Rosa Miriam Elizalde
Mercedes Barcha murió el
15 de agosto en la Ciudad de México, a los 87 años. La pandemia no ha
permitido la despedida que merecía y los obituarios se parecen demasiado
entre sí. Son registros de lo visible: la viuda de Gabriel García
Márquez; la administradora eficiente; la esposa, la madre y la abuela;
la reina
serena y severaque hacía honor a sus ancestros egipcios; la que llevó a una casa de empeño sus electrodomésticos para pagar el envío por correo del original de Cien años de soledad.
No es suficiente. Al menos no para quienes la conocieron en La
Habana, donde el matrimonio vivió intermitentemente durante medio siglo.
Mercedes, la Gaba, el primer y último amor del Nobel
colombiano, era más que un puntal a la sombra del hombre con el que se
casó en Barranquilla. Fidel Castro la llamó
mi mejor amiga, cosa que jamás le dijo a Gabo, aunque reconoció que el afecto por el matrimonio
fue fruto de una relación cultivada durante muchos años en que el número de conversaciones, siempre para mí amenas, sumaron centenares.
Si se rastrea en las múltiples entrevistas que concedió García
Márquez, cada vez que habla de su amistad con Fidel Castro o de Cuba,
menciona a su mujer. En 1996, cuando conversa con la cineasta
estadunidense Estela Bravo para el documental Fidel: La historia no contada, el Nobel colombiano dice que
Fidel se fía de Mercedes aún más que de mí, y recuerda que al líder de la revolución le gustaba que lo trataran con naturalidad, sin circunloquios, y en eso no había quien igualara a su mujer.
“Una vez –cuenta García Márquez– Fidel se metió en la cocina de
Mercedes y le trataba de corregir lo que estaba haciendo (no cortes la
cebolla así, no hagas tal cosa...) Ella lo miró y le dijo: ‘Mire, Fidel,
usted mandará en su isla, pero yo mando en mi cocina’”. El líder cubano
reaccionó con un
tiene toda la razón.
En Cuba, los tres compartían una clave secreta. Si estaba la luz
encendida en la casa del Reparto Siboney, en La Habana, donde vivieron los Gabo,
significaba que la familia estaba levantada y Fidel, de hábitos
noctámbulos, podía llegar y terminar la velada. Lo hizo muchas veces.
“Hablar con García Márquez y Mercedes siempre que venían a Cuba –y era
más de una vez al año– se convertía en una receta contra las fuertes
tensiones en que, de forma inconsciente, pero constante, vivía un
dirigente revolucionario cubano”, escribió Fidel el 9 de julio de 2008,
para referir un encuentro con el matrimonio. Era el primer almuerzo
social que convocaba el ex mandatario, después de dos años de reclusión
por la grave enfermedad que lo llevó a renunciar a sus cargos oficiales.
En esa nota llamó a Mercedes
campeona olímpica de los datos, porque sólo ella lograba recordar con exactitud hechos que marcaron la especial relación de esta tríada. La complicidad entre los Gabo y Fidel estuvo mediada a lo largo de décadas por la literatura, los consejos para usar guayabera, los conflictos regionales y hasta un par de cartas secretas a Bill Clinton, además de crear en Cuba la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, de la cual García Márquez fue su presidente.
Con la fundación nació la Escuela Internacional de Cine y Televisión
(EICTV), de San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de La Habana.
García Márquez impartió allí sus memorables talleres de guion que
llevaban el nombre de
Cómo se cuenta un cuento. Los cubanos que acompañaron estas aventuras y han dejado múltiples testimonios al respecto, recuerdan a Mercedes como la mujer práctica que aterrizaba los sueños desmesurados de García Márquez, tan aguda como su compañero y un poco más implacable cuando colocaba en la mira de su ironía a quienes intentaban descalificar a su marido por sus trabajos y sus afectos en la isla.
Gabo era casi todo el tiempo el gran conversador y Mercedes
la más silenciosa, pero juntos acopiaban una fuerza singular, la que
sólo puede conferir una vida en común cargada de sentido y de
complicidades, como esta
relación descarada y terca con Cuba.
La revista Casa de las Américas, en el vigésimo aniversario
de la revolución cubana, hizo una encuesta entre varios escritores sobre
el significado de ese acontecimiento. Para García Márquez fue como
preguntarle por un idilio, es decir por Mercedes:
Sólo los bobos se atreven a explicar el amor, respondió.
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