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Como
de tapadillo, en pleno agosto, La 2 de Televisión Española ha repuesto
la notable producción propia La forja de un rebelde, dirigida por Mario
Camus y basada en la trilogía autobiográfica de Arturo Barea cuya
publicación estuvo prohibida durante el franquismo. Hace dos años, con
ocasión de su anterior reestreno, le dediqué ya una columna, por lo que
me limito ahora a remarcar lo insólito de que, incluso en esta época en
que la escasa audiencia del canal se ha reducido al mínimo, se emita
una serie, rodada en 1989, en tiempos del PSOE, cuyo contenido choca
abruptamente con la línea que impregna hoy la televisión pública. El
capítulo del pasado domingo se centró en las elecciones de febrero de
1936, los preparativos del golpe militar y el inevitable estallido de
la guerra civil.
Ese duende progresista infiltrado en la
programación de La 2 parece que ha aprovechado de los ardores de agosto
para colar también la emisión de un documental de 10 horas en el que
Oliver Stone desmonta la historia oficial de su país desde la II Guerra
Mundial hasta la presidencia de Obama. Con La historia no contada de
Estados Unidos, el director de Platoon, JFK, Nixon y Comandante escapa
del patrioterismo que anega el cine norteamericano para ofrecer una
visión diferente y transgresora que le ha ganado feroces ataques desde
los sectores derechistas que se han adueñado del partido republicano.
“Absurda
regurgitación de propaganda estalinista” no es lo peor que ha tenido
que leer o escuchar el cineasta sobre una obra que pretende nada más y
nada menos que desmontar la sarta de mentiras con la que se construye
la imagen que gran parte del mundo (y la inmensa mayoría de los propios
norteamericanos) tienen de Estados Unidos: que se trata de una nación
elegida por Dios, con un irrenunciable destino manifiesto, con el deber
moral de difundir la democracia, un poder blando al servicio de causas
justas, una sólida vocación por el intervencionismo humanitario, un
ejército que garantiza la paz y la estabilidad mundiales, un altruista
cruzado anticomunista que acabó con el imperio del mal soviético, y un
misionero y desinteresado deseo de compartir parte de su riqueza con
los países en desarrollo.
Tal es la potencia del aparato
propagandístico de la gran superpotencia que esta verdad oficial
construida a golpe de manipulación, dinero e incluso talento aplasta
casi siempre a esa otra verdad basada en datos casi siempre
incontestables, que supone el negativo de la versión que se ha impuesto
de forma abrumadora. Ese otro Estados Unidos, mucho más ajustado a la
realidad, es el que ha emprendido guerras injustas, defendido
dictaduras y golpes militares fascistas, tomado decisiones brutales
como utilizar la bomba atómica, contribuido a empobrecer aún más a los
más pobres y basado su acción exterior en objetivos imperialistas de
exclusivo interés económico e ideológico. Un poder, en fin, que no duda
en actuar por motivos egoístas como policía del mundo.
La
historia no contada de Estados Unidos, con Stone de director, narrador
y guionista (junto a Peter Kuznick), es un documental que, sin dar
tregua al aburrimiento, destila buen cine, sin apenas cabezas
parlantes, construido con un habilidoso montaje de impactantes imágenes
de archivo y una acertada selección de fragmentos de películas de
Hollywood. No es un panfleto, aunque no oculta su clara carga
ideológica, a contracorriente de la atmósfera que se respira en el
país. Se entiende que haya levantado las iras de los sectores más
conservadores, rabiosos porque se carguen las culpas de la Guerra Fría
y de la catastrófica carrera de armamentos en las espaldas de sucesivos
presidentes empeñados en debilitar a toda costa a la Unión Soviética,
desaprovechar las oportunidades de paz y servir los intereses del
todopoderoso complejo militar-industrial.
Stone peca quizá de
ingenuo cuando sugiere que las cosas pudieron haber sido diferentes si
el exvicepresidente izquierdista Henry Wallace, y no Harry Truman,
hubiera sustituido en 1945 al fallecido Franklin D. Roosevelt. Wallace,
acusado de comunista y agente del KGB por reconocer el papel vital de
la URSS en la derrota del nazismo, defensor de un seguro sanitario
público, opuesto radicalmente a la segregación racial, que incluso en
campaña se negaba a hablar en locales en los que separase a negros y
blancos, fue derrotado estrepitosamente tres años más tarde cuando se
presentó a la Casa Blanca como candidato del Partido Progresista. Tal
vez si hubiese ganado, opina Stone, la posguerra habría sido otra, sin
carrera nuclear, crisis de los misiles de Cuba, Vietnam, Corea, Chile,
Guatemala, Muro de Berlín, Granada, Panamá, 11-S, Afganistán, Irak…
El
cineasta no es un cínico, sino un idealista que se atreve a soñar en
utopías. Y su manera de hacerlo es mostrar, con hechos difícilmente
rebatibles, los pies manchados de sangre y explotación de políticos,
militares y grandes conglomerados industriales de su país.
La
historia no contada de Estados Unidos es, también, la constatación de
un fracaso. Imagen a imagen, palabra por palabra, muestra la
atormentada historia del planeta desde la II Guerra Mundial y la
decisiva participación norteamericana en ella, la muerte brutal de
millones de personas en injustas guerras imperialistas, la impotencia
de las protestas masivas, el lacerante aumento de la desigualdad
incluso en la cuna del imperio, la incapacidad y falta de decisión para
aprender de los errores del pasado, la frustración que siempre ha
seguido a los escasos momentos de esperanza, como el último: la llegada
de Obama a la Casa Blanca.
Stone demuestra que con escasos cinco
millones de dólares (de los que él aportó uno), una mínima fracción de
lo que cuesta cualquier mediocridad made in Hollywood, puede armarse un
producto cinematográfico de factura impecable, perfecto en su
composición, y destinado a quedar como referente de buen cine, político
pero sobre todo histórico, por mucho que su difusión quede restringida,
como en España, a las épocas de menor audiencia de un canal que solo
frecuentan los cinéfilos y amantes de los documentales.
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