R. Aída Hernández Castillo*
En las últimas tres
décadas los estados latinoamericanos llevaron a cabo una serie de
reformas legislativas para reconocer su carácter pluricultural,
sustituyendo el discurso en torno a la igualdad por una nueva retórica
sobre la diversidad cultural y sobre la necesidad de desarrollar
políticas públicas multiculturales. Estas reformas varían mucho de un
país a otro, pero en su mayoría incluyen el reconocimiento del carácter
multicultural de la nación, de los derechos colectivos de los pueblos
indígenas, el reconocimiento a sus sistemas normativos y formas de
autogobierno y el derecho a utilizar y preservar sus propios idiomas
indígenas. A partir de estas reformas los censos gubernamentales
reportan la existencia de 40 millones de hombres y mujeres que se
reconocen como indígenas, aproximadamente 10 por ciento de los
habitantes de América Latina.
No obstante los compromisos contraídos en estas nuevas legislaciones,
en los años recientes estamos siendo testigos de un retroceso en el
reconocimiento de los derechos políticos y territoriales de los pueblos
indígenas y de una embestida de violencia y despojo contra sus
territorios y recursos natutrales. Este contexto desolador fue analizado
en los primeros días de octubre durante el noveno Congreso de la Red
Latinoamericana de Antropología Jurídica (Relaju) en el marco del cual
científicos sociales, profesionales del derecho, activistas y
representantes de organizaciones de pueblos indígenas y
afrodescendientes de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Costa Rica,
Chile, Ecuador, Guatemala, México, Perú, Uruguay compartieron sus
conocimientos y experiencias en torno a los impactos de los
megaproyectos y la violencia gubernamental en la vida de las comunidades
originarias del continente.
Tanto las investigaciones presentadas como los testimonios de primera
mano expuestos por representantes de pueblos indígenas dieron cuenta de
la manera en que los estados latinoamericanos, incluyendo aquellos que
se reconocen como plurinacionales, vienen imponiendo megaproyectos
extractivos mineros, petroleros, forestales, de energía e
infraestructura, como represas, proyectos eólicos y carreteras, y
promoviendo la siembra de monocultivos y transgénicos, en los
territorios de los pueblos indígenas sin consulta ni consentimiento
previo, libre e informado. En nombre del
progreso y el desarrollose está justificando nuevamente el despojo y la violencia contra los pueblos originarios.
Especialmente grave es la situación de comunidades guaraní kaiowa y
guarani ñandéva, en la región de Mato Grosso do Sul y oeste del Paraná
brasileño, que han sido víctimas de masacres y desapariciones forzadas
por guardias blancas que trabajan para latifundistas de monocultivos,
con el fin de impedir la recuperación del territorio ancestral indígena.
Pudimos escuchar de viva voz por sus representantes y ver las imágenes
videograbadas de cómo hace apenas unas semanas hombres armados entraron a
la comunidad de Kurusu Amba, municipio de Coronel Sapucaia, en Mato
Grosso do Sul, e incendiaron el campamento, quemaron viva a una niña de
tan sólo un año de edad y desaparecieron a dos de sus dirigentes.
Conmovidos hasta las lágrimas con estas historias, los integrantes de la
Relaju nos comprometimos a difundir esta situación mediante un
pronunciamiento que está circulando en las redes sociales, en el que
demandamos el cese de la represión y acoso judicial contra estos
pueblos, así como la investigación y sanción de responsables de la
violencia.
Lamentablemente este no es un caso aislado; las fuerzas
policiacas estatales en muchos países se han convertido en los
guardianes de los intereses de las empresas trasnacionales y están
utilizando las legislaciones penales para criminalizar los movimientos
de resistencia. Esto ha ocurrido para la imposición del megaproyecto
minero Marlín en San Miguel de Ixtahuacán, en Guatemala, contra el
pueblo mam; con el megaproyecto minero Conga, contra las comunidades y
rondas campesinas de Cajamarca, en Perú; con la presa hidroeléctrica La
Parota, en el estado de Guerrero, contra las comunidades nahuas; con la
presa Bicentenario, contra el pueblo guarijío, y el acueducto
Independencia, contra el pueblo yaqui, en Sonora; así como los proyectos
hidroeléctricos en los ríos Madeira y Tapajos, en la amazonia del
Brasil, contra pueblos mura y munduruku. Con el uso de la ley antiterrorista
en Chile contra el pueblo mapuche que resiste los proyectos que les
despojan y destruyen sus bosques. Aun en Bolivia y Ecuador, donde se
habían logrado dos de las constituciones más avanzadas en torno a los
derechos de los pueblos indígenas, la retórica del desarrollo está
siendo utilizada para la destrucción y despojo de sus recursos; con la
imposición de la carretera del Tipnis, en Bolivia, y la promoción de
proyectos petroleros en el Parque Nacional Yasuní, en Ecuador.
Hemos pasado de la era del reconocimiento a la del despojo contra los
pueblos indígenas. Pero esta violencia estatal contra los pueblos no
sólo atenta contra los derechos indígenas, atenta contra todos nosotros,
pues pone en primer lugar los intereses del gran capital por sobre la
conservación y respeto a la Madre Tierra y sus habitantes. Nos pone en
peligro a todos y urge que reaccionemos apoyando las luchas de los
pueblos originarios en defensa de la vida, la tierra y el territorio.
* Profesora/investigadora de Ciesas e integrante de la Red Latinoamericana de Antropología Jurídica
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