, es un despliegue estructural mayor.

En la misma línea de pensamiento braudeliano de las transiciones entre los poderes hegemónicos –que aborda su asociado recientemente fallecido Giovanni Arrighi en su libro Caos y Gobernación en el Sistema Moderno Mundial (Minnesota Press; 1999)– Wallerstein considera que el mundo se encuentra en una fase de transición a otro sistema cuando la verdadera batalla política que se escenifica versa sobre el sistema que sustituirá al capitalismo.

Hace mucho Wallerstein había anticipado correctamente el fin del modelo neoliberal, pero nunca había atravesado nítidamente el Rubicón de sentenciar el fin del capitalismo como sistema.

¿Dónde queda, entonces, el axioma de que el capitalismo, por su carácter proteiforme, es capaz de adaptarse a todas las crisis y circunstancias?

Siempre sostuvimos contra vientos y mareas que esto no era un catarrito (Carstens dixit, anterior empleado del FMI, totalmente rebasado) ni una vulgar crisis coyuntural, sino que se trata de un cambio de paradigma que obliga a reflexionar sobre el inalienable valor transcendental del ser humano por encima de las peores con- tigencias adversas (guerras, mercados, especulación desenfrenada, financierismo, economicismo, mercantilismo, consumismo, hipermaterialismo, tecnología sin bioética, depredación ambiental, desinformación oligopólica, etcétera) lo cual ha puesto en evidencia la crisis de la civilización occidental y sus valores espirituales, que sucumbieron metafóricamente a su nihilista tripleta literaria: El mercader de Venecia (Shakespeare), El jugador (Dostoievski) y Fausto (Goethe).

Wallerstein anhela la sustitución del capitalismo por un mundo más relativamente democrático e igualitario que nunca (sic) ha existido en la historia del mundo, pero que es posible (sic). Otra opción: un sistema desigual, polarizante, explotador que no necesariamente tenga que ser capitalismo, pero pueden existir otras maneras mucho peores que el capitalismo.

Ya el portentoso historiador británico Eric Hobsbawm había anticipado el retorno pendular del marxismo como opción (ver Bajo la Lupa; 22/5/11).

Wallerstein recurre a la bifurcación del sistema para explicar el fin del capitalismo y el surgimiento de un nuevo sistema: sus raíces se encuentran en la imposibilidad de continuar el principio básico del capitalismo que es la acumulación del capital y que ha funcionado de alguna forma maravillosamente (sic) durante 500 años. Ha sido un sistema extremadamente exitoso (sic), pero que se ha deshecho a sí mismo como sucede con otros sistemas. ¡Aquí le va a llover a Wallerstein!

Cuando se alcanza la bifurcación es que en “algún punto, la cosa (sic) se cae y entramos a una situación nueva y relativamente estable –se acaba la crisis y nos encontramos en un nuevo sistema”.

Alerta que la transición aparentemente paralizada entre la muerte del capitalismo y el nacimiento de un nuevo sistema comporta peligros considerables puesto que coloca en evidencia a un sistema que se desploma con la ausencia de una perspectiva de sustitución, aún a corto plazo.

A mi juicio, esta situación es patéticamente palmaria en geopolítica: los multipolares BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), pese a su enorme potencialidad y su poder geoeconómico presente, ya no se diga su disuasión nuclear, se han visto disfuncionalmente impotentes a sustituir el caduco orden unipolar de EU que sigue propagando imperturbablemente su caos financierista.

Wallerstein recurre a la historicización (sic) de la dualidad del pensamiento griego entre determinismo y libre albedrío.

Cuando el sistema es relativamente estable, está relativamente determinado como sistema en el que existe un relativamente limitado libre juego. Pero cuando el sistema es inestable y entra en crisis estructural, irrumpe el libre albedrío y los actos individuales importan realmente de una manera que no lo habían sido en 500 años (¡supersic!), lo cual es extremadamente peligroso ya que todo (sic) es relativamente impredecible a corto plazo, lo cual desemboca en la parálisis, patente en la economía cuando los inversionistas han cesado de reinvertir sus excedentes monetarios.

A mi juicio, la economía, devorada por los monstruos financieristas, se ha paralizado porque desembocó en una aporía –irresoluble paradoja de impasse mental–, para no decir que sucumbió a la demencia absoluta cuando la bancocracia europea (en realidad, el financierismo transatlántico) exige a los griegos modernos optar por el suicidio físico para ser salvados financieramente.

Los griegos modernos, candidatos a la distanasia (la peor de las muertes: término que usaba en las clases que impartía de bioética, materia que importé de Estados Unidos a México y que vulgares plagiarios pretenden expropiar), representan simbólicamente a 99 por ciento de la humanidad que desea exterminar el uno por ciento de la plutocracia global, como ha sido exquisitamente disecado por los indignados de Wall Street sumados a la corriente de liberación ciudadana global.

¿Qué advendrá de la bifurcación al metacapitalismo en caso de una tercera guerra mundial que reclaman insistentemente los circuitos financieristas transatlánticos?

¿La bifurcación de Wallerstein es impermeable al resultado de una conflagración militar global?

La viabilidad del espectro de las opciones que expone darán mucho para discutir creativamente y no faltan quienes, como De Defensa (5/10/11), centro de pensamiento estratégico europeo, se desmarquen rigurosamente de su reduccionismo economicista unidimensional (y eventualmente social). De Defensa fustiga la ausencia del campo cultural y metahistórico y, sobre todo, del campo esencial de la sicología.

A la bifurcación metacapitalista de IW quizá le haya faltado el abordaje transdiciplinario mas holístico de la atractiva teoría general de los sistemas, de Ludwig von Bertalanffy, que destaca la autorregulación de los seres vivientes de la creación, más allá de los tecnologismos robóticos.

Pero no es tan grave: en una coyuntura de sequía de pensamiento, desde la política hasta la filosofía, debido a la descerebración a la que incurrió deliberadamente la desregulada globalización financierista, urge rescatar a los pocos pensadores que sobrevivieron el naufragio mental del infectado intelecto occidental excesivamente bursatilizado, mucho peor en sus alcances culturales que el doble cataclismo del financierismo y el economicismo.

La tesis metacapitalista de Wallerstein es muy valiosa, no por su liturgia a las reiterativas exequias del capitalismo, sino porque obliga a debatir el inminente sistema de gobernación global y local que forzosamente será humanista, o no será.

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