José Steinsleger
Una jovencita manifestó su confusión con algo que apunté en mi último artículo:
la derecha es como la izquierda: una, múltiple e intercambiable.
Tiene razón. La primera parte de la frase suena a cinismo
derechista, o desencanto izquierdista. En cambio, la segunda (“una,
múltiple…”) fue disparada por hechos emblemáticos, como la desastrada
historia de la Concertación, en Chile, y partidos políticos como el
PSOE o Podemos, en España.
Las palabras… ¡ay! ¿Cuántos politólogos se han explayado sobre el significado de los vocablos
izquierday
derecha? Veamos la dificultad para asimilarlos.
Primero: derechas que se niegan a ser tratadas como tales, y hasta se dicen de
izquierda moderna.
Segundo: izquierdas ancladas en el clasismo del siglo XIX europeo,
por no hablar de su insólita capacidad para fragmentarse, al tiempo de
advertir que sólo con
unidadse podrán concretar las utopías anheladas.
Un debate poco fructífero. En parte, porque algunas izquierdas
carecen de lo que a las derechas sobra: voluntad de poder. Y luego,
porque otras izquierdas creen que es posible
cambiar el mundo sin tomar el poder.
Moción de orden. Si ambos vocablos se prestan a confusión… ¿por qué no revalorar términos como
progresistay
reaccionario? ¿No se trata de avanzar? Después de todo, un progresista difícilmente devendrá en reaccionario, mientras que un reaccionario siempre será...
Veamos al papa Francisco, a quien, sin ser de izquierda, nadie calificaría de reaccionario o derechista.
Con algunas derechas se puede debatir con seriedad: son
progresistas. Con otras, jamás: son reaccionarias. Pero algo similar
acontece con las izquierdas
radicaleso
antiprogresistas.
¿Qué ofusca más a las izquierdas? ¿Gobiernos progresistas que las
despojande su discurso, o gobiernos reaccionarios que, a más de negárselo, las exterminan?
Cuando a finales del decenio de 1960 aparecieron gobiernos
progresistas encabezados por militares, izquierdas y derechas les
sacaron la lengua. ¿Y el caso de Hugo Chávez? Felizmente, Fidel las
llamó a sosiego y ya no guardan dudas de que el líder bolivariano fue
un gran revolucionario.
Es claro que el subcomandante Marcos no se dejó
engañar. Primer guerrillero de la historia que usó Internet, Marcos dijo hace unos años que Chávez y Cristina eran
fenómenos mediáticos. Y Evo, un indígena
de arriba. Y López Obrador, lo mismo que Salinas de Gortari.
Como fuere, sería injusto (o sea, reaccionario), restar méritos al
movimiento políticamente antipolítico, que a finales del siglo pasado
pegó un disparo certero en el cénit de la noche neoliberal.
No obstante, si todos los gobernantes
de arribafueran lo mismo, Lula, Cristina, Correa, Mujica, Dilma, Evo, serían como Menem o Fujimori. O asesinos seriales como Álvaro Uribe Vélez, y el recientemente destituido Otto Pérez Molina. Algunos dirán: ¡no es el caso de México! ¿De veras?
En México –país desangrado, violado, hambreado, despojado, explotado, alienado por Televisa, vigilado y monitoreado por
el Pentágono–, Morena cosechó cerca de 16 millones de votos en 2012,
situándose a sólo 3 millones del partido ganador. O sea que, subrayado,
en condiciones de adversidad límite, las fuerzas progresistas de México
pasaron a ocupar el segundo lugar en el continente, después de Brasil.
En los comicios presidenciales recientes, los partidos progresistas
de América Latina consiguieron poco más de 100 millones de votos. En
algunos países, más de 40 y 50 por ciento de los sufragios. Por
consiguiente, hay que estar
cu-cúpara decir que el progresismo es una
nueva forma de dominación.
Las izquierdas y derechas utópicas suelen ignorar males concretos
para soñar con bienes abstractos. Por esto, un filósofo de barrio dijo
que las utopías deben corregirse y actualizarse día tras día en cada
esquina, conjurando rencores como el que María del Carmen Chichina Ferreyra guardó toda su vida.
Chichina (82 años) fue el gran amor de un joven rebelde al que ella siempre decía:
Sos un utópico. Nunca vas a cambiar. Y él respondía:
Sos vos la utópica. Nunca vas a cambiar.
En agosto pasado, en las elecciones primarias de Argentina, Chichina votó en favor de la coalición de partidos conservadores Cambiemos. El Che tenía razón. Ella nunca iba a cambiar.
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