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viernes, 16 de noviembre de 2018

Entre el extractivismo de los cuerpos y su expulsión permanente


La movilidad humana tiene muchas manifestaciones dependiendo de ciertas condiciones corporalizadas como los refugiados, los migrantes indocumentados, el desplazado por la violencia o por impactos ambientales. Es decir, la movilidad de los cuerpos es constitutiva, como lo es el patriarcado, la destrucción de la naturaleza y el racismo, al sistema mundo moderno/colonial.
Pensemos en las personas que salieron de Europa en los primeros siglos de conquista y colonización en la América para cosechar riqueza, a la vez que jalonaba las migraciones de los esclavos capturados en África para trabajar en los cañaverales en el norte de Brasil, en Centro América o en las islas caribeñas. O el desplazamiento forzado de los indígenas hacia las encomiendas o mitas como formas de organizar el espacio extractivo-colonial, además de ser considerados como los primeros refugiados que huyeron del genocidio por los blancos europeos. Es decir, conforme migraban los europeos a América, migraba la relación colonial para instalarse en los nuevos territorios y reproducir allí, una forma de ser y estar en el mundo teniendo como base las jerarquías raciales.
Inicialmente tenemos una visión de las migraciones organizadas por el orden colonial, donde eran robados y usados los cuerpos de los indígenas y negros para producir riqueza: el trabajo esclavo y el encomendado. Este sistema ha continuado, pero a un nivel mucho más complejo a tal punto que la migración está automatizada y programada, es decir, está articulada a la complejidad estructural-engranaje racial constituyente del capitalismo sofisticado, produciendo Expulsiones como lo nombra Sassen (2015), como derivación de la brutalidad con la que se acumula el capital.
La contención fronteriza
Dos casos paradigmáticos en la actualidad es la migración venezolana y la hondureña. La primera es el resultado del bloqueo económico de los Estados Unidos y de la Unión Europea, bloqueo acentuado en Venezuela por ser una economía especializada-dependiente del petróleo, además de un gobierno represivo y de una oposición intransigente para el dialogo que permita superar la crisis económica. Aquí la migración venezolana tiene como destino radicarse dentro de las fronteras colombiana y brasilera, y que se extiende a los demás países de América del Sur. En el segundo, la migración hondureña cobra crucial importancia porque sus fronteras ya no son con Guatemala o Salvador, sino directamente con los Estados Unidos. Es decir, la “contención fronteriza” con los Estados Unidos comienza con estos países, dado que el gobierno norteamericano se da el lujo de manejar las migraciones centroamericanas incluidas las mexicanas, de allí las sanciones políticas o económicas que puedan recibir estos países. Según esto, los países de Guatemala, Salvador y Honduras son vistos por EE. UU como países de “contención fronteriza”, en tanto que son países que dependen económicamente tanto de las remesas norteamericanas como de los programas de ayuda financiera, para el fortalecimiento de las instituciones democráticas y de la seguridad ciudadana, es decir, en corrupción y robo.
No hay robo de los cuerpos en los dos procesos migratorios, sino expulsión por las dinámicas estructurales organizadas desde el centro del sistema-mundo. Las salidas masivas de cuerpos ya no soportan la precariedad y la escasez producida por las políticas americanas y europeas, cuya base está apoyada por la estructura de poder global sobre las economías nacionales-periferizadas.
La migración hondureña no es más que la manifestación que de un Estado que fue constituyéndose como fallido por la historia de la oligarquía, la dictadura militar, la guerra civil, el golpe de Estado y la intervención de los Estados Unidos socavando la economía para nueve millones de habitantes. Además de las empresas que ingresan promoviendo empleo, pero aniquilando y entorpeciendo los procesos de autonomización-comunalización de los pueblos. No hay que olvidar el asesinato de Berta Cáceres que estaba en contra de hidroeléctrica a la cual se opuso desde sus comienzos, ciudades controladas por los grupos paramilitares o las maras salvatruchas al servicio del poder local y nacional, lo que ha catapultado a Honduras como el país que se ubica en los primeros puestos del ranking de los más violentos del mundo. Así, los habitantes que salen del país no solamente no tienen espacio al interior de Honduras, sino que no pueden tener espacio en el Estado americano que los oprime, pero se beneficia de la opresión al interior del país centroamericano. Esta migración no es cualquiera, sino una migración sin nación, una migración de permanente expulsión.
La expulsión permanente de los cuerpos
Ya no existe un robo físico de los cuerpos, sino si una extracción de los mismos, asociado especialmente a lo que denomino “la imagen geográfica de bienestar” puesto que el bienestar imaginariamente está localizado en el espacio desde el cual se comanda la opresión.
La migración hondureña no se asemeja a las migraciones producto de las guerras o de los conflictos armados como el colombiano o el sirio, sino que ésta responde a la complejidad-estructural del capital que produce la desigualdad al interior de un Estado. Quizás muchas migraciones del mundo “subdesarrollado” hayan sido por esta desigualdad estructural, pero sin duda en Honduras nos encontramos con un caso crónico.
De allí, que los que migran tengan dos imaginarios al mismo tiempo sobre los lugares: el lugar dejado como el subdesarrollado y una memoria de dolor, así haya una sensación de añoranza, y el segundo, el lugar desarrollado y deseado, pero aun siendo una hipótesis de tranquilidad.
En el medio de estos dos lugares, el vivido y el deseado, está el transito como realidad sentida donde se vive arriesgo de perder la vida. Según esto, las migraciones desde Honduras es la muestra indicativa de cómo los cuerpos racializados tienen dos opciones, ser explotados en su lugar de origen y/o ser cuerpos explotables al interior del imperio.
Esta modalidad de migración no solamente parece un acto de sobrevivencia, sino que debe de entenderse como una reorganización de los territorios donde se juega con los cuerpos, se los usa y se los desecha, se los desplaza y se los emplaza dependiendo de la necesidad estructural del sistema capitalista. Es claro que toda migración de este tipo le subyace un dolor, una frustración y una rabia de los pueblos que salen deshumanizados, eso es innegable, pero estamos asistiendo a migraciones explotativas necesarias que requiere esta civilización, porque en ese trayecto se van desechando cuerpos y se usan los restantes. Esto quiere decir, que esta nueva forma de comprender la migración ya no debería ser entendida como acto de sobrevivencia, sino de la extracción de los cuerpos de sus lugares de origen, se vive un presente de “expulsión permanente”. Una expulsión sofisticada que ha dado lugar a que la explotación o deshumanización sea el horizonte migratorio de los pueblos sólo al servicio del capital moderno/colonial.
Tener conciencia de esto, nos ayudara a leer mejor los fenómenos migratorios del presente siglo, que necesitan ser leídas de acuerdo a su especificidad dentro de una estructura de poder internacional organizada por un capitalismo sofisticado y por la colonización-extracción-expulsión de los cuerpos.
 Cristian Abad Restrepo es geógrafo 

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