Quedaron
atrás momentos fundacionales de amplias convergencias, como el de la
CNT en los ´60, el Frente Amplio al inicio de los ´70 y, como corolario
del desmoronamiento de la dictadura, el PIT-CNT en los ´80. Una vez
recuperada la vigencia constitucional, fueron diversos movimientos
sociales -con más espontaneidad y heteronomía- los que sintomatizaron
políticamente desde las laceraciones del horror hasta las carencias y
discriminaciones más vastas de sectores sociales oprimidos, bajo
múltiples arquitecturas organizativas y puntualizaciones de demandas y
luchas. El transcurso del tiempo y las mutaciones de la realidad
coyuntural no evaporan sus peripecias, sus dramas irresueltos, sus
logros o sinsabores del acervo de la memoria. Ni la obtención de
algunos resultados amenaza necesariamente su continuidad. Al contrario,
retomarla desde la actualidad es la vivificación de lo rescatado, donde
se podrán hallar las energías, ejemplos e indicios de nuevas
alternativas para intervenir sobre el presente y proyectar el futuro.
El próximo miércoles 5 de febrero, el Frente Amplio uruguayo (FA)
celebra el 43° aniversario de su fundación y no faltarán en los medios
dominantes las omisiones, indiferencias y hasta cierta banalización del
acto conmemorativo. Para doblegar estas maniobras no serán necesarios
sólo buenos discursos, sino una amplia convocatoria, como la de los
grandes actos de masas que el FA supo protagonizar. A la
invisibilización ideológica se le debe anteponer la visibilización del
cuerpo social politizado. Si bien el FA es un movimiento político, me
resulta imposible concebirlo sin contabilizar las múltiples
movilizaciones y articulaciones institucionales de la sociedad civil
que, no sin dificultades, ha logrado cobijar mayoritariamente bajo su
manto político y su opción electoral. En consecuencia no es sólo una
coalición prácticamente inédita de fuerzas políticas heterogéneas en un
amplio espectro desde el progresismo más timorato hasta el anarquismo,
sino además un espacio de multi o pluri militancia en el que la
sociedad civil organizada puede encontrar algún curso de expresividad.
Aquel lugar de identificación política cuya actividad, compromiso y
pertenencia no impide la participación de sus integrantes en otros
espacios organizados de naturaleza civil, aunque en ocasiones lleguen a
confrontar con él. El sedimento resulta doblemente enriquecedor
respecto a las formas de organización política más tradicionales. Por
un lado porque esa “multi-militancia” mitiga las tendencias más
autoritarias de compulsiones ideológicas y programáticas sobre los
militantes que resulta una de las causas de socavamiento de la
confianza en los dispositivos organizativos que genera desinterés y
desmovilización en los sectores progresistas y de izquierda. Por otro,
porque diversifica y complejiza sus horizontes programáticos y refuerza
la convicción de la potencia residente en la unidad.
No será la primera vez que subraye desde estas páginas el peligro de desertificación de las instancias políticas de base, que en el FA residen en sus comités, aunque parcialmente compensados por la participación en movimientos sociales y partidos integrantes. Tampoco que el encomio en el ejercicio del gobierno y la escasa rotatividad de las funciones ejecutivas y dirigenciales, en los partidos y en las instancias ejecutivas y legislativas comporta riesgos de burocratización y autonomización de las direcciones respecto a sus dirigidos. Estos síntomas reaparecen con más elocuencia en la interna partidaria que se dirimirá en junio con la elección de la candidatura presidencial. La breve historia internista ha confrontado hasta ahora a un ala más prudente y conformista, para no denominarla socialdemócrata dada su heterodoxia, con otra más radical, participativa y principista aunque la delimitación no se trace con regla en línea recta. Personalmente he brindado mi apoyo (simbólico, ya que no voto) a la –aparente o real- opción de izquierda. De forma tal que me incliné por Tabaré Vázquez en el 2004, por Pepe Mujica en el 2009 y actualmente lo hago por Constanza Moreira. En los dos primeros casos, esa preferencia resultó vencedora, pero si hubiera perdido, el mismo apoyo y entusiasmo hubiera recibido el ganador, como los que recibirá quién triunfe en junio. Mi izquierdismo no se antepone al frenteamplismo, sino a la inversa. El respeto por las reglas de juego consentidas, siempre se me impondrá por sobre cualquier preferencia, sin por ello resignarla.
Pero la novedad y consecuente preocupación en esta coyuntura electoral reside en que cada una de esas opciones previas estuvo sostenida por varios partidos constitutivos del FA. En los ejemplos pretéritos, no hubo mayores cortes transversales entre dirigentes y dirigidos ni entre partidos y movimientos sociales en lo que a las alternativas a dirimir refiere. A grandes rasgos los alineamientos respetaron tradiciones ideológicas, programáticas y disciplinas. Otro tanto sucedió con la elección directa de la presidencia frentista. No parece ser el caso actual, en el que el círculo político con el que podríamos dibujar al FA semeja una luna en cuarto creciente, con la casi totalidad de las direcciones convergiendo en la iluminación de la figura de Vázquez. Si así fuera el mapa, no habría siquiera lugar para la confrontación. Sin embargo, las propias bases insinúan un inverso cuarto menguante. No es la primera vez en la que junto a la compulsa específica, se pone en juego la disciplina partidaria y/o la fidelidad del electorado con riesgos para la propia organización. El máximo ejemplo fueron las elecciones municipales capitalinas con su altísimo abstencionismo y voto en blanco, pero también las derrotas de los dos últimos plebiscitos (simultáneos con las elecciones presidenciales) en los que fueron derrotadas las alternativas frentistas.
La problemática de separación entre dirigentes y dirigidos, no sólo no es novedosa sino que resulta acuciante para las organizaciones progresistas o de izquierda que acceden al poder político. Porque las movilizaciones sociales no pueden tener el mismo carácter de protesta o presión que bajo gobiernos de derecha, mientras a la vez, la continuidad del régimen político burgués, veda toda intervención decisional institucionalizada, condenándolos en el mejor de los casos a la “queja”. Las hipótesis explicativas de la apatía política de vastos sectores sociales, y hasta la propia indisciplina de bases militantes, deben contemplar el factor institucional: la democracia representativa no induce participación sino que la desalienta.
No creo que el FA sea indiferente a este tipo de dificultades ni que no haya intentado solucionarlas. Pero sospecho que las limitaciones crecen en proporciones geométricas, mientras algunas medidas se imponen en magnitudes aritméticas. La elección directa de la presidencia del FA es un paso encomiable, tanto como lo es que haya recaído en una mujer que a la vez exhibe la capacidad de Mónica Xavier. Pero el riesgo de convertir al FA en un partido de electores no lo evita mágicamente individuo alguno, sino la concentración de importantes esfuerzos colectivos en la comunicación y la organización interna. La visita a la página web del FA no invita a ello, la ausencia de un medio de comunicación interno propio, tampoco. El propio acto conmemorativo del miércoles en Piriápolis, tres días atrás, apenas era un link perdido en la agenda. Hoy al menos compite en la portada con otras noticias. Pero dificulto que logre de ese modo articular formas organizativas y estimular a la participación.
El acto de Piriápolis tendrá una relevancia particular, ya que retoma el momento unitario en que los dos precandidatos presidenciales estarán presentes, junto a la máxima autoridad de la fuerza política. Sería un gran aliciente que esta convergencia estimulara una convocatoria de magnitud y que no sea requisito contener las críticas ni la confrontación, ya que en su propio carácter se potencia la fortaleza para disputar un tercer gobierno. Pero considero condición insustituible para la participación en la interna, aunque más no sea explicitando una opción, asistiendo a un acto, o simplemente votando, la obligación ética y política de redoblar los esfuerzos militantes una vez superada la instancia confrontativa con sus críticas y divergencias. Son las que deben multiplicarse en sustitución de las bravuconadas e insultos sobre el adversario que lamentablemente emergen en casos puntuales por las redes sociales, aunque no casualmente al no tener canales institucionales de expresión con nombre propio. El acto también deberá hacer historia. Además de instituciones, de bitácoras organizativas longevas a pesar de las tormentas, la memoria trae nombres -necesariamente más finitos que sus propias realizaciones- que a diferencia de los de la guía telefónica o los padrones electorales, evocan retratos biográficos coloreados por la paleta de los mejores valores humanos sobre la tela de la emancipación humana en el bastidor de la utopía. No es el único camino de superación del anonimato al que las mayorías están condenadas en las sociedades de mercado y ciudadanía fiduciaria, como lo demuestran desde la exaltación del farandulismo hasta el decálogo criminológico y empresario, no siempre disociados. Pero las huellas de la historia no son surcos eternos por los que se repite el tráfico rutinario de los carros organizativos, al menos no sin riesgo de atascar sus ruedas, sino señalizaciones más o menos inciertas de algún destino que permite descubrir trazas paralelas, oblicuidades y hasta bifurcaciones. Una de las batallas ideológicas y culturales que libramos hoy es la de la construcción de hegemonía mediante la asignación de sentido a la sucesión de relatos y enfatizaciones, no sólo del presente, sino también del pasado. Y de producción de nuevas generaciones cuyas subjetividades logren reapropiarse críticamente de las trayectorias humanas de inspiración crítica y de iniciativa transformadora.
Personalmente estaré en el acto por más razones aún que las militantes. Será una oportunidad además de abrazarme con muchos amigos de los más diversos colores ideológicos, probablemente también con algún lector desconocido.
No son tan frecuentes las oportunidades para conciliar la razón, el esfuerzo, la emoción y la afectividad.
Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
No será la primera vez que subraye desde estas páginas el peligro de desertificación de las instancias políticas de base, que en el FA residen en sus comités, aunque parcialmente compensados por la participación en movimientos sociales y partidos integrantes. Tampoco que el encomio en el ejercicio del gobierno y la escasa rotatividad de las funciones ejecutivas y dirigenciales, en los partidos y en las instancias ejecutivas y legislativas comporta riesgos de burocratización y autonomización de las direcciones respecto a sus dirigidos. Estos síntomas reaparecen con más elocuencia en la interna partidaria que se dirimirá en junio con la elección de la candidatura presidencial. La breve historia internista ha confrontado hasta ahora a un ala más prudente y conformista, para no denominarla socialdemócrata dada su heterodoxia, con otra más radical, participativa y principista aunque la delimitación no se trace con regla en línea recta. Personalmente he brindado mi apoyo (simbólico, ya que no voto) a la –aparente o real- opción de izquierda. De forma tal que me incliné por Tabaré Vázquez en el 2004, por Pepe Mujica en el 2009 y actualmente lo hago por Constanza Moreira. En los dos primeros casos, esa preferencia resultó vencedora, pero si hubiera perdido, el mismo apoyo y entusiasmo hubiera recibido el ganador, como los que recibirá quién triunfe en junio. Mi izquierdismo no se antepone al frenteamplismo, sino a la inversa. El respeto por las reglas de juego consentidas, siempre se me impondrá por sobre cualquier preferencia, sin por ello resignarla.
Pero la novedad y consecuente preocupación en esta coyuntura electoral reside en que cada una de esas opciones previas estuvo sostenida por varios partidos constitutivos del FA. En los ejemplos pretéritos, no hubo mayores cortes transversales entre dirigentes y dirigidos ni entre partidos y movimientos sociales en lo que a las alternativas a dirimir refiere. A grandes rasgos los alineamientos respetaron tradiciones ideológicas, programáticas y disciplinas. Otro tanto sucedió con la elección directa de la presidencia frentista. No parece ser el caso actual, en el que el círculo político con el que podríamos dibujar al FA semeja una luna en cuarto creciente, con la casi totalidad de las direcciones convergiendo en la iluminación de la figura de Vázquez. Si así fuera el mapa, no habría siquiera lugar para la confrontación. Sin embargo, las propias bases insinúan un inverso cuarto menguante. No es la primera vez en la que junto a la compulsa específica, se pone en juego la disciplina partidaria y/o la fidelidad del electorado con riesgos para la propia organización. El máximo ejemplo fueron las elecciones municipales capitalinas con su altísimo abstencionismo y voto en blanco, pero también las derrotas de los dos últimos plebiscitos (simultáneos con las elecciones presidenciales) en los que fueron derrotadas las alternativas frentistas.
La problemática de separación entre dirigentes y dirigidos, no sólo no es novedosa sino que resulta acuciante para las organizaciones progresistas o de izquierda que acceden al poder político. Porque las movilizaciones sociales no pueden tener el mismo carácter de protesta o presión que bajo gobiernos de derecha, mientras a la vez, la continuidad del régimen político burgués, veda toda intervención decisional institucionalizada, condenándolos en el mejor de los casos a la “queja”. Las hipótesis explicativas de la apatía política de vastos sectores sociales, y hasta la propia indisciplina de bases militantes, deben contemplar el factor institucional: la democracia representativa no induce participación sino que la desalienta.
No creo que el FA sea indiferente a este tipo de dificultades ni que no haya intentado solucionarlas. Pero sospecho que las limitaciones crecen en proporciones geométricas, mientras algunas medidas se imponen en magnitudes aritméticas. La elección directa de la presidencia del FA es un paso encomiable, tanto como lo es que haya recaído en una mujer que a la vez exhibe la capacidad de Mónica Xavier. Pero el riesgo de convertir al FA en un partido de electores no lo evita mágicamente individuo alguno, sino la concentración de importantes esfuerzos colectivos en la comunicación y la organización interna. La visita a la página web del FA no invita a ello, la ausencia de un medio de comunicación interno propio, tampoco. El propio acto conmemorativo del miércoles en Piriápolis, tres días atrás, apenas era un link perdido en la agenda. Hoy al menos compite en la portada con otras noticias. Pero dificulto que logre de ese modo articular formas organizativas y estimular a la participación.
El acto de Piriápolis tendrá una relevancia particular, ya que retoma el momento unitario en que los dos precandidatos presidenciales estarán presentes, junto a la máxima autoridad de la fuerza política. Sería un gran aliciente que esta convergencia estimulara una convocatoria de magnitud y que no sea requisito contener las críticas ni la confrontación, ya que en su propio carácter se potencia la fortaleza para disputar un tercer gobierno. Pero considero condición insustituible para la participación en la interna, aunque más no sea explicitando una opción, asistiendo a un acto, o simplemente votando, la obligación ética y política de redoblar los esfuerzos militantes una vez superada la instancia confrontativa con sus críticas y divergencias. Son las que deben multiplicarse en sustitución de las bravuconadas e insultos sobre el adversario que lamentablemente emergen en casos puntuales por las redes sociales, aunque no casualmente al no tener canales institucionales de expresión con nombre propio. El acto también deberá hacer historia. Además de instituciones, de bitácoras organizativas longevas a pesar de las tormentas, la memoria trae nombres -necesariamente más finitos que sus propias realizaciones- que a diferencia de los de la guía telefónica o los padrones electorales, evocan retratos biográficos coloreados por la paleta de los mejores valores humanos sobre la tela de la emancipación humana en el bastidor de la utopía. No es el único camino de superación del anonimato al que las mayorías están condenadas en las sociedades de mercado y ciudadanía fiduciaria, como lo demuestran desde la exaltación del farandulismo hasta el decálogo criminológico y empresario, no siempre disociados. Pero las huellas de la historia no son surcos eternos por los que se repite el tráfico rutinario de los carros organizativos, al menos no sin riesgo de atascar sus ruedas, sino señalizaciones más o menos inciertas de algún destino que permite descubrir trazas paralelas, oblicuidades y hasta bifurcaciones. Una de las batallas ideológicas y culturales que libramos hoy es la de la construcción de hegemonía mediante la asignación de sentido a la sucesión de relatos y enfatizaciones, no sólo del presente, sino también del pasado. Y de producción de nuevas generaciones cuyas subjetividades logren reapropiarse críticamente de las trayectorias humanas de inspiración crítica y de iniciativa transformadora.
Personalmente estaré en el acto por más razones aún que las militantes. Será una oportunidad además de abrazarme con muchos amigos de los más diversos colores ideológicos, probablemente también con algún lector desconocido.
No son tan frecuentes las oportunidades para conciliar la razón, el esfuerzo, la emoción y la afectividad.
Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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