José Cueli
Apareció el cochinero de nuestra política. Es la nota estelar de este jueves en los periódicos nacionales y en las redes sociales. Al mismo tiempo que la nominación de Biden y la luz brillante de Kamala abrieron una esperanza al mundo de los marginales al ser nominados por el Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos.
Esperanza que asocio con el famoso don Quijote y que consiste en la sustancia de las cosas que esperan. Espera que consiste en aceptar lo que se siente que se tiene. Revestir la vida de espíritu; de ser espíritus espoleados por el anhelo de nuestra categórica intuición creadora.
“El ser existe y es fluir del tiempo. Y, es más, sólo el ser existe…” La difuminación del ser y su apariencia como lo planteó Heráclito, colocado muy cerca del pensamiento de Cervantes y de Freud. Ellos, a contracorriente, ponen el acento en sentido contrario a la unidad, la centralidad, la fijeza y la sistematización. Descubrieron que todo se mueve, se torna sola, se disgrega, desaparece y vuelve a aparecer.
Heráclito, con la misma vigencia y actualidad que el Quijote y el pensamiento freudiano, descubre la falta de fijeza de las cosas y se queda prendido y prendado de esa incesante transformación en lo que se dora que hace que cada momento, en cuanto realidad, sea un inquietante fluir inasible, encontrando la manera plástica de renunciarlo con la famosa imagen del hombre que no se baña dos veces en el mismo río, porque el río ya no es el mismo, las aguas ya no son las mismas; han dejado de ser lo que eran, no volverán a serlo jamás.
Somos y no somos, estamos y no estamos. Por tanto, nada nace, ni nada muere, todo se transforma. Y es que la variedad perpetúa las cosas, el centelleo de su inalcanzable mutación pudiera engendrar la constitución natural del ser. Por tanto, el ser sería variedad, flujo y reflujo de un movimiento constante.
Es así como al Quijote todo se le fue desmadejando brumosamente hasta darle la impresión de que nada era nada, de que todo era una ilusión, un delirio.
El Quijote confunde lo aparente con lo real, lo fenoménico con la sustancia y, de esta confusión de sentimientos, habría de registrarse un desencanto brusco y progresivo. Sus ideales se desvanecieron en un delirio como un sueño confundido con la vida. Resultado del grado de fijeza en que, peregrino por los campos, se quedó inmóvil, y al andar, sutilmente, se percata de que entró al tiempo (tiempo puro, temporalización freudiana, recurso de la temporalidad discontinua, pensamiento de la diferencia), porque el andar no es otra cosa que tiempo. Lo impalpable, lo misterioso, el ser, eso que se nos escapa siempre, se nos va de las manos, y como apresar eso que falta, eso que no se ve, eso que fluye, denso e inasible que no es otra cosa que la firme existencia invisible del ser que lo puso en contacto con una realidad indefinible que resume lo que buscaba la faz invulnerable de la vida, su palpitante acecho.
No será que el Quijote habla de este ser que es a fuerza de ser; lo oculto. Y se manifiesta no a través de lo oculto, sino de lo visible.
(Cueli J. Entre el delirio y el sueño, La Jornada, México.)
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