Brasil llega al fin de
octubre muy parecido a como estaba cuando el mes empezó: prácticamente
paralizado. La verdad es que desde enero, cuando Dilma Rousseff inició
su segundo mandato presidencial, se pasaron 10 meses de un gobierno
confuso y desarticulado, sufriendo todo tipo de chantaje por parte de
sus pretendidos aliados en el Congreso.
El clima golpista propiciado por políticos del oposicionista PSDB,
derrotado en octubre de 2014 por cuarta vez consecutiva en su intento de
volver a la presidencia de la república, permanece sólido, y todo el
poder está concentrado en manos de un solo hombre, Eduardo Cunha, que
preside la Cámara de Diputados. Hasta cuándo, nadie sabe: la justicia le
muerde los talones. Pero mientras tanto, es el todopoderoso de ocasión.
De él depende, de acuerdo con la legislación, aceptar o no un pedido
de instauración de juicio político a la presidenta Dilma Rousseff.
Fueron enviados a la Cámara de Diputados 28 pedidos. Cunha rechazó 20.
De los ocho que todavía están en sus manos, uno tiene pleno respaldo de los partidos de oposición, con Aécio Neves, el playboy provinciano derrotado por Dilma, a la cabeza.
Maestro de maestros cuando de chantajes se trata, Eduardo Cunha hace
oscilar su péndulo. Una mañana insinúa que podrá aceptar el pedido de impeachment presidencial,
y a la mañana siguiente dice que hay que estudiar mejor la
documentación. Es decir, se acerca a la oposición para luego matizar sus
intenciones junto al gobierno.
Mientras, el resultado del impasse vivido en Brasilia se hace visible. El tan mencionado
ajuste fiscalanunciado por el gobierno, y que en marzo determinaba un superávit fiscal de 66 mil millones de reales –unos 17 mil millones de dólares–, fue reducido en agosto a 8 mil 700 millones (en dólares, unos 2 mil 300 millones). Ahora, a finales de octubre, el gobierno reconoce que en realidad habrá en 2015 un déficit de proporciones siderales: 50 mil millones de reales (unos 13 mil millones de dólares).
La retracción del PIB, que en marzo era calculada en 0.7 por ciento,
fue revisada en agosto para 2 por ciento. Esta semana el equipo
económico de Dilma admite que será de 3 por ciento, y anticipa que en
2016 también habrá recesión.
Otro problema sin salida es la inflación. Si en marzo se preveía 7.9
por ciento este año, en agosto ya se reconocía que alcanzaría 9.3 por
ciento. A finales de octubre se sabe que en la mejor de las hipótesis
será de 9.8 por ciento.
En los últimos 12 meses fueron cerrados un millón 200 mil puestos de
trabajo. En septiembre, y a raíz de la fuerte desaceleración de la
economía, la recaudación fiscal ha sido la peor en cinco años.
Estas son algunas de las consecuencias de la parálisis que alcanza al
país. Y como gestor de esa parálisis está Eduardo Cunha, diputado por
Río de Janeiro, denunciado por corrupción, lavado de dinero, evasión
fiscal e intento de obstruir la justicia.
En la noche del jueves 22 de octubre el Superior Tribunal
Federal ordenó la repatriación de 2 millones y medio de dólares que las
autoridades suizas habían incautado en dos cuentas mantenidas por Cunha y
su mujer en el banco donde él dice que jamás tuvo cuenta (eran al menos
cuatro; otras dos él mismo las cerró cuando estalló en Brasil el
escándalo de corrupción en Petrobras, en que está hundido hasta el
cuello).
La verdad verdadera es que el noble parlamentario está lejos de ser
un neófito en las artes de delinquir. Sus antecedentes como corrupto se
remontan a hace 20 años, cuando presidió Telerj, la compañía telefónica
estatal del estado de Río de Janeiro. Luego anduvo en otros puestos
públicos, y no hay un solo, un único caso, en que al salir no haya
dejado un rastro contundente de escándalos.
Lo más curioso es leer el análisis de su perfil de inversionista del
banco Merrill Lynch en Suiza. Está escrito que se trata de un hombre que
hizo fortuna por invertir en el sector inmobiliario, así como en el de
energía. Es descrito como el empresario que implantó la telefonía móvil
en Brasil.
Vaya ironía. En el fondo, el analista tiene razón. Fue como gestor de
la empresa estatal de viviendas populares que Cunha incorporó millones
desviados a sus cuentas secretas en el exterior. Fue manipulando fondos
de jubilación del sector eléctrico que se hizo con un gordo par de
millones más. Y fue como presidente de una operadora estatal de
telefonía que fortaleció su patrimonio.
Solamente de lo desviado en Petrobras, al menos 5 millones de dólares fueron a parar en sus cuentas suizas.
¿Será el único parlamentario corrupto? De ninguna manera. Los hay por
doquier. Ahora mismo 20 por ciento de la Cámara de Diputados y 10 por
ciento del Senado están bajo investigación.
Ocurre que ninguno tiene el poder de, con una sola firma –la suya–, determinar un juicio político a la presidenta de la nación.
Cunha tiene sus días contados como presidente de la Cámara de Diputados, y lo sabe. Todos lo saben.
Lo que nadie sabe es hasta qué punto él está dispuesto a seguir
destrozando el país. Oscuro parlamentario hasta febrero pasado, dedicado
a distribuir favores a otras nulidades como él, de la noche a la mañana
se hizo presidente de sus pares. Se creyó impune para siempre.
Al descubrir que no, decidió dejar claro quién tiene el poder. Las
mismas manos que robaron pueden mantener el país paralizado por el
tiempo que él –o la justicia– determine.
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