La partida de Eusebio Leal
deja una enorme pérdida para la cultura y la revolución cubanas. Hombre
de corazón noble, abierto a lo diferente, capaz de apreciar los matices y
el valor de la unidad en la diversidad, con cualidades creativas
verdaderamente excepcionales, no dio tregua a los enemigos de Cuba. Fue
un combatiente decisivo en la defensa, no sólo del patrimonio cultural
tangible de La Habana y de todo el país, sino de la identidad nacional.
Íntimo conocedor del pensamiento de Martí y de Fidel, supo extraer de
ellos el método para volcar las más valiosas esencias de la historia
nacional y latinocaribeña en los nuevos valores e ideas que hoy
sustentan la construcción cubana del socialismo.
Activo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, todavía
resuenan en los oídos de muchos cubanos y cubanas la apasionada defensa
de la ley de los símbolos patrios que hizo ante ella. De esos raros
hombres de elaborado pensamiento y gran capacidad de acción, unidos a
una extraordinaria sensibilidad ante el dolor del prójimo, Eusebio nació
en un hogar muy humilde del proletario municipio de Centro Habana. De
niño sufrió severas privaciones materiales. Años después recordaría,
todavía con dolor, cómo esperaba con añoranza unos soldaditos de plomo
los días de Reyes que su querida madre no podía proporcionarle. En medio
de aquellas estrecheces tampoco consiguió terminar la educación básica.
De modo que sólo a fuerza de un gran sacrificio personal y gracias la
revolución pudo ingresar a los nuevos cursos nocturnos para trabajadores
de la Universidad de La Habana, donde más tarde concluiría estudios
doctorales en ciencias históricas. Trabajador incansable, ya en esa
época había transitado de recaudador de impuestos del gobierno de la
ciudad a defensor ardoroso del patrimonio cultural y discípulo del
venerable historiador Emilio Roig de Leuchsenring, director de la
Oficina del Historiador de La Habana. El sería el sustituto de Roig en
esa responsabilidad y con su desbordante imaginación y, a veces, sus
propias manos, restauró el Palacio de los Capitanes Generales, para
convertirlo en Museo de la Ciudad en 1968. Una tarde de 1971 tuve el
privilegio enorme de que me diera un recorrido por las salas del museo,
donde pude apreciar sus concepciones sobre la identidad como fenómeno
dialéctico, cuyo corazón, en aquellas instalaciones, lo formaban los
espacios dedicados a las luchas independentistas contra el colonialismo
español pero también los simbólicos restos del águila imperialista
derribados del monumento a las víctimas del acorazado Maine, cuya
explosión y hundimiento en el puerto de La Habana fueron tomadas como
pretexto por el gobierno de Estados Unidos para su intervención militar
en Cuba de 1898. A partir de ahí nos unió la amistad y la fecunda
cooperación entre el museo y la revista Bohemia, que yo dirigía.
De aquel museo fue irradiando una febril actividad para crear
conciencia sobre los valores arquitectónicos de la capital, pero también
sobre los hechos y figuras imprescindibles de la historia patria:
Varela, Martí, Maceo, Céspedes. Es la época en que conduce el magnífico
programa Andar La Habana, de las conferencias multitudinarias
en el Anfiteatro de La Habana. En 1981 Eusebio recibe de Fidel la
encomienda del rescate del centro histórico de La Habana. Muy pronto
comienzan los trabajos de restauración de las Plazas de Armas, de la
Catedral y de la Plaza Vieja, así como de calles de gran valor histórico
como San Ignacio, Mercaderes y Obrapía y el Convento de San Francisco.
En la actualidad deben añadirse el Teatro Martí y el gigantesco rescate
del Capitolio Nacional. En 1982 el centro histórico y el sistema de
fortificaciones son inscriptos por la Unesco en el registro del
Patrimonio Mundial. Restaurar todo este magno conjunto arquitectónico
será tarea de Eusebio hasta el día de su muerte, obra en la que dejó un
avance muy notable y formó un conjunto de cuadros técnicos capacitados y
compenetrados con sus concepciones y estilo de trabajo. También miles
de obreros calificados en oficios antes perdidos. Realizó en la zona una
labor social de gran envergadura pues para él la restauración no era
sólo de las piedras, sino de las almas. Instaura ahí valiosos programas
para proteger a las personas de la tercera edad, a los niños con
discapacidad, a las mujeres embarazadas, para dotar de vivienda digna
–un gran reto me dijo en una ocasión– a los residentes, que ha supuesto
hasta ahora la rehabilitación de 4 mil y la edificación de 2 mil
viviendas nuevas. Eusebio gozó de la amistad y del apoyo de Fidel y de
Raúl. Silvio Rodríguez ha dicho de él y de otros que ya no están:
Conforman una estirpe de la que todas las ortodoxias desconfían. Son vidas que no están signadas por el afán de supremacía sino por el ecumenismo y la inclusión. Personas así necesita mucho la Revolución. El pueblo colgó sábanas blancas en las calles habaneras para honrar al muerto. Tal vez nada lo defina tan exactamente como esta dedicatoria de Fidel: Al más leal de los leales.
Twitter: @aguerraguerra
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