La conmemoración de la
gesta de los Mártires de Chicago se tradujo ayer en confrontaciones
entre manifestantes y las corporaciones policiales en puntos tan
distantes entre sí como París, Estambul, Santiago de Chile y
Tegucigalpa. En muchas otras ciudades del mundo los trabajadores tomaron las
calles no sólo con afanes conmemorativos sino también para expresar
descontentos inmediatos por lo que constituye una embestida generalizada
de gobiernos, organismos internacionales y corporaciones trasnacionales
para la desregulación de las relaciones laborales.
Más allá de los niveles de desarrollo económico, de idiomas y
culturas, esta ofensiva en contra del trabajo pone de manifiesto el
lineamiento neoliberal de suprimir a los sectores laborales como sujetos
políticos y sociales, además de remodelar la economía global de acuerdo
con un nuevo paradigma: el de
emprendedoresindependientes,
sociosy
proveedoresde mano de obra que venden su fuerza de trabajo en un mercado de antemano controlado por la demanda.
El proyecto es atomizar a las clases trabajadoras para convertirlas
en grupos de individuos aislados en estado de total indefensión e
incapaces de negociar salarios, condiciones y prestaciones. Un
instrumento fundamental en este designio es la distorsión del libre
comercio –el de América del Norte, normado por el TLCAN, es un caso
paradigmático– para facilitar la coordinación de las corporaciones en
los distintos escenarios nacionales en los que actúan y obstaculizan la
acción común de las organizaciones gremiales.
Ciertamente, la acelerada y permanente transformación
tecnológica, el surgimiento de un nuevo modelo de telecomunicaciones y
el fortalecimiento del sector de servicios en detrimento de las
industrias tradicionales hacen inevitable la modificación de las
relaciones laborales entre patrones y asalariados. Lo cierto es que los
capitales han cosechado prácticamente todos los beneficios de tal
modificación y que los trabajadores han cargado con los perjuicios. Un
ejemplo claro es el del incremento sostenido de la productividad en los
principales sectores económicos, el cual habría debido traducirse en
reducciones significativas de las jornadas de trabajo; pero el fenómeno
ha generado más bien porcentajes de desempleo y desajustes sociales y
paradojas como la de un aumento de la edad de retiro y la pérdida de
perspectivas de jubilación para los jóvenes.
En países como el nuestro, marcados por un bono demográfico –esto es,
por la preponderancia de población joven–, tendría que ser de obvia
necesidad la formulación de una estrategia económica radicalmente
distinta de la seguida hasta ahora, a fin de recurrir al uso intensivo
de la mano de obra para dar empleo a los cientos de miles de jóvenes que
se incorporan cada año al mercado laboral, abandonar de una vez por
todas las políticas de contención salarial imperantes desde hace más de
tres décadas y poner fin al constante hostigamiento en contra de las
organizaciones sindicales independientes.
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