Julia Evelyn Martínez (*)
"Cuando nacemos, cuando entramos a este mundo, es como si firmásemos un pacto para toda la vida, pero puede suceder que un día tengamos que preguntarnos ¿Quién ha firmado esto por mí?, Ese día puede ser hoy”. José Saramago. Ensayo sobre la lucidez
Declaro que he anulado mi voto en las votaciones presidenciales del 2 de febrero. Sin duda acudiré el próximo 9 de marzo a repetir esta misma experiencia, la cual no dudo en recomendar sin ambages, a quienes se preguntan aún, cómo se puede mantener la dignidad y la coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace, en medio de este maquiavélico juego de tronos, al que llamamos contienda electoral.
Debo aclarar sin embargo que llegué al centro de votación asignado con la intención de “votar en contra de ARENA”, es decir, votar por “el menos peor de los partidos políticos”. Durante las semanas y días previos a las votaciones había repetido la frase “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, como una suerte de mantra para hacerme a la idea que votando por el partido FMLN asumía una forma de votar en contra de ARENA y de luchar contra quienes oprimen al pueblo salvadoreño.
Mi razonamiento era el siguiente: Sí ARENA es la expresión de los intereses de la oligarquía neoliberal salvadoreña y sí el partido FMLN y las rémoras políticas que se le han adherido a este partido en la etapa final de la campaña (Presidente Funes, esposa y amigos) son también enemigos de esa fracción de la clase dominante. Entonces, en consecuencia, votar por el FMLN representaría, una forma de debilitar al enemigo histórico de la clase trabajadora salvadoreña.
Sin embargo, una vez en la caseta de votación, la papeleta me recordó al menú de cualquier restaurante de comida rápida, en el cual todos los platos están hechos de la misma bazofia, están cocinados con el mismo aceite y se venden solamente en combo.
La pregunta que me atravesó la conciencia fue entonces: ¿Realmente quiero comprar uno de estos combos? Porque resulta que aceptar la continuidad de los programas sociales para las familias pobres (uniformes, vaso de leche, computadoras, PATI, etc.) va en combo con aceptar también los Asocios Publico Privados (APP) y la mercantilización de los servicios públicos y de los bienes comunes. Porque resulta que aceptar el proyecto Ciudad Mujer viene en combo con la aceptación de un Gobierno que creará una subsecretaría de Asuntos Religiosos que le dará más influencia a las iglesias en el diseño de políticas públicas y que continuará negando a las mujeres el derecho a decidir libremente sobre su maternidad. Porque aceptar la continuidad de los “buenos cambios” de la presidencia Funes implica aceptar las mismas alianzas y los mismos pactos que han sustentado a este gobierno, y que han bloqueado, y continuarán bloqueando, cualquier cambio sustantivo en el norte neoliberal de la economía, como por ejemplo, la eliminación de los tratados de libre comercio, la des-dolarización de la economía, la soberanía alimentaria y la eliminación de la injerencia del gobierno de Estados Unidos , del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el diseño de políticas económicas.
Un momento de lucidez y el recuerdo de una frase de Mario Benedetti que lleva años colgada en una de las paredes de mi oficina en la UCA (“Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho no hacer lo que no quiere”) me hicieron garabatear dos letras sobre la papeleta: NO. No estoy dispuesta.
Ahora tengo claridad que el enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo. Ahora comprendo el significado del mensaje que José Saramago dejó codificado en el “Ensayo sobre la Lucidez”: la realidad no se transforma desde arriba ni desde la complicidad con los pactos que prolongan la opresión de los pueblos. La realidad se transforma desde abajo, desde la conciencia, desde la lucidez.
Por eso anular el voto, tiene efectos realmente liberadores para la conciencia y efectos demoledores para la hegemonía del Capital.
(*) Columnista de ContraPunto
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