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viernes, 1 de junio de 2018

Vacunas frente a la violencia en Colombia y México


Guillermo Oglietti
@GOglietti
Existen dos grandes hipótesis que explican la criminalidad. La primera dice que el delito disminuye cuando aumenta la “disuasión”, que está compuesta por dos elementos: la probabilidad de atrapar y condenar al delincuente (que depende de la eficacia y tamaño del aparato policial y judicial) y la severidad del castigo esperada por los criminales (básicamente, la dureza de la pena en años de prisión, multas, etc.). Una segunda hipótesis sostiene que el crimen se explica por factores sociológicos, y pone el énfasis en la desigualdad. Estas hipótesis no son excluyentes y ambas explican fracciones de este complejo fenómeno de la violencia.
Los estudios empíricos que analizan la criminalidad, contrastan estas dos hipótesis, comparando la incidencia en el crimen de los atributos del sistema judicial -como las probabilidades de que el delincuente sea arrestado, procesado y condenado, y la severidad de las penas que representan el impacto de la primera hipótesis- y también suelen incluir las condiciones del mercado de trabajo, como desempleo, nivel de ingreso (que representa el costo de oportunidad de delinquir) y algunas variables socioeconómicas como raza, edad y porcentaje de población urbana.
Los resultados de los estudios son ambiguos: algunos confirman que el ¨efecto disuasión¨ logra disuadir el delito, mientras que otros hallan que, por el contrario, ¡el efecto disuasión aumenta el delito! Es frecuente encontrar que los delitos leves, típicamente los crímenes contra la propiedad, consiguen ser disuadidos gracias a la severidad de las penas y la probabilidad de condena, sin embargo, los delitos más violentos, están mejor explicados por los enfoques que tratan el problema como un desorden social.
Lamentablemente, no son muchos los artículos que analizan la relación entre desigualdad y el crimen, sin embargo, casi sin excepción, estos trabajos[1] muestran que existe una robusta relación entre la desigualdad y los delitos, especialmente los delitos violentos. Esta relación es un hecho estilizado que se observa en estudios correspondientes a todas las latitudes. De hecho, suele argumentarse que la elevada tasa de criminalidad violenta en EE.UU., en contraste con los bajos registros de todos los países desarrollados, se explica por el liderazgo de este país en los indicadores de desigualdad. En este sentido, también apuntan los registros de América Latina, que es la región más desigual del planeta y también la región más violenta (gráfico 1).
Gráfico 1.
Tasa de homicidios por región. 2008-2013
Desigualdad y violencia
Fuente: Estadísticas de homicidios UNODC.
Colombia y México integran el grupo de países más violentos de la región más violenta del planeta,[2] y la situación continúa agravándose. México atraviesa el momento más sangriento de su historia (70 asesinatos diarios)[3] y la delincuencia es el principal problema que percibe la población[4]. La inseguridad en Colombia sigue siendo la principal preocupación ciudadana (junto con la corrupción).[5]
Ambos países han apostado por la vía de la disuasión para combatir los crímenes violentos. También tienen acuerdos vigentes con EE.UU. para combatir la violencia, de la mano del Plan Colombia de 1999 y la Iniciativa Mérida (también llamado Plan México) de 2008. Sin embargo, ni la complementación en materia de seguridad con EE.UU. ni la estrategia de la disuasión y los esfuerzos presupuestarios para implementar la guerra contra el narcotráfico parecen haber servido para disminuir la violencia en estos países, sino todo lo contrario.
Colombia y México son los países de América Latina con mayor cantidad de periodistas asesinados[6] de acuerdo al informe 2018 del Comité para la Protección de Periodistas que recoge estadísticas globales. No existe un comité similar para la protección de dirigentes y políticos progresistas, pero fácilmente puede comprobarse que existe una ola de crímenes políticos en estos dos países. Ambos tienen una triste tradición en términos de magnicidios que revela una incapacidad de sus democracias para resolver las diferencias políticas.
Esta intolerancia política no se limita a la seguridad de candidatos presidenciales, como en el reciente atentado al candidato progresista Gustavo Petro en la ciudad de Cúcuta, sino que afecta a todas las instancias y jerarquías políticas. El listado de líderes sociales asesinados desde la firma de los Acuerdos de Paz en Colombia se eleva a 217[7] mientras que en México el actual proceso electoral ya cuenta 93 candidatos asesinados y más de 300 agresiones.
La política es una profesión de alto riesgo en estos dos países y, quizás, esto explique las dificultades que tienen las mayorías para ser adecuadamente representadas con programas de gobiernos progresistas. Si algo caracteriza a México y a Colombia es que ninguna fuerza política progresista ha llegado al poder en algún momento de su historia reciente, como sí ha sucedido en casi toda la región.
Las políticas económicas y sociales destinadas a reducir la criminalidad son muy diferentes de acuerdo a cuál de las hipótesis se valide. La primera hipótesis de la disuasión, implica destinar recursos presupuestarios al gasto judicial y represivo. La segunda hipótesis implica que el grueso de los recursos debería destinarse a combatir la raíz del problema, por ejemplo, a través de la creación de hogares sustitutos para niños en situación de calle, subsidios de subsistencia, educación inclusiva desde la primera infancia -por supuesto, primaria y secundaria-, creación de puestos de trabajo, políticas de contención, redistributivas, etc. que disminuyan la desigualdad.
Es de público conocimiento que en tiempos de globalización neoliberal la desigualdad ha aumentado de forma notoria. Pero la “percepción” de la desigualdad, que es la fuente subjetiva que impulsa la violencia, ha aumentado aún más. Esto se debe a que la percepción de desigualdad es un fenómeno comparativo, fruto del contraste entre el ingreso y el modo de vida de cada familia y el estándar de los estratos más altos de la sociedad. Los medios de comunicación han acercado las distancias y las comparaciones intrafamiliares ya no se hacen entre familias vecinas de una misma ciudad, sino de todo el país o el planeta. En otras palabras, cada familia de cualquier rincón de Latinoamérica define su nivel de insatisfacción con la desigualdad entre su nivel de vida y el de Messi, Slim y Shakira.
Colombianos y mexicanos enfrentan la delincuencia de la misma forma que los antigripales atacan la gripe: van por los síntomas y no por el virus que la causa. ¿Pueden los ciudadanos razonablemente esperar que sus problemas de inseguridad se solucionen confiando en el mismo modelo por el que vienen apostando, sin éxito, desde hace décadas?
Ambos países están atravesando simultáneamente elecciones presidenciales donde se enfrentan dos modelos económicos y políticos antagónicos en materia de seguridad. AMLO y Petro proponen un tratamiento “vacuna” porque coinciden en interpretar que la violencia es síntoma de una enfermedad social generada por el modelo neoliberal. Anaya y Duque apuestan por los mismos antigripales de siempre.
[1] http://irserver.ucd.ie/bitstream/handle/10197/523/kellym_article_pub_004.pdf
https://www.journals.uchicago.edu/doi/abs/10.1086/338347

https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0304387804001117
[2] https://www.eleconomista.com.mx/politica/Mexico-es-el-pais-mas-violento-de-America-20170726-0118.html

[3] https://elpais.com/internacional/2018/01/21/mexico/1516560052_678394.html
[4] http://hoy.com.do/la-inseguridad-encabeza-las-preocupaciones-de-ciudadanos-2/
[5] http://www.eltiempo.com/politica/congreso/resultados-encuesta-bimestral-de-gallup-colombia-188434
[6] https://www.infobae.com/america/mundo/2018/02/10/los-paises-en-los-que-mas-periodistas-fueron-asesinados-en-los-ultimos-25-anos/
[7] http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/el-mapa-de-los-lideres-sociales-asesinados-en-colombia-184408

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