Brasil entró en su peor crisis
desde el momento en que la derecha rompió con la democracia y luego
impidió que Luiz Inácio Lula da Silva fuera elegido presidente de Brasil
en la primera vuelta, como indicaban las encuestas. El país habría
recuperado su economía, retomado las políticas sociales que reducen las
desigualdades, estaría enfrentando la pandemia en mucho mejores
condiciones, morirían mucho menos brasileños, todos sufrirían menos.
Brasil vive el peor momento de su historia, una cruel combinación de
crisis económica, política, social y de salud pública, en las peores
condiciones. Sin un gobierno legítimo, elegido democráticamente por el
pueblo –como sucedió durante los gobiernos del PT, el momento más
virtuoso de la historia brasileña, que el pueblo eligió continuar,
democráticamente, por su voto, cuatro veces seguidas–, sin tener un
estado democrático y fuerte, sin tener un sistema de salud como primera
prioridad nacional para enfrentar la pandemia.
Es como si el equipo nacional de Brasil estuviera perdiendo el partido más importante de su vida, con Pelé
en el banquillo, sin contar con lo mejor que tiene el país. Lula dejó
la presidencia con un 87 por ciento de apoyo, el mayor que haya tenido
un presidente, a pesar de que tenía más de 80 por ciento de referencias
mediáticas en su contra, habiendo hecho el mejor gobierno que ha tenido
el país.
Porque Lula gobernaba para todos, privilegiando a los más
necesitados. Por eso fue reconocido por todos, con este apoyo sin
precedentes a un presidente. Como Lula se ocupó de la gente, dedicó la
mayor parte de sus energías a servir a los más frágiles, a los más
necesitados. Porque Lula empezó a representar a Brasil de la mejor
manera en el mundo, proyectó al país como el más grande prestigio en
todo el mundo. Porque Lula escuchó a todos, organizó un gobierno que
respondió a lo que necesitaba Brasil, recuperó la imagen del país, el
Estado, el gobierno. Habló con todos, oyó a todos.
Porque Lula reunió al equipo que mejor atendía a las necesidades del
país, en todos los planes, para poder hacer crecer nuevamente la
economía, con políticas sociales para atender a los más necesitados. En
la economía, en la educación, en la salud, en la cultura, en las
relaciones exteriores, el país se había recuperado de la recesión más
prolongada y profunda, con inclusión social.
Porque Lula hablaba y escuchaba como nadie. No sólo hizo el mejor
gobierno, sino que también trató de ayudar a la gente a ser consciente
de sus derechos, de cómo el abastecimiento de sus necesidades es
responsabilidad del gobierno. A todos les enseñó que gobernar es cuidar a
la población, y
no dejar a nadie abandonado, es incluir a todos, es luchar contra las desigualdades, como la marra negativa que tiene Brasil.
Lula podría haber sido elegido democráticamente en 2018, sería
presidente de Brasil hoy y todos pueden imaginarse cómo sería el pais
con él en la presidencia. Una colusión entre las grandes empresas, los
medios de comunicación, el Poder Judicial, cometió el brutal crimen
contra la democracia y contra Brasil –por el cual se paga un precio muy
alto– para evitar que el presidente del país hoy sea Lula.
Muchos sectores se están dando cuenta de esto. Su mejor forma de
corregir el grave crimen que cometieron contra Brasil, contra la
democracia y contra el pueblo brasileño, es permitir que Lula recupere
plenamente sus derechos políticos, sea el candidato de la democracia
para recuperar al país de su peor crisis y apoyarlo en las elecciones y
en el gobierno.
La magnitud de la crisis que vive Brasil sólo se puede afrontar con
lo mejor que tiene el país. Tener en salud pública a las mejores
personas que se tienen, el mejor personal en salud pública. Tener en
educación el mejor personal que ya ha demostrado que puede democratizar y
expandir la educación pública brasileña.
Brasil no puede darse el lujo de tener el mejor presidente que el
país ha tenido, para salvar a la nación de la crisis, para salvar la
democracia, para salvar al pueblo de la miseria, para salvar la vida de
los brasileños. Sólo Lula puede salvar al país de su peor crisis. La
nación tendría que tenerlo nuevamente como presidente, para dirigir una
inmensa movilización que pueda salvar a Brasil.
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