¿Se viene una
noche derechista imparable en nuestro continente? ¿Es un fenómeno
natural e inevitable? ¿La culpa es toda de los gobiernos progresistas
por su tibieza? ¿Es posible una etapa que avance hacia un nuevo modelo
económico y social que revierta los efectos de los diversos
capitalismos? ¿Vendrá un nuevo amanecer? ¿Quién le pone el cascabel al
gato?
- ANOCHECER DE UN DÍA AGITADO
Macri, Piñera, Moreno, Duque Márquez… Bolsonaro.
Los nombres y sus perfiles nos van dando señales sobre las perspectivas
políticas de la región, y más que señales en algunos casos ya claras
muestras de que la primavera progresista decidió saltar el verano para
hacernos sentir un clima de otoño que ya torna en un inclemente invierno
económico, social y político. La metáfora climática no nos es ajena por
estos pagos ya que forma parte del limitado mundo de imágenes y
palabras al que nos tiene acostumbrados el presidente Macri: las
permanentes tormentas son su metáfora preferida al momento de explicar
el desmadre económico causado por su plan de reestructuración para
recomponer el poder del capital financiero y agroexportador, también a
principios de la década del sesenta el adalid del liberalismo económico y
entonces ministro de Economía Álvaro Alsogaray apeló a la imagen
invernal: “hay que pasar el invierno” dijo, y años después Rodolfo Walsh
en su magistral manifiesto del 1 de Mayo de 1968 de la CGT de los
Argentinos lo recordó (“Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos
aguantado diez”); así pareciera ser que de la nada nos vino la noche a
los pueblos latinoamericanos. Una ofensiva voraz de la derecha regional
se desató y el febril optimismo progresista de lo irreversible tornó en
un pesimismo fatalista donde el pronóstico de fascismos desbordados se
une a la decepción de ese sujeto “pueblo” al que creían fiel y adscripto
definitivo al proyecto populista-reformista consumista. ¿Qué tanto de
lo que se pronostica es así? Los escenarios no son para nada optimistas,
aunque el tablero regional muestra una paridad en la distribución de
fuerzas y tipos de gobiernos, la ofensiva neoconservadora con un fuerte y
sostenido apoyo de los Estados Unidos, se vislumbra una etapa de
repliegue que no se puede desligar de las limitaciones de los proyectos
que se impusieron en la última década.
El clima de inestabilidad
política regional abre más incertidumbre geopolítica en tanto aún se
mantienen gobiernos de izquierda como Venezuela y Bolivia, progresista
en Uruguay y asoma el gobierno de López Obrador en México. A la par, en
Centroamérica las crisis sociales y políticas son generales a todos los
gobiernos: en Nicaragua y El Salvador con el sandinismo y el FMLN
respectivamente, Honduras y Guatemala con gobiernos conservadores más la
transición cubana nos dicen que el tablero continental no se define
hacia un sector, tendencia o modelo definitivo ni principal. Lo claro en
esta etapa es el retroceso (provisorio) de los modelos progresistas
populares y la reaparición de una derecha con características
tradicionales que no se chocan con formatos novedosos, al fin y al cabo,
ellos detentan el poder o los poderes diversos y la gama de recursos es
mucho más amplia que la que puede desplegar el campo popular y un
elemento común y tradicional es su esencia revanchista y represora, esto
queda claro en Argentina y Chile, ya se vislumbra en Brasil. Entonces,
¿qué sucedió con ese ciclo histórico que hizo a algunos intelectuales
hablar de “cambio de época” y hoy hablamos de restauración conservadora y
hasta fascista?
- Y SI AMANECE POR FIN
El
neoliberalismo se agotó en si y por sí mismo al final de la
reestructuración económica productiva y social; el modelo de acumulación
basado en la primacía del capital financiero de neto perfil
especulativo y primarización productiva, tuvo su cenit cuando el Estado
liquidó sus bienes de capital, sus empresas de servicios y de control y
regulación económica o sea, al decir de los gurúes neoliberales, cuando
se liquidó el Estado populista interventor y se liberó las fuerzas
productivas del mercado. El Estado desreguló la actividad económica, se
retiró del espacio de producción de bienes de servicio y se convirtió en
garante y gendarme del nuevo orden. Además de estos elementos avanzó en
la liquidación de derechos y garantías legales que protegían a la clase
obrera, siendo ariete de la ofensiva patronal que flexibilización
laboral mediante permitió la precarización de las condiciones de
trabajo, de contratación, de pago, etc. por lo que de esa manera
permitió la transferencia de mayor renta (plusvalía) de los trabajadores
a las patronales. Uno de los efectos buscados y logrados fue el
debilitamiento de la capacidad de negociación y confrontación obrera
mediante la ruptura de las relaciones de trabajo al interior de las
fábricas y empresas con lo que los sindicatos se fueron achicando en sus
bases y fortaleciendo una cúpula gremial con escaso poder de
representación pero constituida como factor de poder sobre la base de la
cooptación económica y la incorporación definitiva a los ámbitos de
poder capitalista.
Esta oleada del nuevo capital no llegó en
forma pareja ni al unísono: Chile fue el laboratorio perfecto durante la
dictadura de Pinochet en la década del setenta y ochenta para luego
prolongarse en la débil democracia de los noventa hasta hoy; en
Argentina y Brasil con sendas dictaduras, sus contradicciones entre
nacionalistas y liberales impidieron una implementación abierta del
modelo, pero tras la restauración democrática en los ochenta el
neoliberalismo llegó de la mano del consenso electoral; más reñida fue
la situación en Bolivia y en el caso venezolano las puertas al
neoliberalismo se abrieron de forma sangrienta en 1989 con el
“caracazo”. Dictaduras, consensos, leyes, represión y una nueva
percepción social asentada en el individualismo, el consumismo, la
globalización cultural, la crisis ideológica de la izquierda y el
posmodernismo conformaron el marco de relaciones sociales que en los
noventa crearon una nueva realidad económica y social, tanto que las
resistencias eran en su gran mayoría fragmentadas, dispersas, a veces de
alta intensidad pero con escaso volumen político esto es sin voluntad
de interpelar al poder y más asentada en las demandas reivindicativas
particulares, ya que de hecho existía un amplio rechazo a la noción y
práctica de la política y a la participación partidaria electoral. Ante
el retroceso de “lo político” (partidos, ideologías, Estado) emergió “lo
social” (movimientos, ONGs, demandas) y así el nuevo orden transitó en
relativa tranquilidad sin más trabas que la que el mismo modelo se
autogeneraba.
Cuando las formas de acumulación prebendaria
propia del modelo comenzaron a agotarse, las disputas al interior de las
clases dirigentes afloraron y permitió que las luchas y resistencias
populares tomaran otra envergadura y fueran más persistentes y ampliaran
sus bases a otros sectores como las clases medias; finalmente los
efectos negativos del modelo arrastraron a buena parte de las sociedades
latinoamericanas: desindustrialización, alto endeudamiento externo,
desocupación y subocupación, pobreza y marginalidad social, recesión,
etc.; esto trasladado al plano de la acción-reacción social puso en
evidencia los niveles de resistencia cada vez más eficaz de las clases
subalternas pero con distintas calidades en la construcción política,
fuera como en el caso de Argentina, Brasil (también Uruguay y Ecuador)
que pudieron frenar el neoliberalismo pero no tuvieron capacidad de
modificar sustancialmente las relaciones de fuerza y poder social, al
final se trató de recambios y alternancias dentro del marco de las
disputas de las clases dominantes por la hegemonía.
El movimiento
popular boliviano había desarrollado nuevas experiencias de lucha y de
organización política que a pesar de las duras condiciones sociales,
económicas y represivas avanzó en una decidida voluntad de bloquear el
modelo neoliberal (la guerra del agua, la guerra del gas), generar una
crisis política cuasi orgánica y finalmente con una coalición de
movimientos sociales y partidos logró llegar al Planalto de la mano del
líder cocalero Evo Morales. En Venezuela, Hugo Chávez inició desde 1999
cuando llega a la presidencia, pero con mayor fuerza a partir del
frustrado golpe de abril de 2002, un proceso de cambio y construcción de
poder popular, que le permitió sostenerse en un contexto interno de
fuerte oposición y desestabilización que fueron contenidas con
movilizaciones de masa permanentes, una democracia plebiscitaria que
reforzó su legitimidad y medidas de beneficio popular; el declamado
“socialismo del siglo XXI” fue quedando no obstante en el plano de la
utopía y de escasa posibilidad de realización después de su muerte.
Volviendo al caso argentino la crisis 2001 -2002 mostró la emergencia de
un mapa político del campo popular muy diferente y casi extraño al de
las últimas décadas: la clase obrera ocupada había quedado relegada a un
plano secundario en el plano de las acciones reivindicativas y más aún
en las políticas; el movimiento piquetero, o de desocupados, había
tomado un rol preponderante en la oposición y también el espacio de las
demandas activas al Estado; la izquierda clásica comenzaba a ceder la
posta al trotskismo. En definitiva a pesar del “argentinazo” de
diciembre del 2001 que volteó al gobierno radical, y como un espejismo
amplificado, la idea de una oleada revolucionaria y la posibilidad de un
cambio profundo eran una mera enunciación de ideales y no una realidad
posible ni cercana. El movimiento popular argentino lejos estaba de
poder construir y proponer un proyecto alternativo en tanto no existía
(ni existe aún) una fuerza o fracción que hubiese podido imprimir una
dirección colectiva a las clases subalternas.
- EL DÍA QUE ESTÁ LLEGANDO
Al
llegar la primera mitad de la década el mapa latinoamericano tenía un
tinte rosado promedio. Dijimos: el modelo neoliberal se había agotado en
su faz económica; en lo político, corrupción y mala administración
(eufemismo de ejecución eficaz del modelo) generaron un rechazo popular
en diversas formas cuyas consecuencias fueron la retirada (provisoria)
de los gobiernos neoliberales y la llegada de nuevas experiencias
políticas de tipo progresista, populista y/o de izquierda en una etapa
“posneoliberal”. ¿Cómo se los puede clasificar a cada uno de estos
gobiernos?
Un primer grupo llamaremos: progresismo popular o izquierda populista . Allí caben Venezuela y Bolivia. Luego un segundo grupo progresismo medio : con Argentina, Brasil, Ecuador; el tercer grupo denominaremos progresismo liberal para
Uruguay y Chile. El primer grupo se caracteriza por haber apelado a una
movilización de base plebeya, de distinta calidad política ya que en el
caso boliviano decíamos venía de una larga experiencia de luchas,
organización y resistencias contra dictaduras, democracias débiles,
neoliberalismo, injerencia extranjera, etc., es decir tenía un nivel de
conciencia y organización política muy elaborado cuya consecuencia es el
triunfo fatigoso de Evo Morales. Mientras en Venezuela tras el
“caracazo” de 1989 el grupo de militares liderado por Hugo Chávez avanzó
en un proyecto anti sistema pero el movimiento popular venezolano y la
central sindical unitaria eran muy débiles en términos organizativos,
cuantitativos y políticos; claramente se vio la radicalización popular a
partir de los efectos de las políticas del chavismo a partir de
1999 que llevó a construir una base popular amplia, leal y con otro
nivel de conciencia política. Estas categorías responden
fundamentalmente a la intensidad discursiva, de movilización de las
bases sociales y vínculo del Estado con las organizaciones populares en
diversas formas, incluso el control y dirección de éstas. El aspecto
económico, en tanto etapa posneoliberal, no sufrió alteraciones
radicales, ya que no hubo nuevas fracciones sociales en condiciones de
asumir el rol de clase principal y dirigente, mucho menos hegemónica y
nos referimos al estado de las clases subalternas, por lo que un
hubieron en la región modificaciones estructurales de los modos de
producción y si una nueva disputa intra clases dominantes donde el
bloque financiero, en retirada, mantuvo alianza con el sector primario,
lo que se denominó el “consenso de los commodities” (petróleo, gas,
soja, cobre, etc.) y un frustrado intento de generación de una ya
imposible burguesía nacional industrial. Estas fracciones fueron
integradas al mandato estatal en manos de sectores populistas
–progresistas y desde allí aprovechando el contexto internacional
potenciaron el modelo extractivista, sobre cuya renta capturada se
estructuró un Estado interventor redistributivo sobre la base de planes
sociales diversos de asistencia, emprendimientos, educación, salud, etc.
Los resultados en términos de combate y reducción de la pobreza
y sus efectos fueron notables, la recuperación y ampliación de la clase
media fue un fenómeno general en la región, así como el aumento del
consumo y crecimiento del mercado interno, pero sin olvidar que: 1º) NO
se modificaron las condiciones estructurales de la economía, por lo
tanto 2º) en el plano de las relaciones sociales de dominación, solo
hubo una alternancia de fracciones de las clases dominantes y un esquema
de distribución de la riqueza que si bien benefició a los más
desposeídos agrandó la brecha de desigualdad, es decir los ricos fueron
más ricos, por lo que 3º) en términos de construcción, disputa del poder
político o modificaciones en la superestructura, según los casos
particulares pero en general el primer elemento destacable fue la crisis
de los partidos orgánicos tradicionales, pérdida de legitimidad de los
partidos representantes del orden (excepto Chile) y en especial de los
conservadores o derecha. Los partidos de izquierda clásicos veían en
proceso de licuación desde principios de los noventa. Los partidos
ascendentes de perfil reformista expresaban nuevas identidades como el
caso de Venezuela y Bolivia (con la particularidad del liderazgo y
carisma de sus líderes que imprimieron un sello fuerte y más radical) un
populismo plebeyo de alta intensidad que se materializó en formas de
poder popular visibles y de fuerte apoyo a sus gobiernos. En Brasil el
PT poseía una historia y trayectorias pero llegaron por primera vez al
gobierno, y en Argentina el kirchnerismo fue una amalgama del viejo PJ
(responsable de la primera etapa neoliberal en los noventa) y sectores
progresistas provenientes de movimientos sociales (sindicales,
piqueteros, DD.HH., etc.) y partidos de centro izquierda e izquierda
(PC) que a diferencia de los primeros y a pesar de la presencia del
peronismo viró a una fuerza con mayor presencia de clase media y si bien
construyeron un discurso confrontativo, sobre todo el kirchnerismo no
lograron un anclaje fuerte en el seno de la clase trabajadora y el
movimiento sindical y el apoyo dependencia del aparato pejotista limitó
sus posibilidades de mayores cambio; estos elementos los definen como
“progresismo medio”, aspecto común a Alianza País de Rafael Correa en
Ecuador. Chile y Uruguay constituyen el tercer grupo (progresismo
liberal) aunque con trayectorias opuestas, ya que en el primero la vieja
Concertación progresista formó parte del bipartidismo con la derecha,
alternando en el gobierno y en Uruguay el Frente Amplio rompió con el
sistema binario de blancos y colorados; el FA aunque tiene el apoyo
sindical del PIT-CNT se asentó sobre un modelo de avances en el plano de
los derechos individuales.
- SOL DE INVIERNO
¿Cuál
era las condiciones objetivas de las fuerzas populares en la región?
¿Estaban preparadas para conducir un proceso de cambio efectivo?
Evidentemente que no, que las condiciones reales de la clase obrera en
cualquier país distaban mucho de una posibilidad concreta de conformar
una fuerza política con “espíritu de escisión” respecto de las clases
hegemónicas entre otras razones porque carecían de un grupo intelectual
propio, intelectuales orgánicos, que pusiesen sobre el tablero político
las fichas de un proyecto de ruptura, de transformación radical posible y
aprehensible para las mayorías populares, al interior de éstas
consecuentemente había (y hay aún) una ausencia de fuerzas y fracciones
con capacidad de imprimir una dirección ético política al conjunto de
las clases subalternas, es decir de constituirse en fracción hegemónica;
dicho esto la etapa solo podía ser desarrollada desde el poder estatal
en una conjunción de sectores afines y no tanto, pero que sin modificar
el esquema real de relaciones de fuerza, equilibrase o construyera un
equilibrio político transitorio.
Así vemos procesos diferentes
pero con factores dialécticos medianamente similares: en Argentina,
Brasil, Ecuador se procesa una relación de “reforma-restauración”,
significa que operó un proceso de reformas progresistas, con apoyo
popular dado sus beneficios y otros que planteaban avanzar sobre
determinados factores de poder pero sin alterar el esquema de poder
social, para posterior sobre el final de la etapa y ante el agotamiento
del ciclo de bonanza económica marcar un lento y zigzagueante retorno a
la ortodoxia liberal. No obstante logran mantener un piso de adhesión
popular aceptable a pesar de las crisis y las terminaciones respectivas
de sus gobiernos. Esta adhesión de sectores populares tuvo su principal
anclaje en la clase media, mientras que en los sectores bajos el
asistencialismo funcionó como una especie de fuerza paraestatal (en el
caso argentino), en tanto organizaciones políticas eran intermediarias y
administradoras de los beneficios, si bien hubo tendencia a centralizar
y recuperar el control desde el Estado, en la práctica diversos grupos
mantuvieron ese control, de esta manera no se puede hablar de una
efectiva adhesión política.
En el caso de Venezuela y Bolivia el proceso operó una relación de cambio-continuidad ,
esto es un momento de ruptura con el esquema social vigente que
contenía los elementos propios de una crisis de hegemonía y el ascenso
de una fuerza disruptiva. A partir de allí los procesos son opuestos, en
Bolivia el poder popular conformado en fuerza política llega al Estado y
allí se conjuga una alianza no exenta de contradicciones y
enfrentamientos pero que avanza en la construcción de una nueva
hegemonía de tipo popular plebeya. Para Venezuela el ascenso de Hugo
Chávez vía electoral y el enigma futuro se tornó en un claro ejemplo de
“revolución pasiva” donde un movimiento popular desarticulado es
empoderado por la vía de la acción estatal hasta lograr una importante
experiencia de poder popular, de participación política amplia pero muy
dependiente y dirigida desde el Estado. La muerte de Chávez puso de
manifiesto estas tensiones y la voluntad del gobierno de extremar el
control y dirección del movimiento popular. En ambos casos el concepto
de continuidad expresa un valor tanto positivo como
negativo: al cambio en el espacio de las relaciones de poder social
entre el conjunto subalterno y las fracciones de la burguesía, la
ocupación real de espacios de poder político y el reparto de beneficios
sociales que sacó de la marginación a las mayorías populares venezolanas
significó un cambio revolucionario, pero en la dinámica del conflicto,
de la lucha de clases, esa continuidad no implicó más avance
hacia una transformación de las relaciones capitalistas, sino que por el
contrario se convirtió en un valor conservador, estático en tanto el
eje – columna conductor del proceso sigue siendo el Estado bolivariano.
En
Uruguay con la llegada del Frente Amplio al poder, rompió con la
tradición bipartidista del siglo XX y encaró una serie reformas sociales
que sin alterar el modelo económico colocó al país como el menos
desigual, con menos desocupación y menor índice de pobreza de la región
lo que no es poco; reformas en el plano de las libertades y derechos
individuales como la legalización del aborto, el consumo de cannabis,
matrimonio igualitario, etc., sumaron consenso social a sus tres
gestiones consecutivas con figuras que lograron un amplio reconocimiento
interno y externo como el Tabaré Vázquez y en mayor medida, José “Pepe”
Mujica.
Caso de excepción es Chile, donde la herencia del
régimen militar de Augusto Pinochet se constituyó en un caso altamente
exitoso de transformación de una dictadura, gobierno de coerción, en una
hegemonía duradera consenso democrático mediante. La crisis orgánica de
1973 no se resolvió el 11 de setiembre de ese año con el golpe de
estado, sino con las duras políticas represivas primero y el ajuste
estructural posterior base del neoliberalismo de los ochenta
implementado por la dictadura. Así la democracia emergente en 1990 no
fue fruto de las luchas populares o en todo caso no fue una victoria
plena de estas, sino la continuidad del modelo bajo el sistema
democrático. Las antiguas fuerzas de oposición de izquierda más la
Democracia Cristiana son desde entonces garantes políticos del modelo
socio-económico que no ha sufrido cambios sustanciales y en cambio en un
contexto de disgregación política dio impulso al surgimiento de nuevas
experiencias y movimientos políticos que buscan establecerse a la
izquierda del tablero nacional.
- ECLIPSE
Mientras
los gobiernos progresistas populistas se mantenían en el poder el
desgaste se hacía ya muy visible y las crisis de diversas índoles los
golpeaban con mayor fuerza, así primero Argentina, después Ecuador,
Chile y por último Brasil fueron derrotados. El chavismo resiste con las
fuerzas de reserva que le van quedando, el Frente Amplio uruguayo más
pragmático se acomoda y Bolivia en un estado de aislamiento se prepara a
afrontar los comicios presidenciales del 2019 mientras la región
circundante se mantiene expectable casi al unísono de lo que ocurrirá en
Argentina que definirá la continuidad y profundización del
neoliberalismo o un viraje a espacios inciertos. El tablero regional
está en virtual empate político y a esto hay que sumarle la llegada al
gobierno en México de Andrés Manuel López Obrador con una perspectiva
similar a los de la década anterior en América del Sur.
Explicar
esta etapa pasada y en tránsito es poner el contexto en el marco
histórico correspondiente y partir desde el auge revolucionario de fines
de los sesenta y década del setenta en el contexto de crisis de los
capitalismos periféricos que para salvaguardarlos se recurrió a
sacrificar las democracias liberales. Las dictaduras fueron el marco
donde se moldearon las sociedades actuales bajo el sello del
neoliberalismo que fue posible solo con el disciplinamiento social
previo terror estatal mediante, desarticulación del movimiento y
organizaciones populares. El modelo económico rompió con la cultura y
normas comunitarias, alentó el individualismo, desarticuló el sistema
productivo y rompió con las tradicionales formas de agrupamiento de la
clase obrera. La resolución de la crisis orgánica fue en cierta forma
magistral y esto es verificable en el caso chileno. Aquí se abren
posturas opuestas; los adherentes a los modelos populares- progresista
caen en el posibilismo del “es lo que hay” y tuvieron una postura de
extrema defensa, casi blindada de sus gobiernos sin escuchar críticas ya
a casos de corrupción, ya a sus modelos extractivistas
contaminantes y depredatorios de los recursos naturales, ya al avance de
la extranjerización de la economía, ya al aumento de la brecha de
desigualdad (que incide directamente en la distribución del poder
social), etc. Las críticas representaban “hacerle el juego a la derecha”
y con la bendita invocación de las “relaciones de fuerza” avanzaron
según lo que desde la dirección estatal se decidía, y no más. Entonces
en el caso de Argentina y Brasil (también hoy en Bolivia) se fueron
creando espacios críticos desde el campo popular y la clase media. La
izquierda, que se ancló en un espacio más radicalizado y de oposición,
culpa al reformismo del avance de la derecha (fascista, agrega) en tanto
no profundizó los cambios sociales de fondo. Esto es una falacia ya que
los movimientos reaccionarios surgieron en diversos momentos y lugares
históricos ante la evidencia o presunción de posible perjuicio a los
intereses de las clases dominantes (Europa 1920-1939; América Latina en
los sesenta y setenta; Indonesia 1965, etc.). La dinámica de la lucha de
clases con sus diversas formas y matices condiciona mutuamente a las
fuerzas antagónicas, determina las características propias de ese
espacio y tiempo en el contexto de la realidad objetiva del estado de
las fuerzas sociales. Esto no significa plantear una imagen estática e
inamovible, por el contrario se trata de entender desde las perspectivas
propias de cada sector los recursos, las estrategias y las tácticas en
consonancia con aquellas.
- ALBA
En
este punto es necesario entender que la etapa siguiente requiere de un
esfuerzo al tono con el desafío de rever esta coyuntura, que es de
retroceso, de repliegue estratégico más no de derrota como lo fue en los
setenta. Los movimientos populares de la región se encuentran ante la
tarea de revertir el avance derechista, siempre violento y excluyente, y
para eso es vital recomenzar el debate–reflexión sobre los horizontes
posibles y necesarios para nuestros pueblos para superar la crisis ideológica y la inexistencia de paradigmas propio; se
precisa de nuevas instancias y ámbitos de elaboración intelectual, de
intelectuales orgánicos. La acción política y los movimientos sociales
nos hablan hoy de un sujeto político multiforme, o de sujetos políticos
diversos que en la dinámica de las luchas sociales tenderán a converger,
el desafío será construir una síntesis política entre estos y allí
existe un triángulo ineludible: movimiento feminista, movimiento obrero y
movimiento ambientalista. El otro elemento a identificar es la
relación de acción/medios o sea, el vínculo entre las luchas sociales,
gremiales, territoriales reivindicativas, la relación con el Estado y
sus instituciones varias, la percepción de éste y luego la relación con
la disputa electoral, el rol de los partidos políticos orgánicos como
herramienta electoral y/o órgano de dirección político ideológico.
La secuencia de derrotas políticas antes que desalentarnos, debe ser un
incentivo para que a futuro el campo popular extraiga lecciones
necesarias de los errores y carencias de esta etapa ya que finalmente no
se trata de ganar o perder elecciones, sino de asegurar una sociedad
justa para millones de excluidos y desamparados que esperan y sueñan por
un mundo más justo y digno. Superar este oscuro momento de los pueblos
para caminar hacia ese horizonte que se vislumbra como un alba.
Daniel Escotorin es historiador
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