Las
circunstancias que afectan a los gobiernos progresistas en América
Latina siguen despertando mucha atención. Algunas reflexiones recientes
señalan una crisis, un final o un agotamiento del progresismo, mientras
que otros rechazan cualquier debilidad o retroceso (1). Intentando salir
del ruido en este debate, se confirma la divergencia entre izquierdas y
progresismos, donde éstos últimos muestran una condición propia de un
agotamiento antes que un final. Sorpresivamente, unos cuantos defensores
de los progresismos en lugar de repotenciarlo confirman esta situación.
El
reconocimiento que los progresismos tienen una identidad política en sí
misma es evidente desde los dichos y prácticas de esos gobiernos y sus
bases de apoyo. Estos usan ese rótulo, lo defienden, e incluso lo usan
en sus coordinaciones continentales (como los Encuentros
Latinoamericanos Progresistas, ELAP).
Esta distinción del
progresismo como un régimen político distintivo, que resulta de una
“gran divergencia” con las izquierdas desde las cuales se originaron, ya
fue señalada poco tiempo atrás (2). En efecto, las izquierdas de fines
de los años noventa, entre otras cosas criticaban las bases conceptuales
del desarrollo, se comprometieron a terminar con la corrupción en el
estado y la política, defendían la ampliación de los derechos y la
justicia, buscaban una radicalización de la democracia con más
participación y consultas, y estaban estrechamente vinculadas a diversos
movimientos sociales.
Los progresismos actuales, en
cambio, abrazan las ideas del desarrollo aunque disputan la apropiación
de sus excedentes, parecen haberse rendido ante la corrupción, recortan
algunos derechos ciudadanos, insisten en una mirada economicista de la
justicia, detuvieron o retrocedieron en los mecanismos de democracia
participativa y deliberativa para volcarse hacia el
hiperpresidencialismo, y poco a poco se fueron desconectando de muchos
movimientos sociales hasta terminar enfrentados con algunos de ellos.
Los
progresismos se reconocen a sí mismos como una familia política y
establecen claras distinciones con otras posturas. Se presentan como
parte de un mismo agrupamiento progresista gobiernos que van desde
Nicolás Maduro en Venezuela hasta Tabaré Vázquez en Uruguay. A la vez se
consideran distintos, por un lado de los gobiernos conservadores (otro
amplio conjunto que incluye a O. Humala en Perú o J.M. Santos en
Colombia), y por otro lado, del resto de las izquierdas, a las que
varios califican como infantiles, ultra, radicales o trotskistas. Por
todo este tipo de razones, las diferencias entre izquierdas y
progresismos se han vuelto fáciles de capturar y las organizaciones
ciudadanas las usan cada vez más.
Es comprensible que
existan muchos entusiastas del progresismo, pero también hay que aceptar
que sus ideas y prácticas merecen ser sopesadas críticamente. Si eso se
hace con seriedad, está claro que estos progresismos no se han vuelto
neoliberales. Calificarlos de esa manera no sólo me parece exagerado,
sino que muestra problemas conceptuales en entender el concepto de
neoliberalismo.
Pero los progresismos también son
diferentes de las posiciones de las izquierdas plurales, independientes y
democráticas de las que partieron a finales de los años noventa. Los
progresismos rehúyen de las pluralidades y prefieren los pensamientos
únicos, no les gusta mucho la independencia ya que reclaman obediencia, y
privilegian la delegación democrática hacia el hiperpresidencialismo
antes que radicalizarla localmente.
En cuanto a sus ideas
sobre el desarrollo, cuando se analiza lo que dicen y hacen los
progresismos, si bien hay matices en sus estrategias, todas ellas buscan
el crecimiento económico a partir de la exportación de recursos
naturales y la atracción de inversiones, apoyan la ampliación del
consumo popular y aplican algunas medidas compensatorias con los
sectores más pobres. Sus Estados conceden al capital en varios frentes
para conseguir estabilidad económica e inserción comercial, mientras que
intenta controlarlo en otros, en especial allí donde puede aumentar la
captura estatal de excedentes. Supieron aprovechar una coyuntura de
altos precios de las materias primas y crisis en las naciones
industrializadas para crecer económicamente.
Fin de ciclo o agotamiento
Esas
estrategias están enfrentando variados problemas, y que son
especialmente evidentes en Venezuela y Brasil. Bajo ese contexto
resurgió el debate sobre si esos progresismos están en una crisis
terminal o se están agotando. La distinción entre las dos condiciones no
es menor, ya que sería muy arriesgado hablar de un final de ciclo. Aún
bajo condiciones muy adversas, los agrupamientos políticos progresistas
pueden ganar una elección y retener el poder (como sucedió con la
reelección de Dilma Rousseff en 2014 en Brasil). Incluso hay
progresismos que por ahora tiene buen respaldo y son estables (como el
Frente Amplio en Uruguay).
Pero más allá de si retienen o
no los gobiernos, es más claro que se ha debilitado la reflexión
teórica que los sostenía, están perdiendo sus capacidades de innovación,
de responder a las nuevas circunstancias, y les cuesta mucho mantener
alineada a su propia militancia por lo que deben recurrir asiduamente a
las adhesiones de sus propios funcionarios o a impresionantes campañas
publicitarias. Se le hace más difícil explicar los pactos económicos
para sostener sus estrategias de desarrollo (como las concesiones al
capital extranjero, las flexibilizaciones sociales y ambientales o los
acuerdos con la vieja derecha). Siguen pendientes problemas serios, como
la violencia urbana o agudos deterioros ambientales. La conclusión es
que no estamos ante una crisis final sino que presenciamos un
agotamiento.
Al sumarse los problemas, la conflictividad
retoma en varios países, pero ya no se logra apaciguarla fácilmente
apelando al encantamiento con ideas y sensibilidades progresistas. A la
vez, hay menos opciones para revertirla por medio de compensaciones
económicas. El Estado progresista se ve forzado a lidiar con la
conflictividad mediante otros instrumentos, como recortando algunos
derechos, criminalizando la protesta, e incluso ha llegado a cruzar
algunas líneas rojas de la represión (como ha ocurrido recientemente
contra movilizaciones indígenas en Ecuador y Bolivia). Son medidas que
alejan a esos gobiernos todavía más de la izquierda y los vuelve aún más
progresistas.
Las defensas progresistas
Es
bajo esta coyuntura que aparecen las recientes defensas a los
progresismos. En muchas de ellas los alcances son limitados y se repiten
ideas comunes, pero lo que más impacta es que en su propia formulación
refuerzan esta percepción de agotamiento. Algunos ejemplos ilustran esta
situación.
Como los argumentos escasean, posiblemente las
defensas más comunes están en afirmar que cualquier cuestionamiento
expresa pensamientos conservadores o sirve a los intereses de la
derecha. No se analizan las puntualizaciones de la izquierda, sino que
el progresismo inmediatamente la rotula de conservadora. O bien, se
afirma que las prédicas de la izquierda son funcionales a las ideas
conservadores. Tampoco hay argumentos, sino que se parte de un juicio
previo donde cualquier crítica al progresismo siempre serviría a
intereses conservadores y por ello debe ser rechazada.
Otras
defensas se centran en destacar hechos positivos, como la reducción de
la pobreza o el control nacional sobre algunos recursos naturales. Sin
duda allí hay avances progresistas, y esas son sus herencias más
positivas. Pero parece que no se asume que ese tipo de justificaciones
están perdiendo su fuerza, y que las contradicciones actuales de ese
tipo de desarrollo son cada vez más claras. La insistencia en reducir la
justicia al campo de los instrumentos de compensación económica parece
estar chocando son sus límites, y se hace evidente que por ese sendero
se vuelve a caer en una mercantilización de la vida social y la
Naturaleza, un extremo que las izquierdas rechazan pero los progresismos
parecen aceptar bajo ciertas condiciones.
Están los que
afirman que los progresismos no pueden ser culpados por los problemas
actuales ya que ellos se deben a lo que ocurrió diez o quince años
atrás, bajo los gobiernos neoliberales. Por ejemplo, la
desindustrialización en Brasil sería culpa de las administraciones
Collor o Cardoso, y se evita analizar en detalle las responsabilidades
de los dos gobiernos de Lula da Silva o Dilma Rousseff. En la misma
línea, otros van todavía mucho más atrás, sosteniendo que
contradicciones actuales, como los extractivismos, no se pueden resolver
porque venimos haciendo lo mismo durante cinco siglos.
Aquí
el agotamiento se expresa como fugas al pasado que desnudan las trabas
en asumir un análisis crítico sobre el presente. Siguiendo con el
ejemplo de Brasil, hay dificultades para evaluar el papel del
progresismo en exacerbar la primarización de las exportaciones, el
desmedido apoyo gubernamental a las grandes corporaciones (los llamados
“campeones nacionales”, algunos de los cuales ahora se sabe participaban
en redes de corrupción con el mundo político), las resistencias a
lograr cadenas productivas compartidas con los países vecinos, o las
medidas financieras que sobre todo beneficiaron a la banca.
Otras
defensas, en cambio, se atrincheran en la dimensión internacional,
aunque por momentos se cae en simplificaciones fenomenales. Los
progresismos por cierto han tenido momentos estelares, como la derrota
del ALCA, y que debemos reconocer. Pero eso no impide analizar problemas
actuales, como los roles concedidos a China, las razones que explican
la ausencia de políticas regionales comunes en rubros claves como
energía o agroalimentos en espacios como UNASUR, o las incapacidades en
concretar efectivamente el Banco del Sur o el SUCRE.
Por
último, hay defensas progresistas que son bastante sinceras en dejar al
desnudo este agotamiento. Como no hay argumentos piden adhesión y
obediencia. Esto se puede ver, pongamos por caso, en los
cuestionamientos de Emir Sader a los que denomina como mesiánicos
escritores de misivas (tal vez en alusión a una carta pública donde
varios intelectuales alertábamos sobre el hostigamiento del
vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, a un puñado de ONGs).
Sader dice, con mucha acidez, que los que firman esas cartas públicas
son personas sin “ninguna capacidad de influencia en la realidad”, sin
“ningún vínculo con la izquierda latinoamericana realmente existente”, y
que cuando fueron candidatos partidarios tuvieron “votaciones
irrisorias” (3). Su posición es clara: abandona el sitio de un
intelectual independiente y crítico, para reclamar disciplina y adhesión
partidaria.
Si se apelara a una defensa basada en
argumentos y explicaciones, habría que fundamentar qué tiene de
izquierda amenazar con cerrar a organizaciones ciudadanas que trabajan
en temas de desarrollo o ambiente, o que apoyan a sindicatos o
indígenas. O analizar si un gobierno es realmente tan pero tan débil que
siente que cuatro pequeñas ONGs lo amenazan. O explicar cuál es la
lógica política de entender que una carta pública será cierta o errada
según el caudal de votos que pudieron tener algunos de sus firmantes.
Uno de los adherentes en defensa de esas ONGs fue Noam Chomsky, de donde
habría que preguntarse si lo que ha escrito ese académico debe ser
desechado por no haber ganado nunca una elección.
Cuando
el único camino que queda para este tipo de defensas es apelar a una
incondicional y disciplinada adhesión al gobierno, es evidente que
estamos ante un agotamiento conceptual. No se analiza si lo que hace un
gobierno está bien o mal, sino que se exige no hacer públicas las
críticas.
Relanzando debates en clave de izquierdas
¿Cómo
lidiar con esta situación? Las izquierdas que son plurales e
independientes no pueden quedar atrapadas bajo estas circunstancias. El
debate de ideas sigue siendo fundamental, el entendimiento de las
prácticas y urgencias de los movimientos sociales es indispensable, y el
antídoto ante los slogans sigue siendo manejos serios y rigurosos de la
información y los análisis. Las voces de las izquierdas son necesarias,
aunque sin duda deberán navegar bajo condiciones adversas ya que en
muchos casos serán hostigadas desde los progresismos como por la
derecha.
Las izquierdas plurales, democráticas e
independientes siguen teniendo un papel crítico, tanto para evitar
retornos a gobiernos y posturas conservadoras, como para alertar sobre
consecuencias negativas de los progresismos actuales. Muchas medidas que
están tomando estos gobiernos ante la presente crisis tienen efectos
casi contrarios a los supuestos beneficios que dicen sus defensores. Por
ejemplo, la adicción progresista a los extractivismos, está dejando
economías todavía más dependientes de las materias primas, un viejo
sueño de las corporaciones transnacionales que manejan el comercio en
esos rubros, y a la vez se traban las exploraciones de alternativas
postextractivistas, otro sueño de las empresas mineras y petroleras.
Las
izquierdas plurales y democráticas también deben estar atentas a no
caer en reflejos conservadores, ni ser partícipes de una restauración
neoliberal. El antídoto está en permanecer siempre enfocadas en los
compromisos con la justicia social y ambiental. Pero tampoco deberían
caer en guerrillas intelectuales donde la diferencia es personificada en
enemigos a combatir, o en una lucha para ver quién es más de izquierda.
Muy
por el contrario, las izquierdas deben relanzar sus propias miradas
críticas, que rescaten los aportes positivos de los progresismos, pero
que también sean capaces de entender sus contradicciones y retrocesos.
Ellas dejan en claro que los progresismos no son el final del camino,
sino una etapa en procesos de cambio que necesitar proseguir. No pueden
quedarse calladas, y todos tenemos que escuchar sus reflexiones sobre
justicia social y ambiental.
1. Algunas defensas conocidas son: ¿El final del ciclo (que no hubo)?, Emir Sader, ALAI (Quito), 14 setiembre 2015; Diagnosticadores de la capitulación, Aram Ahoronian, Nodal (Buenos Aires), 15 setiembre 2015; Geopolítica de América latina: entre la esperanza y la restauración del desencanto, Alfredo Serrano M., ALAI (Quito), 15 setiembre 2015. Entre las críticas recientes se pueden señalar a: El fin del relato progresista en América Latina, S. Schavelzon, Animal Político, La Razón, La Paz, 21 junio 2015; Hora de hacer balance del progresismo en América Latina, R. Zibechi, Brecha (Montevideo), agosto 2015; Venezuela: ¿crisis terminal del modelo petrolero rentista?, E. Lander, Aporrea (Caracas), Octubre 2014.
2. Esta distinción fue adelantada, por ejemplo, en Izquierda y progresismo: la gran divergencia, E, Gudynas, ALAI, Quito, 24 diciembre 2013, http://alainet.org/active/70074
3. Os missivistas messiânicos, E. Sader, Carta Maior (S. Paulo), 30 agosto 2015.
- Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Este artículo adelanta algunas ideas de un libro en preparación sobre la divergencia entre las izquierdas y los progresismos en América del Sur. Twitter: @EGudynas
http://www.alainet.org/es/articulo/172855
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