Jorge Eduardo Navarrete
Por segunda ocasión, el
partido de Trump fue repudiado por la mayoría de los votantes en la
elección de este 7 de noviembre, en forma más contundente que hace
cuatro años. Como suele ocurrir en Estados Unidos, el cómputo ha sido
demorado y controvertido: una semana después aún no ha concluido (falta
adjudicar nueve asientos en la Cámara de Representantes y dos en el
Senado), aunque ya es claro que en la primera, la mayoría (entre 32 y
40) corresponderá al Partido Demócrata y en la segunda, al Republicano.
En el voto ciudadano, los demócratas superaron al partido de Trump por
14.5 millones en la elección para el Senado y por 5.4 millones en la
elección para la Cámara de Representantes. Si como afirmaron muchos
analistas, esta elección fue un referendo sobre Trump, el presidente
recibió un repudio evidente. En 2016 obtuvo la presidencia habiendo
recibido menos votos: 2.9 millones por debajo de su rival. Ahora, en
2018, amplió su mayoría en el Senado con un partido menos votado que el
partido rival, sólo 41 de cada 100 votos válidos emitidos.
Peculiaridades de la ejemplar democracia estadunidense.
A mi juicio, lo más notable y promisorio de la llamada elección
intermedia fue la victoria de candidatos jóvenes, en especial mujeres
–117, entre ellas la primera musulmana y la primera indígena–,
representantes de minorías étnicas, religiosas o de orientación sexual.
La nueva Cámara de Representantes será la más balanceada de la historia
en materia de género y la más representativa de la diversidad de la
nación, riqueza ésta que Trump se empeña en negar e intenta suprimir. El
voto en favor de una cámara plural y diversa, multiétnica, devota de
varios dioses o de ninguno, rica en distintas actitudes conductuales,
políticas y sociales, constituye un contundente rechazo a la imagen
uniforme y estandarizada –autómata y vociferante– que Trump ha intentado
imponer.
Es fruto de un movimiento de resistencia –término antes reservado
para la oposición clandestina a regímenes de ocupación– gestado desde
2016 entre los demócratas y ciudadanos sin partido ante la creciente
frecuencia y alcance de la mendacidad y de las acciones dañinas al
entorno ambiental, social, político y externo del país del cada vez más
irresponsable gobierno de Trump. (Véase un ensayo sobre esta notable
reacción política:
The Resistance Strikes Backen el New York Times del pasado 10 de noviembre.) Un ejemplo: el Distrito 6º de Georgia –próspero, de alto nivel educativo, republicano por décadas, ganado por Trump en 2016– optó esta vez por una candidata demócrata, afroestadunidense y partidaria del control de la posesión personal de armas.
Rindió fruto el trabajo sistemático de muchos que por dos años combatieron la pesadilla cívica del trumpismo. En suma, para el miércoles 14 los demócratas habían ganado 33 posiciones en la Cámara, para una mayoría de 30, y perdido un escaño en el Senado, donde la mayoría republicana se amplió a cuatro, sin contar los tres independientes que por lo general votan con los demócratas.
Otra oleada del repudio a Trump se manifestó en las elecciones para
gobernadores y para las legislaturas estatales, mezclado, y en algunos
casos moderado, por las circunstancias locales de diversos estados. En
suma, de las entidades disputadas (en las que ninguno de los dos grandes
partidos disponía de una mayoría consolidada), los demócratas
obtuvieron siete gubernaturas –Illinois, Kansas, Maine, Michigan,
Nevada, Nuevo México y Wisconsin– y, a la fecha de esta nota y quizá por
varias semanas más continuarán las disputas, con posibles recuentos
totales o reposiciones del proceso electoral, en otros dos: Georgia y
Florida. En Georgia, Stacey Abrams, con una clara oportunidad de
convertirse en la primera gobernadora afroestadunidense, se ha negado a
aceptar la aparente victoria de su rival, el republicano Brian Kemp,
quien, como secretario de Estado del actual gobierno, manejó el proceso
electoral con amplia evidencia de haberlo manipulado en su favor. Quizá
se repita la elección. En Florida las disputas electorales han sido
frecuentes. Trump exigió, el lunes pasado, que se interrumpieran los
recuentos ordenados por ley, como ocurrió por decisión judicial en la
elección presidencial de 2000: una intromisión desembozada en asuntos
que no le competen. A fin de cuentas, el balance, que ahora se inclina
del lado republicano se equilibrará, en alguna medida, cuando ya está la
vista la elección presidencial de 2020.
En un intento de sintetizar al máximo la lección de esta elección, David Axelrod escribió:
Los representantes demócratas no fueron elegidos con el mandato principal de hacerle la guerra a Trump. Fueron electos para buscar y alcanzar resultados positivos en asuntos tales como el cuidado de la salud y los temas económicos. Quizás Axelrod pasa por alto un hecho: para avanzar en asuntos de salud, economía y de muchas otras áreas es indispensable combatir a Trump y a sus políticas.
Fernando del Paso (1935-2018)
In memoriam
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