El verano del descontento musulmán
Traducción para Rebelión de Loles Oliván. |
[...]
La islamofobia no es simplemente la actitud de una minoría de
extremistas marginales; es parte integrante de las políticas destinadas
a las guerras actuales contra una docena de naciones musulmanas, a la
vigilancia de millones de musulmanes estadounidenses, y a armar a un
Estado judío decidido a desarraigar a los palestinos y a amenazar con
bombardear a 75 millones los musulmanes iraníes [...]
Introducción
La llamada “Primavera Árabe” es un recuerdo lejano y amargo para
quienes combatieron y lucharon por un mundo mejor, por no hablar de los
miles que perdieron la vida o su integridad física.
En su
lugar, en todo el mundo musulmán, una nueva oleada de políticos
reaccionarios, corruptos y serviles han tomado las riendas del poder
apoyados por los mismos militares, la misma policía secreta y el mismo
poder judicial que sostuvieron a los gobernantes anteriores [2].
La muerte y la destrucción es rampante; la pobreza y la miseria se han
multiplicado, han quebrado la ley y el orden, matones reaccionarios han
tomado el poder político cuando antes eran una fuerza marginal. Los
niveles de vida han caído, las ciudades están devastadas y el comercio
está paralizado. Y presidiendo este “Invierno árabe” se encuentran las
potencias occidentales, Estados Unidos y la Unión Europea —con la ayuda
de las monarquías absolutistas despóticas del Golfo, su aliado turco y
un ejército variopinto de mercenarios terroristas islamistas y sus
posibles portavoces del exilio.
El legado de la intervención
imperial en el mundo musulmán durante la primera década del siglo XXI
supera en términos de vidas perdidas, en personas desplazadas, en
economías destruidas, en guerras perpetuas, cualquier década anterior,
incluyendo las conquistas coloniales del siglo XIX y XX. Buena parte
del reciente caos y de la violencia occidental ha quedado concentrada
en el período conocido como la “Primavera Árabe” entre 2011 y 2012.
Además, lo peor está por venir. Los supervisores occidentales han
ganado posiciones estratégicas de poder en algunos países (Egipto), se
dedican a prolongadas guerras ruinosas en otros (Siria) y se prepara
para una intervención militar aún mayor y más destructiva en otros
(Irán).
El “Invierno del descontento musulmán” cubre un arco
completo desde Pakistán y Afganistán, en el sur de Asia, a través de la
región del Golfo y Oriente Próximo hasta el Norte de África. En medio
de la peor crisis económica que azota Occidente desde la década de
1930, los regímenes imperialistas occidentales han exprimido a sus
pueblos, han movilizado personal, armas y dinero para participar en
guerras simultáneas en cinco regiones y dos continentes para derrocar a
sus adversarios políticos e instalar clientes, incluso aunque ello
suponga la destrucción de la economía y el desarraigo de millones de
personas.
Comencemos con Egipto, donde la Primavera Árabe se
ha convertido en un caso de estudio para la elaboración del Nuevo Orden
Imperial en el mundo musulmán. Atribuir las violentas rebeliones
populares en dos continentes y en dos docenas de países musulmanes a
una película de Estados Unidos que profana al profeta Mahoma es el
colmo de la superficialidad. Como mucho, la película ha sido el
detonante que ha desencadenado una hostilidad arraigada como resultado
de dos décadas de devastación y destrucción que Estados Unidos ha
causado al mundo musulmán y, más concretamente, el flujo de rabia que
circula debido a la cruda intervención de Washington contra la promesa
de la Primavera Árabe.
Egipto: la construcción de un Estado del cliente
Desde el primer día, en febrero de 2011, Washington buscó por todos los
medios apuntalar la dictadura de Mubarak cuando miles de manifestantes
que luchaban por la libertad fueron asesinados, heridos o encarcelados
en las plazas y calles más importantes de Egipto. Cuando Mubarak fue
obligado a dejar el poder, Washington intentó conservar su influencia
recurriendo a sus generales y apoyó la junta militar que tomó el poder.
A medida que la dictadura militar se convirtió en el blanco de grandes
manifestaciones a favor de la democratización, Washington respaldó un
acuerdo de reparto del poder político entre el dominante sector
pro-occidental neo-liberal de los Hermanos Musulmanes y los militares
excluyendo las reformas democráticas y socioeconómicas más elementales
exigidas por los pobres y las clases trabajadoras y medias.
Con la elección del presidente Muhammad Morsi, Washington se aseguró el
más ferviente defensor del capitalismo salvaje de “libre mercado” y el
segundo mejor defensor (después de Mubarak) de mantener la posición de
Egipto como Estado cliente de Estados Unidos en Oriente Próximo. Morsi,
siguiendo los pasos de Mubarak y de acuerdo con Washington y Tel Aviv,
cerró las rutas comerciales entre Gaza y el Sinaí, viajó al Movimiento
de Países No Alineados en Teherán para trasladar el mensaje de Arabia
Saudí y del Golfo reclamando el apoyo a los mercenarios armados que
asolan Siria con el respaldo occidental. Después ha anunciado planes
para privatizar empresas públicas, reducir el déficit a través de la
eliminación de los subsidios básicos a los pobres, desregular la
economía para aumentar el flujo de capital extranjero y acabar con las
huelgas obreras [3]. Como recompensa por su servilismo y para
facilitar el proceso de reconstruir Egipto como Estado maleable y
cliente de Occidente, Washington, Arabia Saudí, el FMI, Qatar y la
Unión Europea han ofrecido a Morsi más de 20 mil millones en préstamos,
el alivio de la deuda y subvenciones [4]. Para conservar el
apoyo de las masas musulmanas empobrecidas, el gobierno de Morsi
depende de jugar la “carta espiritual” mientras lleva adelante una
sólida estrategia económica neoliberal y una política exterior
neo-colonial.
Dado el reciente fervor revolucionario
nacionalista y pro democratizador, Morsi busca la manera de desviar el
creciente descontento socioeconómico con sus políticas económicas
neoliberales adoptando una posición musulmana aparentemente piadosa
—condenando “la película” que ridiculiza al Profeta y tolerando los
ataques a la Embajada estadounidense en el Cairo... algo que ha
enfurecido a Clinton y a Obama, que esperan sumisión total,
especialmente hacia los símbolos y la esencia de todo lo de Estados
Unidos [5].
Desde la perspectiva de Morsi, un día de desahogo
contra la Embajada de Estados Unidos ha sido el precio a pagar por su
extenso programa para poner fin a las aspiraciones revolucionarias
democráticas y nacionalistas de las masas que derrocaron a Mubarak,
sobre todo cuando Morsi tiene toda la intención de “continuar con su
agenda económica (de Mubarak) con una política establecida para luchar
contra la corrupción” [6]. El pueblo egipcio, tanto el musulmán
como el laico, está profundamente desencantado con la traición de los
Hermanos a sus promesas de bienestar, empleo, prosperidad y de una
política exterior nacionalista. La “película” ha servido como “pretexto
legítimo” para unificar sus fuerzas: la protesta contra “la película”
tiene que ver en realidad con las profundas divisiones socio-económicas
y políticas emergentes y con el tremendo impulso de la influencia de
Estados Unidos en el Egipto de Morsi.
Libia
El régimen de Obama condujo la guerra aérea y marítima que devastó la
economía de Libia, destruyó su integridad nacional y permitió que una
gran cantidad de grupos fundamentalistas terroristas extranjeros y
nacionales se hicieran con el control de vastas regiones del país [7].
Washington y la UE lanzaron en paracaídas al gobierno a un variopinto
grupo de clientes expatriados sin apoyar a ninguna de las instituciones
del Estado. Los fundamentalistas islámicos, los clanes, las bandas, los
tribalistas, monárquicos y docenas de otros señores de la guerra
locales que la UE y Washington financiaron, armaron e importaron para
derrocar a Gadafi hicieron mucho más: destruyeron todo el tejido de la
sociedad civil organizada, el Estado y la autoridad pública. Frente a
un mundo hobbesiano y caótico de feudos en guerra, muchas
gentes han retornado a sus grupos primarios —familia, clan, autoridades
religiosas, que pudieran ofrecer cierta protección mínima en el hogar,
en la calle y en el lugar de trabajo. El asalto al consulado de Estados
Unidos ha sido sólo uno de los miles de ataques violentos contra la
propiedad y las autoridades nacionales, regionales y locales [8].
La propia policía, el ejército y los ministerios están infiltrados por
facciones armadas religiosas y laicas que pretenden asegurarse los
escasos ingresos del petróleo para su grupo particular.
La
protesta del Consulado y el asesinato del embajador estadounidense y de
los miembros de las Fuerzas Especiales no ha sido sino el acto más
publicitado de la violencia criminal generada por Estados Unidos y por
la intervención militar de la UE. Creyeron, bien por ignorancia total,
por arrogancia o por ingenuidad, que podían armar a los
fundamentalistas para que hicieran el trabajo sucio de matar a Gadafi y
una vez que ello fuera “misión cumplida”, podrían desecharlos como un
condón usado (o enviados a Siria como tropas de choque) y que podrían
reemplazarlos por tecnócratas neo-liberales que gobernarían el país
como un Estado cliente occidental: retornando los campos de petróleo a
las compañías petroleras de la UE y estadounidenses. En vez de eso,
Washington y la Unión Europea han alienado a todos los sectores de la
sociedad libia: a los millones de beneficiarios de la Libia estable,
segura, laica y próspera que gobernó Gadafi; a la masa de fanáticos
musulmanes armados que exigen un Estado fundamentalista y sienten que
sus sacrificios han sido dejados de lado, y a los señores de la guerra
y a los contrabandistas de armas que exigen el respeto de sus
adquisiciones territoriales [9]. Y, sobre todo, a la gran
mayoría de todos los libios que han resultado empobrecidos por la
guerra y que vieron con indiferencia o satisfacción cómo las bandas
armadas bombardeaban el Consulado estadounidense. La protesta violenta
por la película de unos aficionados que denigra al Profeta ha sido
claramente el pretexto de una dilatada acumulación de reclamaciones
populares y de la elite resultado de la intervención occidental armada.
Yemen
La toma de la embajada de
Estados Unidos en Yemen secunda a los 33 años de respaldo financiero y
armamentístico estadounidense a la brutal dictadura de Ali Abdulá
Saleh, meses de guerra de drones y a la represión de las
protestas populares pacíficas. El actual movimiento pro-democracia en
Yemen, que alcanzó proporciones masivas, ha quedado bloqueado por la
intervención de Estados Unidos y Arabia Saudí y ha dejado en su estela
miles de ciudadanos yemeníes muertos, heridos y encarcelados. La toma
de la embajada de Estados Unidos, aparentemente por “la película”, se
ha debido a causas mucho más profundas y más amplias: el descontento
popular por largas décadas de alianza entre Estados Unidos y Yemen y
por una farsa de “transición democrática” promovida por Estados Unidos.
Al igual que en Egipto y en Túnez, en Yemen los cambios de personas se
han planificado para sacrificar al dictador titular con el fin de
salvar el aparato del Estado cliente (policía, ejército, y judicatura),
que son la base del poder de Estados Unidos y de Arabia Saudí en la
región del Golfo. En todas las “transiciones”, Estados Unidos y la UE
confían en políticos musulmanes dóciles y serviles para que pongan los
arreos de las creencias religiosas a sus políticas neo-liberales y
pro-imperiales.
Túnez
En el caso de
Túnez, Washington y la UE hicieron uso del partido islamista en el
poder Ennahda con el fin de abortar la transformación a favor de la
democratización. Posteriormente, han subsidiado fuertemente al régimen
de “libre mercado” de Moncef Marzuki que ha ignorado totalmente las
reivindicaciones básicas que llevaron al levantamiento: el desempleo
masivo, la concentración de la riqueza y la subordinación a la política
exterior de la Unión Europea y de Estados Unidos, especialmente en lo
que respecta a Palestina, Libia y Siria. El régimen y el partido
islamista han jugado el habitual doble juego de condenar “la película”
y aplastar la protesta, sabiendo muy bien que la protesta callejera
podría encender una manifestación mucho más importante contra el
abandono total del régimen del programa socio-económico democrático
original.
Somalia y Sudán
En
Somalia y en Sudán han tenido lugar protestas populares violentas y
ataques contra la embajada de Estados Unidos. Washington ha estado
profunda y directamente involucrada militarmente en Somalia durante más
de dos décadas, pasando de una fracasada ocupación de los marines
a financiar a militares africanos como sustitutos, entre ellos de
Etiopía, Kenia y Uganda. Asimismo ha participado en ataques con drones.
Como resultado de la intervención militar de Estados Unidos, Somalia es
un país dividido, destruido y en la miseria en el que florece la
piratería y donde tres cuartas partes de sus habitantes son refugiados.
Las “protestas por la película” no son más que la punta de una guerra
de liberación nacional en curso que enfrenta a islamistas radicales
contra los sustitutos respaldados por Occidente y el régimen títere
musulmán “moderado” de Sharif Sheik Ahmed.
Sudán es el lugar
de una protesta masiva y un violento ataque contra las embajadas de
Estados Unidos y de Europa. La elite gobernante en Sudán, sujeta a las
sanciones de estadounidenses y europeas así como al movimiento
separatista financiado y armado por Washington y Tel Aviv en Sudán de
Sur, rico en petróleo, ha firmado un acuerdo por el que se han reducido
sus ingresos petroleros en un 80%. Como resultado del apaciguamiento de
Sudán respecto al separatista sustituto de Occidente, los niveles de
vida en Jartum se han desplomado, la inflación hace estragos, el
desempleo aumenta y el régimen ha dejado de apuntar sus armas a los
separatistas para apuntar a su propio pueblo. Los ataques a la Embajada
de Estados Unidos tienen más que ver con la división y el
empobrecimiento del país que con “la película”. Como mucho, ésta ha
sido un “disparador” que ha incendiado la profunda frustración en
contra de un régimen que, una vez confirmada la integridad nacional del
país, ha sacrificado sus riquezas naturales para ganarse el favor de
Washington.
Pakistán
Pakistán ha sido
escenario de masivas protestas populares en los centros urbanos así
como en la periferia noreste. Los ataques a la embajada y la quema de
la bandera reflejan un resentimiento constante y profundo contra más de
una década de intrusiones estadounidenses terrestres y aéreas en
violación de la soberanía pakistaní. El bombardeo con drones de
decenas de “pueblos tribales” ha despertado la ira de millones de
personas. La guerra librada por Estados Unidos contra bastiones
islamistas, su intrusión armada para capturar a Bin Laden y las
múltiples redadas del ejército pakistaní financiadas con fondos de
miles de millones de dólares han causado miles de muertos y millones de
refugiados. Pakistán es un país que hierve en ira con una profunda
hostilidad a todo lo relacionado con Estados Unidos. La película
únicamente ha venido a alimentar la caldera de un creciente descontento
militante, religioso y nacionalista. El criminal convicto, el
presidente pro-estadounidense Zarda, y sus gestos de protesta por la
película no tienen credibilidad: está haciendo tiempo antes de que lo
derroquen.
En Malasia, Indonesia, Nigeria y otros lugares
donde Estados Unidos no ha sido tan ubicuo a la hora de intervenir en
el orden militar y político han tenido lugar protestas menores por la
“película”.
El tamaño, alcance y violencia de las protestas
en contra de “la película” tienen una alta correlación con la
intensidad de la destrucción y la miseria directamente ligada a la
intervención militar y política estadounidense.
Conclusión
Haciendo
frente a una fuerte reacción militante contra su actual ofensiva
contrarrevolucionaria en el mundo musulmán, Washington exige a sus
“nuevos” clientes musulmanes que aumenten la “seguridad” —que refuercen
el estado policial y repriman los movimientos de protesta populares [10]. Washington está, una vez más, a la defensiva.
Las cambiantes relaciones de poder entre los movimientos populares y Estados Unidos y la UE han vuelto a agudizarse.
En la primera fase, Washington y sus aliados de la UE fueron tomados
por sorpresa y seriamente desafiados por los movimientos populares pro
democratización que derrocaron o amenazaron a sus gobernantes clientes
en Túnez, Egipto, Somalia, Yemen, Bahréin y otros lugares; lo que se
denominó como “Primavera Árabe”.
La segunda fase fue la
reacción occidental para contraordenar, detener y revertir el
movimiento popular pro-democratizador a través de alianzas con
dirigentes islamistas maleables (Egipto, Túnez y Yemen) y el
lanzamiento y la intensificación de la lucha armada con extremistas
islamistas en Libia y Siria. También reforzó a los despóticos regímenes
monárquicos del Golfo.
Apenas unos meses más tarde, los
clientes neo-coloniales impuestos por estadounidenses y europeos, han
dejado ver sus frágiles cimientos: las fraudulentas “transiciones” han
producido gobernantes serviles, incapaces y sin voluntad para hacer
frente a las reivindicaciones socio-económicas de los movimientos
pro-democratizadores.
En la actualidad, la tercera fase de
la lucha enfrenta un escenario más complejo que el anterior “conflicto
binario” de dictadura versus democracia. Hoy en día somos
testigos de conflictos entre islamistas neo-liberales en el poder
contra sindicalistas laicos y musulmanes; musulmanes fundamentalistas
empobrecidos combatiendo por Estados Unidos (en Siria) y en su contra
(en Libia), mientras regímenes laicos (Siria) e islamistas (Irán) unen
sus fuerzas para hacer frente a mercenarios islamistas respaldados por
Occidente y a las amenazas israelíes con armas nucleares. Ya se trate
de Pakistán, Somalia o Sudán, donde quiera que Estados Unidos haya
conseguido Estados clientes ha impuesto políticas de guerra que
empobrecen a las masas.
El terreno de la lucha islamista
tanto para los poderes imperiales como para las masas populares refleja
el descrédito y la destrucción de los gobernantes laicos y de las
organizaciones populares de la sociedad civil. Las instituciones
religiosas se han convertido en el refugio, el manto y el grito de
guerra de las clases desposeídas y de las acaudaladas.
Un
estudio minucioso de las dos [últimas] décadas de guerras de Estados
Unidos y de la Unión Europea en el mundo musulmán revela escasas
pruebas de la influencia “empresarial” del petróleo en el origen de las
guerras imperiales. Al contrario, son esencialmente guerras militares
imperiales. Lo que apreciamos en todas partes es la destrucción a gran
escala de los medios de producción, la enorme des-acumulación de
capital, el desplazamiento masivo de millones de trabajadores,
científicos e ingenieros productivos que generan riqueza. ¿En qué van a
invertir los inversores a gran escala y a largo plazo en Afganistán,
Yemen, Somalia, Siria y Libia si sus propiedades y sus vidas corren
peligro por las bandas de señores de las guerras etno-religiosos
armadas y entrenadas por las Fuerzas Especiales de Estados Unidos?
Los grandes inversores no confían en la estabilidad de regímenes
clientelistas corruptos, serviles e impopulares reforzados por Estados
Unidos y la UE. Los inversionistas cuentan los diez años perdidos en
Iraq a un costo de miles de millones de beneficios en petróleo. Estados
Unidos no fue a la guerra por el petróleo como algunos ignorantes
comentaristas de izquierda afirman.
El imperialismo militar ha llevado al arruina y gobierna seguido del arruina y corre.
El único beneficiario evidente de las guerras de Occidente en los
países musulmanes es el Estado judío de Israel, cuyas multimillonarias
influencias políticas y sus acólitos políticos del Pentágono, del
Tesoro, del Consejo de Seguridad Nacional, del Congreso y de los medios
de comunicación estadounidenses diseñaron y promovieron esas
desastrosas guerras contra el mundo musulmán. Más recientemente han
promovido el contraataque estadounidense convirtiendo la “Primavera
Árabe” en el “Verano del descontento musulmán”.
Las guerras
no acaban ni acabarán mientras Israel reclame la supremacía en el mundo
árabe. Estados Unidos está y estará en guerra permanente con el mundo
musulmán mientras su política exterior y las estructuras políticas
estén influenciadas por la configuración del poder sionista-israelí.
Ningún imperio anterior al de Estados Unidos ha sufrido tal enorme
cantidad de pérdidas financieras y obtenido tan poco en recompensas
económicas. Ningún imperio anterior ha destruido tantos países sin
establecer un solo régimen productivo viable, colonial o neo-colonial.
Sin embargo, leer y escuchar a nuestros periodistas más prominentes que
las protestas musulmanas populares, generalizadas y violentas contra
los símbolos y la esencia del poder imperial de Estados Unidos tienen
que ver con una “película de aficionados que difama al profeta” nos
deja atónitos. Los expertos ignoran el hecho de que los disturbios
populares y los ataques anti-imperiales han precedido y se mantendrán
después del incidente de la “película”. Una década devastando a una
docena de países y desarraigando a decenas de millones de personas
desde Libia a Pakistán pasando por Somalia, Siria, Iraq, Pakistán y
Yemen ha dejado una huella indeleble en la conciencia de aquellos que
lo sufrieron y de los que combaten y, especialmente, entre las nuevas
generaciones de luchadores por la democracia que no aceptarán que su Primavera Árabe retroceda.
La protesta en todo el mundo no es simplemente en oposición a “la
película” y a los mediocres reaccionarios anti musulmanes que la
produjeron, sino contra la atmósfera de absoluta islamofobia política y
cultural que impera en Estados Unidos y que nutre a este tipo de
películas. Empezando por la redada masiva de miles de musulmanes
inocentes llevada a cabo por el acérrimo sionista Michael Chertoff,
jefe de la Seguridad Nacional, continuando por la vigilancia y la
infiltración del FBI de cientos de mezquitas y siguiendo por la campaña
de unos agitadores contrarios a un Centro cultural en Nueva York
patrocinada por los sionistas; por la purga de un respetado educador
árabe-estadounidense, por las semanales diatribas cristiano-sionistas
cuajadas de virulencia anti musulmana a 40 millones de seguidores en
Estados Unidos; por los nombramientos que promueve el AIPAC en el
Tesoro de Estados Unidos y por las subsiguientes sanciones contra
países musulmanes independientes, los musulmanes tienen argumentos
sólidos para creer que la islamofobia está arraigada en la cultura
estadounidense. Ningún musulmán reflexivo en todo el mundo considera
que la película sea una aberración pues el cine pro-israelí de
Hollywood y los magnates de la televisión siempre han demonizado y
caricaturizado grotescamente a los musulmanes presentándolos como
villanos sedientos de sangre, bárbaros ignorantes y jeques-playboy carentes de todo valor.
El envío de Obama de los marines
y de buques de guerra para defender las misiones no hace sino reforzar
la imagen y la realidad de que la presencia de Estados Unidos en el
mundo musulmán se basa en la fuerza y en las armas. No existe la
reflexión crítica en los círculos políticos de Estados Unidos sobre los
grandes temas políticos y culturales que intervienen en el país y en el
extranjero y que despiertan la pasión y la ira que se extiende en la
actualidad en 20 naciones musulmanas y más allá.
La
islamofobia no es simplemente la actitud de una minoría de extremistas
marginales; es parte integrante de las políticas destinadas a las
actuales guerras a gran escala contra una docena de naciones
musulmanas, a la vigilancia de millones de musulmanes estadounidenses,
y a armar a un Estado judío decidido a desarraigar a los palestinos y a
amenazar con bombardear a 75 millones los musulmanes iraníes.
Notas:
1. - “Rage at Amateur Film Spreads”, Financial Times, 14 de septiembre de 2012, p. 2.- James Petras: The Arab Revolt and the Imperialist Counterattack, Clarity Press, Atlanta, 2012) segunda edición.
3. - Borgou Daragahi: “Investment Drive Aims to Boost US Influence in Morsi’s Egypt”, Financial Times, 10 de septiembre de 2012, p. 4.
4. - Ibid
5.- Financial Times 13 de septiembre de 2012, p. 10.
6.- Financial Times 10 de septiembre de 2012, p. 1
7.- Financial Times 13 de septiembre de 2012, p. 11
8.- Financial Times 13 de septiembre de 2012, p. 4
9. - Mel Frykberg: “Consulate Attack was just the Latest in Rising Violence in Libya” McClatchy Washington Bureau, 12 de septiembre de 2012
10.- FT
9/14/12, p. 2. Roula “Fool ya” Khalef a reliable mouthpiece of the US
echoes Clinton’s commands in her diatribe “Islamist Leaders (sic) have
power and Responsibility to Defuse Tensions”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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