Katu Arkonada*
Definitivas, inamovibles e impostergables.
Así define el Tribunal Supremo Electoral de Bolivia el carácter de las
elecciones generales que tendrán lugar en dos meses, el 18 de octubre.
Todo ello en una nación convulsionada por los bloqueos motivados por
la postergación, por tercera vez, de los comicios, y donde los sectores
populares, que pasaron por un momento de reorganización tras las
derrotas militares de Senkata y Sacaba, han recuperado la iniciativa y
la radicalidad que caracteriza a un pueblo –muchos pueblos en realidad–
guerrero como Bolivia.
Además, la decisión del tribunal se produce en un momento político
donde el MAS de Evo Morales estaba girando al centro, planteando la no
movilización, para que la gente de las ciudades no se asuste. Han sido
las bases y los sectores a la izquierda del MAS, desde la Central Obrera
Boliviana (COB) hasta Felipe Quispe El Mallku, quienes han tomado la iniciativa exigiendo la renuncia de la golpista Jeanine Áñez.
Los bloqueos que se han realizado durante los días recientes en
Bolivia han sido los más masivos desde que en 1985 se implementó el
modelo neoliberal en el país: más de 140 puntos de bloqueo en la nación
que han rebasado la capacidad operativa de las fuerzas de seguridad,
ejercito y policía. El apoyo que los golpistas tuvieron en octubre, las
famosas pititas (grupos ciudadanos que validaron a los
golpistas), ya no existe, se ha ido desintegrando. Sólo algunos grupos
motorizados en Cochabamba y la fascista Unión Juvenil Cruceña se han
quedado respaldando al gobierno ilegítimo de Jeanine Áñez. En 2000, la
resistencia al neoliberalismo se concentró en Cochabamba; en 2003, en
algunas regiones andinas, y en 2005, en El Alto, pero hacía décadas que
la resistencia territorial no abarcaba a todo el país (quizá con la
excepción del departamento amazónico de Beni).
En cualquier caso, la decisión del Tribunal Supremo Electoral de que
el 18 de octubre sea la fecha de unas elecciones definitivas,
inamovibles e impostergables, parece que tiene muchos visos de
convertirse en realidad, a pesar de no ser fruto de un acuerdo previo, y
los bloqueos han sido levantados, aunque la COB ha anunciado un cuarto
intermedio al conflicto a escala nacional hasta el 18 de octubre.
Pero más allá del antagonismo expresado en lo territorial, la
decisión de la fecha de las elecciones y el protagonismo de sectores y
grupos que hasta ahora no habían tenido tal, hay que analizar cómo
quedan los dos principales actores políticos hoy día en Bolivia, los
golpistas y el MAS.
Por un lado, el gobierno de Áñez queda denostado. Los golpistas dicen
que están pacificando la nación, pero la verdad es que no tienen
interlocución política y después de los comicios su futuro está en el
basurero de la historia (y esperemos que en los juzgados). Saben que no
pueden ganar y la única duda es si Áñez se bajará de la candidatura
presidencial, para concentrar el voto de la derecha, o va a mantenerla,
dividiendo el sufragio.
Pero el MAS no sale tan bien parado de este conflicto. Buenos Aires
está muy lejos de Bolivia, en términos políticos y simbólicos al menos, y
los sectores de la burocracia del MAS han quedado rebasados por las
bases y otros sectores. Se puede decir que lo que está pasando es a
pesar del MAS y no gracias a él. Es posible que no se hayan perdido
muchos votos de la clase media urbana en estos días por haber mantenido
la centralidad, pero el descontento en las bases es grande.
¿Qué va a pasar a partir de ahora? Es difícil predecirlo, pero es
necesario recordar que en octubre de 2019 el MAS le sacó a Carlos Mesa
11 puntos de ventaja. Meses de golpismo después, de desgaste político
para Evo Morales y sin la fuerza del aparato de Estado en su favor, es
difícil pensar que la diferencia pudiera ser mayor. La lógica invita a
pensar que si Áñez no es candidata, o queda tan desacreditada en las
próximas semanas que su intención de voto se convierte en residual, la
distancia entre Luis Arce, candidato de Evo, y Mesa, sería de menos de
10 puntos porcentuales. Y si el MAS no supera 40 por ciento de los votos
y 10 puntos de diferencia, se irá a segunda vuelta. Y si se va a
segunda vuelta...
De hecho, el timorato de Carlos Mesa lo tiene todo a su favor para
navegar una tercera vía, un carril central: ni golpistas ni masistas.
Aunque en octubre de 2019 recibió muchos votos prestados de la derecha
cruceña y pese a que a todas las candidaturas les interesa obtener el
mejor resultado posible, pues son también elecciones parlamentarias, y
de eso depende la cantidad de diputados y diputadas que tengan en los
próximos cinco años; es muy difícil pensar que el MAS pudiera obtener
alrededor de 45 por ciento de los votos y más de 10 puntos de
diferencia, como 12 meses atrás.
Pase lo que pase, pero sobre todo si se produce una derrota, el MAS
debe enfrentar un proceso de reflexión y autocrítica para no repetir los
errores cometidos en los tiempos recientes, tanto en el gobierno como
en el exilio. Un proceso de renovación de dirigentes más allá de las
burocracias. Un momento de radicalidad étnica para volver a ganar
políticamente.
* Texto construido a partir del diálogo, aunque también de la
discusión, con Raúl García Linera, amigo y compañero refugiado en
Argentina.
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