La movilidad humana
tiene muchas manifestaciones dependiendo de ciertas condiciones
corporalizadas como los refugiados, los migrantes indocumentados, el
desplazado por la violencia o por impactos ambientales. Es decir, la
movilidad de los cuerpos es constitutiva, como lo es el patriarcado, la
destrucción de la naturaleza y el racismo, al sistema mundo
moderno/colonial.
Pensemos en las personas que salieron de Europa en
los primeros siglos de conquista y colonización en la América para
cosechar riqueza, a la vez que jalonaba las migraciones de los esclavos
capturados en África para trabajar en los cañaverales en el norte de
Brasil, en Centro América o en las islas caribeñas. O el desplazamiento
forzado de los indígenas hacia las encomiendas o mitas como formas de
organizar el espacio extractivo-colonial, además de ser considerados
como los primeros refugiados que huyeron del genocidio por los blancos
europeos. Es decir, conforme migraban los europeos a América, migraba la
relación colonial para instalarse en los nuevos territorios y
reproducir allí, una forma de ser y estar en el mundo teniendo como base
las jerarquías raciales.
Inicialmente tenemos una visión de
las migraciones organizadas por el orden colonial, donde eran robados y
usados los cuerpos de los indígenas y negros para producir riqueza: el
trabajo esclavo y el encomendado. Este sistema ha continuado, pero a un
nivel mucho más complejo a tal punto que la migración está automatizada y
programada, es decir, está articulada a la complejidad
estructural-engranaje racial constituyente del capitalismo sofisticado,
produciendo Expulsiones como lo nombra Sassen (2015), como derivación de
la brutalidad con la que se acumula el capital.
La contención fronteriza
Dos casos paradigmáticos en la actualidad es la migración venezolana y
la hondureña. La primera es el resultado del bloqueo económico de los
Estados Unidos y de la Unión Europea, bloqueo acentuado en Venezuela por
ser una economía especializada-dependiente del petróleo, además de un
gobierno represivo y de una oposición intransigente para el dialogo que
permita superar la crisis económica. Aquí la migración venezolana tiene
como destino radicarse dentro de las fronteras colombiana y brasilera, y
que se extiende a los demás países de América del Sur. En el segundo,
la migración hondureña cobra crucial importancia porque sus fronteras ya
no son con Guatemala o Salvador, sino directamente con los Estados
Unidos. Es decir, la “contención fronteriza” con los Estados Unidos
comienza con estos países, dado que el gobierno norteamericano se da el
lujo de manejar las migraciones centroamericanas incluidas las
mexicanas, de allí las sanciones políticas o económicas que puedan
recibir estos países. Según esto, los países de Guatemala, Salvador y
Honduras son vistos por EE. UU como países de “contención fronteriza”,
en tanto que son países que dependen económicamente tanto de las remesas
norteamericanas como de los programas de ayuda financiera, para el
fortalecimiento de las instituciones democráticas y de la seguridad
ciudadana, es decir, en corrupción y robo.
No hay robo de los
cuerpos en los dos procesos migratorios, sino expulsión por las
dinámicas estructurales organizadas desde el centro del sistema-mundo.
Las salidas masivas de cuerpos ya no soportan la precariedad y la
escasez producida por las políticas americanas y europeas, cuya base
está apoyada por la estructura de poder global sobre las economías
nacionales-periferizadas.
La migración hondureña no es más que
la manifestación que de un Estado que fue constituyéndose como fallido
por la historia de la oligarquía, la dictadura militar, la guerra civil,
el golpe de Estado y la intervención de los Estados Unidos socavando la
economía para nueve millones de habitantes. Además de las empresas que
ingresan promoviendo empleo, pero aniquilando y entorpeciendo los
procesos de autonomización-comunalización de los pueblos. No hay que
olvidar el asesinato de Berta Cáceres que estaba en contra de
hidroeléctrica a la cual se opuso desde sus comienzos, ciudades
controladas por los grupos paramilitares o las maras salvatruchas al
servicio del poder local y nacional, lo que ha catapultado a Honduras
como el país que se ubica en los primeros puestos del ranking de los más
violentos del mundo. Así, los habitantes que salen del país no
solamente no tienen espacio al interior de Honduras, sino que no pueden
tener espacio en el Estado americano que los oprime, pero se beneficia
de la opresión al interior del país centroamericano. Esta migración no
es cualquiera, sino una migración sin nación, una migración de
permanente expulsión.
La expulsión permanente de los cuerpos
Ya no existe un robo físico de los cuerpos, sino si una extracción de
los mismos, asociado especialmente a lo que denomino “la imagen
geográfica de bienestar” puesto que el bienestar imaginariamente está
localizado en el espacio desde el cual se comanda la opresión.
La migración hondureña no se asemeja a las migraciones producto de las
guerras o de los conflictos armados como el colombiano o el sirio, sino
que ésta responde a la complejidad-estructural del capital que produce
la desigualdad al interior de un Estado. Quizás muchas migraciones del
mundo “subdesarrollado” hayan sido por esta desigualdad estructural,
pero sin duda en Honduras nos encontramos con un caso crónico.
De allí, que los que migran tengan dos imaginarios al mismo tiempo sobre
los lugares: el lugar dejado como el subdesarrollado y una memoria de
dolor, así haya una sensación de añoranza, y el segundo, el lugar
desarrollado y deseado, pero aun siendo una hipótesis de tranquilidad.
En el medio de estos dos lugares, el vivido y el deseado, está el
transito como realidad sentida donde se vive arriesgo de perder la vida.
Según esto, las migraciones desde Honduras es la muestra indicativa de
cómo los cuerpos racializados tienen dos opciones, ser explotados en su
lugar de origen y/o ser cuerpos explotables al interior del imperio.
Esta modalidad de migración no solamente parece un acto de
sobrevivencia, sino que debe de entenderse como una reorganización de
los territorios donde se juega con los cuerpos, se los usa y se los
desecha, se los desplaza y se los emplaza dependiendo de la necesidad
estructural del sistema capitalista. Es claro que toda migración de este
tipo le subyace un dolor, una frustración y una rabia de los pueblos
que salen deshumanizados, eso es innegable, pero estamos asistiendo a
migraciones explotativas necesarias que requiere esta civilización,
porque en ese trayecto se van desechando cuerpos y se usan los
restantes. Esto quiere decir, que esta nueva forma de comprender la
migración ya no debería ser entendida como acto de sobrevivencia, sino
de la extracción de los cuerpos de sus lugares de origen, se vive un
presente de “expulsión permanente”. Una expulsión sofisticada que ha
dado lugar a que la explotación o deshumanización sea el horizonte
migratorio de los pueblos sólo al servicio del capital moderno/colonial.
Tener conciencia de esto, nos ayudara a leer mejor los
fenómenos migratorios del presente siglo, que necesitan ser leídas de
acuerdo a su especificidad dentro de una estructura de poder
internacional organizada por un capitalismo sofisticado y por la
colonización-extracción- expulsión de los cuerpos.
Cristian Abad Restrepo es geógrafo
No hay comentarios:
Publicar un comentario