Ortiz Tejeda
Julian Assange a su llegada –en junio pasado– a la Suprema Corte de Londres para apelar de su extradición a SueciaFoto Xinhua
lo dicho comendador. (Zorrilla, Don Juan Tenorio). Julian Assange es complemento, no sujeto. Es el violado, no el violador: La Jornada del martes pasado, en su portada, informa:
Se cae una de las acusaciones contra Assange en Suecia. No hallan rastro de su ADN en un condón roto usado como prueba. Soberbios que son los suecos, qué les costaba pedirnos asesoría. En uno de sus últimos coletazos, Felipe de Jesús les envía al secretario García-Spielberg-Luna, y la producción de El violador cibernético humilla a Hollywood desde Lo que el viento se llevó hasta Batman, el caballero de la noche. (En una coproducción, la señorita Florence Cassez, que goza de exclusividad con Producciones GSL, podría ser incorporada en el papel de la señorita Wilen).
En primerísimo lugar se me ocurre mencionar al gobierno de Australia, que le ha negado los elementales apoyos jurídicos y diplomáticos a los que está obligado con cualquiera de sus ciudadanos.
Luego el gobierno sueco, que aplica con rigor una norma ciertamente vigente: realizar el acto sexual sin preservativo, y sin la anuencia de las partes, es un delito. El ilícito, está por demás decirlo, debe ser plenamente probado.
Esta disposición, que existe, si acaso, en 10 por ciento de los países, pienso que tiene grandes ventajas, pues, como dice Dashiell Hammett en su libro dedicado al tribunal de actividades antiestadunidenses sobre los políticos corruptos: meter a la cárcel a éstos y a los fornicadores irresponsables, cuando menos, mejoraría la circulación.
No podía faltar el gobierno de Inglaterra. Los ingleses me provocan sentimientos encontrados: por una parte está su heroicidad, su reciedumbre frente a los embates de las hordas aéreas nazis. Por la otra, su felonía y crueldad con irlandeses y escoceses y, por supuesto, su alma de piratas, filibusteros y esclavizadores de medio mundo. Con nosotros el agravio fue peor: enviar al nuevo continente, a los infames WASP (blancos, anglos, sajones), enfermizos memorizadores de la Biblia, que encuentran en cada versículo justificación a las peores canalladas. 102 pilgrims (peregrinos), desembarcados en las costas de Massachusetts, en busca de la libertad de creencias, están convertidos ahora en batallón talibán, empeñado en imponer al mundo sus creencias, es decir, sus conveniencias e intereses.
Antecedente real británico. El 18 de noviembre de l998 el genocida Augusto Pinochet fue detenido en Inglaterra a petición de la justicia española, acusado de genocidio, terrorismo, asesinatos y torturas. Las víctimas habían sido inglesas, estadunidenses y, por supuesto, españolas. El marzo siguiente, Jack Straw, ministro del Interior, lo liberó y lo regresó a Chile. La señora Thatcher dio el fallo definitivo:
siempre fue un gran amigo de este país. El apoyo Tory, el de la Iglesia, las grandes corporaciones y, evidentemente, el de la prensa de derecha, fue unánime.
¿Cómo se explican y compadecen la negativa de extradición de Pinochet a España pese a las razones mundialmente reconocidas, y la entusiasta aprobación de la entrega de Assange a Suecia? Fácil: las responsabilidades y culpas compartidas, los intereses, las complicidades: Inglaterra siempre acompaña a EU en su eterna cruzada por imponer la democracia y la libertad sobre la faz de la tierra. Ahora, si debajo de esa faz está el petróleo y todos los minerales que les hacen a sus minorías la vida regalona, pues el viaje valió la pena.
El 16 de agosto Ecuador concedió asilo a Assange. De inmediato William Hague, ministro inglés de Relaciones Exteriores, amenazó con la aplicación de una ley de 1987 que autoriza a la policía a penetrar a la embajada y, por la fuerza, apañar al asilado. ¿Dónde estudió Hague? ¿Cambridge, Oxford, la Libre? ¿Se olvidó ya de que las leyes nacionales son subalternas de los tratado internacionales que establecen la inviolabilidad de los espacios diplomáticos, que su amenaza es contraria a la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas, que agravia a la Carta de las Naciones Unidas, al Convenio de Ginebra y a la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿O esas maneritas se las contagió Pinochet durante los 500 días que gozó de asilo en Londres? No le hace bien al Reino Unido la actitud asumida por su gobierno, pues hace sentir al mundo entero que la encefalopatía espongiforme bovina no ha terminado de ser abatida en su país de origen (por economía de palabras puede usted llamarle
fiebre de las vacas locas).
Hace unos años la editorial Alfaguara convocó a un concurso sobre la novela que, en ese momento, era la última de Vargas Llosa: El paraíso en la otra esquina.
Mi hija uno, AnaIsel, la llevaba a la mitad y estaba entusiasmada con
ella. Se me ocurrió una estratagema: la compré y comencé a leerla al
revés. Entre los dos contestamos el cuestionario motivo del concurso y
ganamos el premio: las obras completas del autor. Hasta la fecha no las
he terminado porque, además de que él escribe más rápido de lo que yo
leo, yo leo algunas de sus obras varias veces. Como no deseo
interpretaciones equívocas declaro: soy fan absoluto del literato, del
narrador, pero con tristeza no dejo de observar que conforme nos
hacemos viejos, sus filias y fobias políticas, sus juicios sobre el
acontecer cotidiano, sobre todo en el entorno latinoamericano a mí, a
mí, me resultan cada vez más apegados a los intereses de los sectores
históricamente contrarios a nuestra gente, a nuestros países.
No me lo explico. Don Mario no tiene necesidad de ningún tipo de sumisión, halago o canonjía. Él es un señorón más allá, aun, de su prestigiadísimo premio. Entonces, ¿qué lo mueve, si no necesita dinero ni reconocimiento, al demoledor retorno de los 180 grados? ¿La edad, la baja de la testosterona, la necesidad de la provocación y el escándalo para jalonar los reflectores?: Si todos mis pares están con los buenos, que chiste ser uno más, aunque sea YO. En cambio, del lado de la canalla no seré tuerto, seré cíclope.
Dice don Mario:
Cuando don Mario dice
El carácter atrabancado y metichón de don Mario a mí siempre me ha gustado. Cuando criticó severamente al sistema político mexicano tuve fuertes agarrones con compañeros de
No me lo explico. Don Mario no tiene necesidad de ningún tipo de sumisión, halago o canonjía. Él es un señorón más allá, aun, de su prestigiadísimo premio. Entonces, ¿qué lo mueve, si no necesita dinero ni reconocimiento, al demoledor retorno de los 180 grados? ¿La edad, la baja de la testosterona, la necesidad de la provocación y el escándalo para jalonar los reflectores?: Si todos mis pares están con los buenos, que chiste ser uno más, aunque sea YO. En cambio, del lado de la canalla no seré tuerto, seré cíclope.
Dice don Mario:
Assange es un vivillo y un oportunista. Y agrega:
hay millones de personas convencidas en el mundo que el desgarbado australiano es un perseguido político de Estados Unidos. No puedo creerlo, mi ídolo se tambalea: qué pobreza conceptual en una crítica que podría pensarse propia de un ex presidente del PAN al que ahora le apodan
senador. Vivillo, desde la espléndida fotografía de Usigli, El gesticulador y de nuestras tradicionales pastorelas (Satanás contesta a Néstor:
¿vivillo?, pues pronto serás muertillo.), significa persona con sentido práctico, con agudeza, intuición, malicia. Oportunista está más mandado:
persona que no duda en anteponer su beneficio a cualquier principio, que se mueve según sus conveniencias, Y claro, todos sabemos que Assange negoció con la CIA y el Departamento de Estado gringo, y se llenó de dólares su faltriquera (arcaísmo para decir: cuenta anónima en paraíso fiscal) para no dar a conocer los miles de cables con los que exhibió la criminalidad del imperio. No hay duda: el oportunista Assange vendió información vital para todos los terrícolas y por eso goza de una vida desenfrenada en la Costa Azul. ¡Ni que hubiera ganado el Nobel de la desinformación!
Cuando don Mario dice
australiano desgarbado, no miente: primero, Assange es de nacionalidad australiana, aunque le hayan retirado su pasaporte. Segundo, la calificación de
desgarbado, en su profunda y aguda percepción, es avalada por las autorizadas voces de Ermenegildo Zegna, Givenchy, Ralph Lauren, Calvin Klein y Hugo Boss (quien fue el diseñador de los uniformes usados por los grupos de élite de Adolfo Hitler). Es como si para describirlo a él se le llamara fifí, atildado o se le comparara con el árbitro de la elegancia inglesa durante la Regencia: el Beau Brummell de Arequipa (¿ahora de Barcelona?) o, simplemente, metrosexual.
El carácter atrabancado y metichón de don Mario a mí siempre me ha gustado. Cuando criticó severamente al sistema político mexicano tuve fuertes agarrones con compañeros de
sector y de partidodefendiendo su derecho a la crítica y considerando ridículo que lo descalificaran por ser peruano. Hay, sin embargo, dos actitudes que con toda mi admiración, no me pasan: vengar el honor ofendido en líos conyugales exige un enfrentamiento, una discusión seria, a fondo y privada. Un aquerellamiento ante juzgado o un duelo decimonónico, pero no un descontón preparatoriano. Segundo, me parece ligeramente excedido buscarse una segunda patria en 1993, cuando en 1990 se hizo lo imposible por presidir la propia. Las razones de mentes tan ilustres no las entiendo, a menos que simplemente lo haya decidido por vivillo y oportunista.
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