La permanencia de la izquierda
Muchos pensaron que con el triunfo de Mauricio Macri y la elección de Jair Bolsonaro el pensamiento de Nuestra América caería una vez más en los nefandos extravíos del neofascismo, de la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el racismo. Pero la extraordinaria convocatoria del Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico convocado por CLACSO en Buenos Aires pone seriamente en cuestión esa expectativa largamente acariciada por la derecha. |
I. Pensamiento crítico recargado en Buenos Aires, y las tareas necesarias para pasar a la contraofensiva.
Muchos pensaron que con el triunfo de Mauricio Macri y la elección de
Jair Bolsonaro el pensamiento de Nuestra América caería una vez más en
los nefandos extravíos del neofascismo, de la xenofobia, la misoginia,
la homofobia, el racismo. Es decir, en el pensamiento reaccionario en
todas sus variantes, y que el pensamiento crítico había llegado a su
ocaso. Pero la extraordinaria convocatoria del Primer Foro Mundial del
Pensamiento Crítico convocado por CLACSO en Buenos Aires pone seriamente
en cuestión esa expectativa largamente acariciada por la derecha. No
sólo por la gran cantidad de intelectuales y políticos de todo el mundo
que acudieron a la cita sino por el clima que se palpaba en la
multitudinaria concurrencia y la receptividad demostrada ante diversas
intervenciones que no sólo cuestionaban el saber convencional de las
ciencias sociales, comenzando por la Economía, sino que expresaban la
profunda convicción de que el camino neoliberal por el cual algunos
gobiernos están llevando a nuestros países conduce inexorablemente a un
holocausto social y ecológico de inéditas proporciones.
Ante
esa amenaza es necesario construir una alternativa política, y esa
requiere el aporte imprescindible del pensamiento crítico que permita
trazar una hoja de ruta para evitar el derrumbe catastrófico de la vida
civilizada. Hay que hacer un análisis concreto de nuestras dolorosas
realidades y un profundo trabajo de organización en el fragmentado y
atomizado campo popular que permita enfrentar a los hiper-organizados
(en Davos, en el Grupo de Bildelberg, en el G-7, etcétera) enemigos de
clase. Hacer también un no menos crucial trabajo de concientización para
exponer el lento genocidio que perpetran las clases dominantes del
capitalismo mundial (contra los adultos mayores, los jóvenes, las
mujeres, los pueblos originarios, los afrodescendientes, entre tantos
otros) y para que todas y todos perciban que otro mundo es posible, que
eso no es una quimera sino un “principio esperanza” como decía Ernst
Bloch o una utopía realizable, como en su momento fue la jornada de ocho
horas. Por lo tanto: organización, unidad en la lucha, concientización y
una sofisticada estrategia política de construcción de poder popular
que no debe, bajo ninguna circunstancia, reducirse al sólo momento
electoral. La clase dominante, el gran empresariado y sus aliados,
luchan a diario por sus intereses y jamás detienen sus empeños para
ajustarse al calendario electoral. Como dijo una vez el magnate
húngaro-norteamericano George Soros, “los mercados votan todos los
días”, y a nosotros nos llaman a votar cada dos o cuatro años. Debemos
hacer lo mismo y luchar a diario son independencia del calendario
electoral. Y tomando nota, además, de los profundos cambios registrados
en la subjetividad de las clases y capas populares que empuja a algunos
de sus sectores a votar por sus verdugos. Cambios que son consecuencia
del fabuloso desarrollo de la informática y los medios de comunicación
que permite llegar hasta las capas más profundas del inconsciente y,
desde allí, manipular la conducta política de la población. Lo ocurrido
en Brasil con la elección de Bolsonaro es una lección que no puede ser
olvidada Para esta larga y difícil batalla se requiere mucha
inteligencia, mucha fuerza y mucha pasión sin las cuales nada podrá
construirse. Ante algunos apasionados cantitos de la enfervorizada
concurrencia al Foro, entre ellos el famoso “hit del verano”, la ex
presidenta Cristina Fernández lanzó una oportuna recomendación: “no
gritemos ni insultemos porque perdemos tiempo para pensar lo
importante.” De eso se trata: de no distraernos y pensar lo importante,
es decir, de cómo retornar al gobierno y desde ahí, y con el pueblo en
las calles, movilizado y organizado, conquistar el poder. Lo demás es
pura catarsis, que tranquiliza algunos espíritus pero que condena a la
impotencia política a quienes la cultivan.
II. Pensamiento crítico recargado.2, o sobre la continuada vigencia de la distinción entre derecha e izquierda.
En su presentación del lunes en el 1º Foro Mundial del Pensamiento
Crítico la ex presidenta Cristina Fernández afirmó que la distinción
entre izquierda y derecha era un anacronismo. Surgida de la forma en que
se distribuían los diversos grupos políticos en la Asamblea Nacional de
Francia luego de la Revolución el paso del tiempo había terminado por
confirmar la irrelevancia de aquella diferenciación. Sin embargo cuando
en el día de ayer Juan C. Monedero y Álvaro García Linera retomaron la
cuestión sus conclusiones fueron muy diferentes. Después de manifestar
que “la izquierda siempre está allí, aunque no se la mencione” el
español se preguntó “¿si la izquierda está muerta, dónde están los
cadáveres de sus sujetos: los obreros, los campesinos, los originarios,
las mujeres, los jóvenes, los explotados?” ¿Es que han desaparecido? No,
de ninguna manera. Están allí, retorciéndose de dolor ante tanta
opresión, explotación, humillación. Y, prosigo con mi reflexión:
mientras sobreviva el capitalismo y sus víctimas sigan creciendo en
proporción geométrica la izquierda estará más viva y será más necesaria
que nunca. Un solo ejemplo: jamás en la historia de la humanidad hubo un
1 por ciento que detentara tanta riqueza como el 99 por ciento de la
población mundial. Por eso hay 99 razones para creer que la distinción
entre derecha e izquierda es más válida hoy que en tiempos de la
Revolución Francesa.
A su turno, García Linera expresó que la
vigencia de la dicotomía derecha-izquierda se certifica cuando se
observa que mientras los gobiernos progresistas y de izquierda del siglo
veintiuno sacaron de la pobreza a 72 millones de personas en América
Latina los de la derecha sumieron en ella a 22 millones; y que mientras
los primeros reducían la desigualdad los segundos lo aumentaban. Pero no
sólo eso: el vicepresidente boliviano también colocó en el haber de la
izquierda el empoderamiento de vastos sectores sociales anteriormente
privados de los derechos más elementales y la reafirmación de la
soberanía económica, política y militar de los países gobernados por la
izquierda por contraposición a la profundización de la subordinación
económica, política y militar impulsada por los regímenes derechistas.
La supuesta extinción de la diferencia entre izquierda y derecha fue
exacerbada en los noventas cuando se decía que la historia había llegado
a su fin (Francis Fukuyama dixit) y con él la lucha de clases y
los proyectos de izquierda. Pero las resistencias populares dieron al
traste con esas rosadas expectativas y el neoliberalismo se vino abajo
con Ménem-De la Rúa, Fujimori, F. H. Cardoso, Sánchez de Lozada y otros
por el estilo. Y vinieron nuevos gobiernos, a partir del ascenso a la
presidencia de Venezuela de Hugo Chávez en 1999, que marcaron una clara
diferencia con sus predecesores, la misma que hoy se comprueba entre los
gobiernos de Cristina Fernández y Mauricio Macri; o entre Dilma
Rousseff y Michel Temer; y, seguramente, entre Enrique Peña Nieto y
Andrés M. López Obrador, o la que podría haber habido entre Fernando
Haddad y Jair Bolsonaro. ¿Significa todo esto negar que haya variantes
de la izquierda que han ido absorbiendo algunos contenidos y valores
propios de la derecha? De ninguna manera: una cosa es la izquierda que
se expresa en la Revolución Cubana; otra en los gobiernos “bolivarianos”
y otra muy distinta en las versiones más moderadas de Argentina, Brasil
o Uruguay. Pero todas sin excepción fueron blanco de feroces ataques
del imperialismo norteamericano como guardián planetario del
capitalismo. Y si éste lo hizo fue porque sabía que, aún en su
moderación, allí había un potencial de izquierda que debía ser tronchado
sin miramientos.
Termino con una reflexión de uno de los más
grandes filósofos políticos del siglo veinte: Norberto Bobbio. En un
hermoso pequeño libro llamado Derecha e Izquierda este
“socialista liberal”, como se autocalificaba, plasmó una bella metáfora
que demuestra la vigencia de aquella distinción. Decía que “entre el
blanco y el negro puede haber un gris; entre el día y la noche está el
crepúsculo. Pero el gris no anula la diferencia entre el blanco y el
negro ni el crepúsculo hace lo mismo con la diferencia entre la noche y
el día.” Suficiente para validar la permanente actualidad de aquella
clásica distinción. Podrá haber grises y crepúsculos, pero la izquierda
siempre estará allí.
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