Frei Betto
Adital
Me
siento muy honrado al recibir el título de Doctor Honoris Causa que
me concede la Facultad de Filosofía de esta universidad. Tengo
muchas razones para sentirme así. Y también para agradecerle a esta
Universidad y al heroico pueblo cubano, con el que convivo hace ya 35
años, desde que estuve por primera vez con el querido amigo y
Comandante Fidel Castro en Managua, la noche del 19 de julio de 1980,
en ocasión del primer aniversario de la Revolución Sandinista.
La
razón inicial de mi alegría es que es la primera vez, en 173 años,
que un fraile dominico retorna a los predios de esta Universidad. Y
en pleno socialismo cubano.
Esta
Universidad y la Orden Dominica – que en el año 2016 cumple 800
años de fundada-- están íntimamente relacionadas. Los primeros
dominicos pisaron suelo cubano por un breve período en 1511. En
1514, el más revolucionário de todos los dominicos de la historia
latinoamericana, fray Bartolomé de las Casas, pronunció en Sancti
Spíritus su célebre Sermón del arrepentimiento. Debo señalar que
la familia dominica de Brasil lleva el nombre de Provincia Bartolomé
de las Casas. Ya en 1515, los dominicos impartieron en La Habana sus
primeras clases.
Fue
en 1670 que fray Diego Romero realizó las gestiones iniciales para
fundar una universidad en La Habana. Sin embargo, los dominicos solo
obtuvieron la autorización del papa Inocencio III en 1721. El obispo
de Cuba, Gerónimo Valdés, manifestó su apoyo a la iniciativa, y
les donó a los frailes iglesia y casas para que organizaran un
colegio con cátedras de Gramática, Filosofía y Teología. Pero les
impuso diez condiciones que no fueron aceptadas por mis cofrailes.
Sobre todo, pesó en la hostilidad entre los frailes y el obispo el
hecho de que este insistiera en que la universidad funcionara en el
barrio periférico de San Isidro, mientras que los dominicos
insistían en que abriera sus puertas junto al convento de San Juan
de Letrán, en el centro de La Habana.
Con
la autorización del papa y la aprobación del rey Felipe V de España
en sus manos, fray José Poveda fundó la Universidad el 5 de enero
de 1728 junto al convento de San Juan de Letrán. Estaban presentes
todas las autoridades, con excepción del obispo Valdés. Ni siquiera
el hecho de que los frailes bautizaran la Universidad con el nombre
de Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana aplacó
los ánimos de Gerónimo Valdés.
Hay
que resaltar dos aspectos de la fundación de la Universidad: nació
con un carácter independiente, como deber ser el de toda
universidad, pues el pensamiento humano jamás puede ser aprisionado.
Y otro aspecto curioso es que esta universidad reúne en su história
a tres Gerónimos.
El
primero es San Gerónimo, que figuraba en su nombre primitivo de Real
y Pontifícia Universidad de San Gerónimo de La Habana. Entre los
siglos IV y V, San Gerónimo tradujo la Biblia del griego al latín,
e hizo duras críticas al aburguesamiento de la Iglesia, que después
de tres siglos de persecuciones del Império Romano, fue cooptada por
el emperador Constantino. En sus cartas, San Gerónimo denuncia a los
sacerdotes y obispos que preferían los lujos de la nobleza romana y
no el servicio a los más pobres.
La
presencia de los dominicos en la Universidad de La Habana va del
obispo Gerónimo Valdés, en 1728, al capitán general Gerónimo
Valdés, que laiciza la Universidad en 1842, tras un período de 114
años en que estuviera bajo la orientación de los frailes dominicos.
De
esta Universidad fueron alumnos los cubanos más destacados, desde
Félix Varela hasta Fidel Castro. Si siempre se recuerda al padre
Varela como "el que nos enseñó a pensar”, creo que no exagero
en reivindicar para los dominicos el título de "los que enseñaron
a Varela a pensar”.
Pero,
¿quién enseñó a los dominicos a pensar? Fue un pagano de origen
griego conocido por el nombre de Aristóteles. Sobre la base de su
filosofía, Santo Tomás de Aquino, un fraile dominico del siglo
XIII, erigió su monumental catedral teológica, que aún hoy se
sigue considerando basamento de la teología oficial de la Iglesia
Católica. Y, sin embargo, hay quienes hoy se escandalizan cuando
dominicos como Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la
Teología de la Liberación – título que comparte con Leonardo
Boff — utiliza en su texto clásico, Teología de la Liberación,
elogiado por Fidel, categorías marxistas para analizar el sistema
capitalista.
Siglos
antes, Tomás de Aquino fue duramente criticado por utilizar como
base de su teología el pensamiento filosófico de un pagano. Ahora
bien, solo un cristiano cuya fe sea débil puede temerle a
Aristóteles o a Marx. O un cristiano equivocado, que considera que
el cristianismo es una ideología o el marxismo una religión.
Otro
alumno de esta Universidad que merece destacarse es al gran dirigente
estudiantil de las luchas contra Batista, José Antonio Echevarría,
que era católico y fue presidente de la FEU, fundó el Directório
Revolucionário, y el día del asalto al Palacio Presidencial, el 13
de marzo de 1957, murió peleando junto al muro de la Universidad.
En
1842, la administración colonial intentó secularizar la
Universidad, no precisamente para librarla de la influencia
religiosa, sino para tratar de impedir que se sembraran aquí ideas
revolucionárias.
Es
curioso que la huella de los dominicos en la história de Cuba no sea
solo la de haber abierto las puertas de la primera y más importante
de sus universidades. La dejaron también por su espíritu
emprendedor. Fue fray Antonio Bermúdez quien en 1593 propuso que se
implantara una indústria azucarera en Cuba. Y en 1720, la Orden
Dominica financió la instalación de la primera imprenta de Cuba,
dirigida por el belga Carlos Habré, quien imprimía textos
religiosos y tesis universitárias.
Debo
decir que este inmerecido homenaje que recibo de Cuba representa para
mí un desagravio por el modo como la dictadura militar brasileña
subvirtió mi carrera académica. Tal vez muchos aquí no lo sepan:
como Raúl Castro, a quien tanto admiro y a quien me comparo solo en
este aspecto, no poseo ningún título universitario formal, razón
por la cual nunca me fue posible aceptar las muchas invitaciones que
me hicieran en Brasil para participar en tribunales académicos para
la concesión de grados de maestría o doctorado.
Ingresé
en la universidad en marzo de 1964, en la Escuela de Periodismo de la
Universidad de Brasil en Río. Un mes después se produjo el golpe
militar, y Brasil quedó sometido a una dictadura que se prolongó
durante 21 años. Como desde los 13 años militaba en la Acción
Católica, de la cual me convertí en uno de los dirigentes
nacionales entre 1962 y 1964, en junio de 1964 fui a dar a la cárcel
por primera vez durante quince días. A fines de aquel año, decidido
a ingresar en la Orden Dominica, interrumpí mis estudios de
Periodismo, y en 1965 hice el noviciado religioso.
Entre
1966 y 1968 estudié Filosofía en la Escuela Dominica de Teología
de Sao Paulo, y Antropología en la Universidad de Sao Paulo. La
dictadura no le concedió un reconocimiento oficial a la Escuela
Dominica, lo que me impidió obtener un diploma válido, a pesar de
haber concluido el curso, y la persecución policial me obligó a
trasladarme a Río Grande do Sul, de modo que interrumpí los
estudios de Antropología, que nunca terminé.
En
1969, inicié estudios de Teología en el seminário de los jesuítas
en Sao Leopoldo. Desde allí proseguí mi participación en la lucha
revolucionária en Brasil, en especial en la tarea de facilitar la
fuga, por la frontera de Rio Grande do Sul con Uruguay y Argentina,
de compañeros y compañeras perseguidos por la dictadura. Por
procurar la libertad de tantos, caí prisionero. En cuatro años de
cárcel en Sao Paulo pude completar, de manera informal, pero
intensa, los estudios de Teología, e incluso iniciarme en los de
Cosmología y Astrofísica.
Durante
los últimos 35 años he sido testigo de la história de Cuba. Aquí
llegué por primera vez en 1981 invitado por la Casa de las Américas,
en cuyos eventos participé innumerables veces, y gracias a los
cuales me convertí en amigo de intelectuales y artistas prestigiosos
como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano y Mario Benedetti.
Aquí tuvo intenso contacto con el Departamento de América y, en
especial, he cultivado una gran amistad con el Comandante Manuel
Piñeiro. Aquí promoví, con el apoyo de Fidel, tres encuentros
latinoamericanos de Educación Popular, lo que posibilitó la
difusión en Cuba de la obra de Paulo Freire y la adopción por el
Centro Memorial Martin Luther King de la Educación Popular, acogida
por el pastor Raúl Suárez y su hijo Joel Suárez. Aquí participé
en los encuentros sobre la deuda externa convocados por Fidel y
realicé la entrevista que dio por resultado el libro Fidel y la
religión, que tanta influencia tuvo en la vida de fe del pueblo
cubano. Me encontraba aquí cuando se iniciaron las transmisiones de
la rádio pirata mercenariamente llamada José Martí, y el día en
que Brasil decidió restablecer las relaciones diplomáticas con
Cuba. Aquí estaba mientras caía el Muro de Berlín, y volví aquí
en el Vuelo de la Solidaridad durante el Período Especial. Aquí y
en incontables viajes por el mundo me uní a la nación cubana en la
lucha por el fin del criminal bloqueo, el regreso de Elián a la
patria y la libertad de los Cinco Héroes. Aquí seguí las visitas
de los tres papas: Juan Pablo II en 1998, Benedicto XVI en 2012, y
Francisco el mes pasado.
Termino
rindiéndole homenaje al alumno más notorio de esta institución:
Fidel Castro Ruz. En este año 2015 se cumplen 70 años de su ingreso
a la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Mientras
tantas universidades de todo el mundo han formado a hombres y mujeres
que construyeron las bombas de Hiroshima y Nagasaki (los más
horrendos atentados terroristas de toda la história), el napalm de
la Guerra de Vietnam, los instrumentos de tortura utilizados por
innúmeros cuerpos policiales y los modelos económicos que hacen a
los ricos cada vez más ricos y a los pobres siempre más pobres, la
Universidad de la Habana formó a hombres como Varela y Fidel, y a
hombres y mujeres que combatieron por la victoria de la Revolución y
consolidaron en Cuba un sistema socialista que comparte los bienes de
la Tierra y los frutos del trabajo humano.
En
esta tarde en que recibo este título, el mérito mayor es de Cuba y
de los cubanos, por haberle dado a la América Latina y al mundo
hombres y mujeres que en su modo de pensar y con los ejemplos de sus
vidas, encarnan los más profundos y valiosos valores humanos. Y los
verdaderos valores humanos son también valores evangélicos.
Muchas
gracias.
12
de octubre de 2015
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