En
la tradición educativa de las escuelas y colegios de América Latina se
ha privilegiado el esquema de la historia universal, que la divide en
prehistoria y las edades antigua, media, moderna y contemporánea. Se
trata de un esquema con visión europocéntrica y, por tanto, en la región
se conocen más procesos y acontecimientos de Europa, algo de los EEUU,
bastante poco de la misma América Latina y prácticamente nada de África o
del Asia, exceptuando referencias generales como, por ejemplo, destacar
a las milenarias culturas del Oriente en el capítulo que corresponde a
la Edad Antigua. Los estudios sobre estas regiones quedan para los
ámbitos universitarios o la dedicación particular. En consecuencia, no
es raro que se desconozca sobre China, a pesar de su presencia en la
geopolítica mundial y de su creciente incursión en la vida económica de
los países latinoamericanos.
La visión sobre la presencia
china también tiene singulares expresiones. Durante el siglo XIX
republicano, en diversos países latinoamericanos se prohibía el ingreso
de los “chinos”. En Ecuador esa prohibición incluso se mantuvo a pesar
de la Revolución Liberal (1895). En Perú, la inmigración de orientales,
todos identificados genéricamente como “chinos” (los “coolies”), sirvió
para la superexplotación de su trabajo. Solo con el avance del siglo XX
fueron aceptados, aunque hubo sobre ellos recelos y exclusiones, pues se
los identificaba con el consumo del opio, los bajos negocios, la
delincuencia y hasta el “comunismo”. Los barrios chinos en algunas
ciudades crecieron por el marginamiento. Naturalmente, todo ello se
debió a estereotipos generalizados y carentes de fundamento.
Pero
la historia de China es compleja. Ciertamente podría remitirse a su
“prehistoria”, pasar por la época de las dinastías y seguir al fabuloso
imperio; la vinculación a la “historia mundial” ocurre en el siglo XVI,
con la incursión de los portugueses. Durante el siglo XIX se producen
las guerras de los clanes y grandes rebeliones populares; además están
las “guerras del opio” con los británicos o la que se tuvo con Japón. La
República de China recién se estableció en 1912, aunque los esfuerzos
para la unificación del país todavía duraron algún tiempo. En 1927
estalló la guerra civil y el Kuomintang (Partido Nacionalista) pasó a
combatir al “comunismo”; sin embargo, unificaron fuerzas para enfrentar
la invasión del Japón, que provocó 20 millones de muertos entre la
población china, una masacre comparable a la que sufrió la URSS durante
la II Guerra Mundial (1939-1945), al enfrentar a las potencias del Eje.
Derrotado el Japón, la guerra civil interna se reanudó y en 1949 los
comunistas triunfaron y la China se dividió en dos: la República China
en la isla de Taiwan, bajo el gobierno del nacionalista Chiang Kai-shek y
la República Popular China (RPCh) en el continente, bajo el gobierno de
Mao Zedong.
El conflicto ideológico-político entre la
URSS y la RPCh estalló en la década de 1960 y arrastró a los partidos
comunistas. En Ecuador, junto al PCE, fundado en 1931, apareció el
Partido Comunista Marxista Leninista (PCML, 1964) de orientación
maoísta, cuyo activismo se expandió por las universidades públicas, en
las que lograron imponer su presencia, incluso acudiendo a métodos de
agresión e intimidación. De otra parte, debido a la guerra fría, largo
tiempo se mantuvieron relaciones diplomáticas con la China nacionalista,
pues recién en 1971 la RPCh fue reconocida como representante única en
las Naciones Unidas y en 1972 el presidente norteamericano Richard Nixon
y el presidente Mao Zedong sellaron sus propias relaciones. Ecuador
estableció relaciones diplomáticas con la RPCh en 1980, con el
presidente Jaime Roldós (1979-1981). Era la época en la que China
manejaba la teoría de los cuatro mundos: el del imperialismo, encabezado
por los EEUU; el del “socialimperialismo soviético” de la URSS, que se
tuvo como el “enemigo principal”; el socialismo y el “Tercer Mundo”, con
el que la China de Mao se identificaba.
A pesar de estos
avances, China era visualizada desde América Latina como un país
“comunista” lejano y desconocido, excepto por algún episodio de
significación, como la “revolución cultural” de los años sesenta. Sin
duda, era vista como una potencia en crecimiento, que disputaba
influencia mundial con la URSS. Pero, además, después de la muerte de
Mao Zedong (1976), la RPCh ha marcado un camino de clara expansión, que
ha acompañado a sus distintos momentos de crecimiento y de políticas de
Estado, ajustadas a las nuevas realidades del mismo país. Esa evolución
histórica reciente de la RPCh es poco conocida e investigada. Hay
confusión en apreciar las estructuras internas y por ello incluso entre
académicos se habla de “capitalismo de Estado”, de “imperialismo chino”,
de “socialismo chino” y hasta de “socialismo de mercado”. Son pocos los
expertos latinoamericanos en el tema y he quedado bien impresionado de
trabajos como el que ha emprendido el profesor brasileño Elías Jabbour,
un profundo conocedor del tema, quien en su último libro China: Socialismo e Desenvolvimento. Sete décadas depois (2019)
precisamente debate el uso de aquellos términos, a fin de poder
entender las lógicas del desarrollo de la economía china hacia un
socialismo en proceso de construcción permanente, bajo la guía del
marxismo y del Partido Comunista Chino.
El primer interés
de la expansión china se concentró en el intercambio comercial. Brasil
es el país latinoamericano que alcanzó mayores niveles de mercado frente
a los otros países de la región. En ese marco, varios presidentes
ecuatorianos visitaron China en distintos momentos. Después siguieron
las inversiones chinas directas y también los créditos. De hecho, la
primera reunión ministerial del Foro China-Celac se produjo en 2015, en
Beijing. En Ecuador las relaciones se fortalecieron durante el gobierno
del presidente Rafael Correa (2007-2017), cuando crecieron las
inversiones chinas en infraestructuras y también los créditos. Además,
fueron suscritas tanto la Declaración para el Establecimiento de la
Asociación Estratégica (2015), como la de Asociación Estratégica
Integral (2016). En la vida cotidiana creció otro fenómeno: la
proliferación de pequeños y medianos negocios “chinos”, entre los que
algunos mantienen puertas abiertas las 24 horas y los 7 días de la
semana. Y, además, la expansión de productos “made in China”, de calidad
diversa, pero normalmente muy baratos.
Esos acuerdos y la
misma relación con China fueron cuestionados por sectores de la derecha
económica y política, que incluso argumentaron sobre la “entrega” del
país a China. Bajo el ambiente de la “descorreización”, también desde el
gobierno de Lenín Moreno se han cuestionado las obras chinas con
“sobreprecios” o “mal construidas”, así como la “escandalosa” deuda
externa con China.
Desde luego, se trata de palabrería
propia de la confrontación política nacional, porque el mismo gobierno
de Moreno ha continuado las relaciones económicas con la potencia
asiática.
Indudablemente, los intereses de la RPCh están
en juego dentro de la geoestrategia mundial de las grandes potencias y
particularmente se enfrentan hoy con los EEUU. La crisis de la pandemia
mundial por el coronavirus también ha pasado a ser otro componente para
la “guerra económica” contra China. Bajo ese telón de fondo, América
Latina encuentra en China no solo las posibilidades para debilitar la
tradicional dependencia con los EEUU, sino la oportunidad para promover
la economía bajo otro tipo de demandas. El problema que enfrenta es la
inexistencia de políticas económicas comunes, pues la hegemonía de
gobiernos neoliberales y empresariales impide la adopción de
instrumentos de integración regional, basados en la definición de
estrategias propias, para un mundo que ha pasado a ser multipolar.
Ecuador, lunes 24 de agosto de 2020
Especial para Informe Fracto, México - https://bit.ly/3aTvd26
Historia y Presente - blog
https://www.alainet.org/es/articulo/208607
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