Editorial Le Monde Diplomatique
Desde su primera aparición hace cuatro décadas, el neoliberalismo ha sobrevivido a distintas crisis y gobiernos mostrando que es capaz de asumir diferentes formas políticas y de congeniar con diversas propuestas culturales. ¿Qué fórmula asume actualmente con el gobierno macrista? |
Desde hace cuatro
décadas, cuando irrumpió en la escena política global para reorganizar
radicalmente el orden de la posguerra, primero en Chile, Estados Unidos y
Gran Bretaña y luego en buena parte del planeta, el neoliberalismo se
muestra cambiante, resistente, adaptativo. Mil veces lo dieron por
muerto y otras tantas se levantó: la crisis financiera que estalló en
2008, que por primera vez en décadas comenzaba en el Norte para desde
allí propagarse al resto del planeta, pareció condenarlo una vez más a
la desaparición, pero una vez más el neoliberalismo logró sobrevivir.
Una de las claves que explican esta asombrosa sobrevida es su capacidad
de ensayar múltiples fórmulas para reconstruir sociedades cuya
institución principal sea el mercado. A lo largo de su breve (en
términos históricos) período de hegemonía, el neoliberalismo ha
demostrado que es lo suficientemente plástico como para apoyarse en
propuestas democráticas de gobierno: las revoluciones conservadores de
Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los 80, así como los gobiernos de
la reforma estructural en la América Latina de los 90, con Carlos Menem,
Fernando Henrique Cardoso y Alberto Fujimori como máximas expresiones,
no fueron resultado de golpes de Estado sino de la voluntad de sus
respectivas sociedades, que soberanamente se inclinaban por este
neoliberalismo popular y de masas.
Pero el neoliberalismo se
acomoda también a liderazgos autoritarios: de hecho, la primera
experiencia concreta fue el Chile de Augusto Pinochet, que inauguró la
fórmula de neoliberalismo económico con autoritarismo político que luego
se replicaría en Argentina. Y hay también modelos híbridos, como el
fujimorismo pos-autogolpe y quizás el gobierno de Jair Bolsonaro en
Brasil. En suma, contra lo que predicaban los teólogos liberales de la
transición en la América Latina de los 80 y 90, que concebían a la
apertura democrática y las reformas pro mercado como partes de un todo
indivisible, el neoliberalismo es capaz de convivir perfectamente con
las dictaduras más sangrientas.
Pero no solo eso. Así como se
apoya en diferentes tipos de régimen político, el neoliberalismo también
admite diferentes proyectos culturales. Puede contener un
conservadurismo extremo al estilo de Pinochet o Bolsonaro, en alianza
más o menos explícita con la Iglesia Católica o los pastores
pentecostales; puede sintonizar con posiciones xenófobas que reivindican
fronteras y muros para los migrantes mientras impulsan la apertura
total de los capitales, como en el caso de Donald Trump o las diversas
variantes de la extrema derecha europea. Y puede ofrecer también una
cara abierta, tolerante y juvenil: es lo que Nancy Fraser define como
“neoliberalismo progresista” (1),
una alianza entre los nuevos movimientos sociales (feministas,
multiculturalistas y de defensa de los derechos de los minorías
sexuales) y el poder económico de las finanzas: la coalición social
clintoniana, que combinó a los afros y latinos con el poder de Wall
Street y el glamour emprendedor de Silicon Valley, o la propuesta de
Emmanuel Macron de tomar la derecha de la izquierda y la izquierda de la
derecha para formar un nuevo “centro liberal”, son ejemplos de estos
ensayos, que confirman una intuición básica: el neoliberalismo está
dispuesto a resignar todo salvo el mercado.
Paradojas argentinas
La
experiencia argentina reciente arroja dos paradojas. En primer lugar,
los gobiernos kirchneristas desplegaron un conjunto de políticas
orientadas a recuperar cierto rol regulatorio del Estado en la economía,
desde la estatización de las jubilaciones, YPF y Aerolíneas hasta las
más folklóricas políticas de control de precios y restricciones a la
compra de dólares, todo bajo un discurso anti-mercado que identificaba a
las políticas aperturistas y desreguladoras de los 90 como el origen de
buena parte de nuestros males.
Pero al mismo tiempo
contribuyeron fabulosamente a expandir el mercado. Durante sus tres
gestiones, el aparato estatal, que al fin y al cabo ocupaba el centro de
su discurso, se transformó menos que la infraestructura de crédito y
consumo, que se ensanchó y diversificó aceleradamente. Por ejemplo, los
hogares con celular pasaron del 60 por ciento a comienzos del ciclo
kirchnerista a 88 por ciento en 2013, aquellos con computadora saltaron
del 49 al 57 y los que tienen auto del 34 al 38 por ciento. El proceso
de financierización fue impactante: la cantidad de cajas de ahorro
prácticamente se duplicó entre 2002 y 2013 (2).
Se
trata de una de las grandes paradojas del kirchnerismo y una de las
fuentes de sus deudas pendientes. Cualquier balance de la década, ganada
o perdida, no puede dejar de lado el hecho de que pensó poco al Estado y
mucho menos al mercado que contribuyó a crear, en una línea con la
histórica dificultad de la izquierda para considerar al mercado como
realmente existe y no como una entelequia, lo que luego le impide medir
sus consecuencias, comenzando por sus efectos subjetivos en el largo
plazo. ¿Es posible reconstruir un proyecto de igualdad y bienestar si se
subestiman las consecuencias de un Estado que cambió poco y un mercado
que cambió mucho?
En la vereda de enfrente, la segunda paradoja. El macrismo es un gobierno explícitamente market friendly
que enfrenta serias dificultades para construir mercados. Si la
dictadura aplicó un protoneoliberalismo aperturista y desregulador pero
sin privatizaciones y el menemismo emprendió la reforma del Estado
enfundado en el overol peronista, la actual administración es más
transparente: por la pertenencia social, la inclinación ideológica y los
antecedentes profesionales de buena parte de sus responsables –31 por
ciento de los funcionarios con rango superior a subsecretario de Estado
desempeñaban una posición gerencial en el sector privado en el momento
en que fueron convocados al Estado– (3), el macrismo lidera el primer gobierno claramente pro mercado de nuestra historia.
Que
al mismo tiempo, increíblemente, le escatima la experiencia de mercado a
una parte importante de la sociedad. El macrismo prometió libertad para
comprar dólares, pero no garantiza los ingresos suficientes para que
los pequeños ahorristas la aprovechen. Propuso la utopía del acceso a la
vivienda a través de nuevas modalidades crediticias, pero no logró
evitar que la inflación se coma los UVA. Dispuso que el ANSES otorgue
créditos a tasa fija para los jubilados y beneficiarios de la AUH, pero
el desplome del trabajo informal y la inflación fueron creando serias
dificultades para pagarlos y obligando a los sectores populares a
recurrir a estrategias desesperadas, como las financieras que cobran
tasas del 180 por ciento. En otras palabras, el macrismo tuvo más éxito
en proponer la utopía de una sociedad de mercado que en garantizar los
beneficios de su realidad.
Bolsonarización
La
inclusión de nuevos sectores sociales al mercado es un recurso básico de
construcción de legitimidad política. Con sus políticas de pleno
empleo, salarios altos y vacaciones, el peronismo de los 40 dio el
primer gran paso para acercar a los trabajadores, las clases medias
emergentes y los migrantes internos a la experiencia del mercado, lo que
se reflejó por ejemplo en el boom de heladeras SIAM, que
investigaciones posteriores comprobaron como un hito familiar en la
memoria emotiva de las clases populares (4).
Más tarde la inclusión al mercado seguiría desempeñando un rol central
en la vida política argentina: el auge de la industria nacional durante
el desarrollismo, la ampliación a los productos importados en los
primeros años de la dictadura, por supuesto el menemismo, que incorporó
una serie de productos y servicios propios de la economía globalizada, y
finalmente el kirchnerismo, con su explosión de plasmas, motitos y
splits.
Recuperemos el comienzo de nuestro argumento antes de
concluir. Decíamos que el neoliberalismo es capaz de asumir diferentes
formas políticas y congeniar con diversas propuestas culturales en tanto
no ponga en riesgo su programa económico principal. En momentos en que
el neoliberalismo vuelve a operar como el paradigma que organiza la
gestión del gobierno nacional consideramos fundamental volver a
analizarlo, para entender qué cambió desde su irrupción en los 80, qué
elementos nuevos incorporó y hasta dónde avanzó en la penetración de las
subjetividades sociales. Por eso dedicamos al tema este Número Especial
de el Dipló, elaborado conjuntamente con el Instituto de Altos
Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín, que
festeja sus veinte años de vida.
Creemos finalmente que es
necesario advertir sobre un riesgo. Frente a la dificultad para
garantizar en los hechos el sueño de un mercado para todos que había
prometido en la campaña y con el tic tac electoral acelerándose, el
macrismo parece cada vez más tentado de seguir la fórmula de Bolsonaro,
que combina un programa económico ultraliberal con un autoritarismo
social tan ramplón como descarado. Aunque un océano de historia separa a
Brasil de Argentina, la política explícita de manos libres a las
fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich, las declaraciones acerca de
la tenencia de armas y la apelación xenófoba del propio presidente
sugieren la escena de un gobierno dispuesto a recurrir al atajo del
“discurso del orden”, como si los rigores del déficit cero pudieran
compensarse con la demagogia de la tolerancia cero. ¿Será ésta la
fórmula exacta del nuevo neoliberalismo?
Notas:
1. Véase la nota de la autora en la contratapa de esta edición.
2. Carla
del Cueto y Mariana Luzzi, “Salir a comprar. El consumo y la estructura
social en la Argentina reciente”, en Gabriel Kessler (comp.), La sociedad argentina hoy, Siglo XXI, 2015.
3. Observatorio de las elites argentinas, IDAES/UNSAM
4. Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de compras. Nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismo, Siglo XXI, 2014.
Este
artículo forma parte de la edición especial editada junto con el
Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional
de San Martín. Anatomía del neoliberalismo.
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