La Jornada
El golpe contra Dilma Rousseff es resistido cotidianamente por manifestaciones
populares en todas las ciudades importantes. Pero éstas no son
encabezadas por los dirigentes históricos del Partido de los
Trabajadores (PT). Dilma misma dice que seguirá la lucha, pero se va a
Porto Alegre, y el PT, con excepción de la consigna de “Fora Temer”
y de un vago llamado a elecciones anticipadas, no da a sus
simpatizantes ni al país ningún objetivo de lucha, y se limita a
presentar recursos judiciales. Igual hizo Cristina Fernández de Kirchner
al día siguiente de la derrota electoral, que ella tanto ayudó a
preparar. Durante meses mantuvo silencio en sus propiedades mientras sus
hombres de confianza se pasaban al macrismo o lo apoyaban en el
Congreso, y cuando reapareció, sólo propuso una
nueva mayoríacon los tránsfugas y los aliados de Macri, no una vía de movilizaciones ni una salida a la crisis del país.
Es vano pretender una conducta diferente de dirigentes
procapitalistas y de partidos que proclaman defender al Estado y al
sistema. ¿Qué se puede esperar de gente que sólo piensa en elecciones y
espera todo de las relaciones en el Parlamento y en las instituciones
respetando los poderes de facto que, desde las cámaras
empresariales y las trasnacionales, deciden, sin tener ningún mandato
popular, todas las medidas políticas y económicas?
La real defensa de un gobierno defenestrado ilegalmente por la
oligarquía porque no era el más apto para ella en esta fase mundial del
capitalismo no puede depender de apelaciones y de abogados, sino que se
basa por completo en un cambio en la relación de fuerzas entre los
oprimidos y explotados y sus explotadores porque la Suprema Corte, la
justicia electoral y el aparato judicial forman parte esencial del
aparato de dominación y son tan poco
neutralese
independientescomo las fuerzas represivas.
El Partido de los Trabajadores nació de la ola de huelgas que derribó
la dictadura militar a fines de los 70. Lo apoyaron sectores de la
Iglesia católica y de las comunidades de base, las tendencias
democráticas que en los sindicatos luchaban por sacarse de encima los
pelegos(la burocracia sindical agente del gobierno), los campesinos que se organizaban sindicalmente o luchaban por una reforma agraria y los restos de las muy maltrechas organizaciones de la izquierda nacionalista, maoísta, estalinista, trotskista.
Pero ese partido fue dirigido por el grupo sindical de Lula,
nacionalista conservador y no anticapitalista. El PT funcionó así como
partido burgués. Su dirección era de origen humilde, pero tenía
ideología burguesa y mantuvo y difundió los valores de la burguesía. Sin
embargo, era temido por la burguesía porque potencialmente podía
convertirse en canal para los trabajadores, que eran su principal base
de apoyo.
Todos los que sobrestiman su capacidad política y creen que los
procesos históricos avanzan sólo convencen de algo a los líderes de
movimientos complejos y contradictorios, intentaron influir a Lula y a
los otros dirigentes desdeñando la construcción de un partido de masas
donde las bases tengan medios de informarse, discutir, autoorganizarse,
proponer y decidir.
El PT se transformó así en un partido pragmático y sin
principios, electoralista y dependiente de un líder carismático
respaldado por algunos sindicalistas. Ahora bien, los sindicatos, como
los trabajadores mismos, son burgueses cuando negocian en el mercado de
trabajo las condiciones de venta de la mercancía fuerza de trabajo.
Pero, al unir al sector más calificado de los trabajadores para
enfrentar a los patrones, afectan al capital y pueden ser también
instrumentos de lucha contra una fracción del mismo.
Los sindicalistas, cuando se identifican con un partido y aceptan la
integración de éste en el aparato estatal capitalista, se convierten en
funcionarios estatales conservadores abiertos a la corrupción en todas
sus formas (mordidas o coimas, participaciones en negocios,
puestos parlamentarios muy bien pagados). Eso explica la pasividad de la
CUT ante el golpe contra Dilma: los sindicalistas del PT, muchos de
ellos parlamentarios o involucrados en actos de corrupción, no
intentaron ni un simple paro de protesta en defensa de la legalidad
democrática. Anteriormente habían aceptado también sin problemas que
Dilma gobernase con la derecha e hiciera la política del gran capital,
así como la compra de votos parlamentarios para tener mayoría. El PT no
volverá al gobierno porque no podrá contar con los votos de los partidos
que antes compraba y sólo se reconstruirá si se convierte, en el llano,
en un partido de lucha.
No se puede, por consiguiente, esperar nada de dirigentes que temen
se les descubran actos delictivos o se preocupan sobre todo por los
procesos de corrupción en que están involucrados o que, como los ex
primeros ministros, ministros y gobernadores kirchneristas, buscan lazos
con los ex adversarios políticos macristas (también ex peronistas), con
quienes comparten el conservadurismo procapitalista sin preocuparse así
por apoyar a enemigos de clase de los trabajadores.
La lucha puede y debe ser iniciada directamente por comités de
fábrica, comunidades de base en los barrios y territorios, así como
comités de lucha regionales no dependientes del PT, pero que no
discriminen a los simpatizantes y militantes de base del mismo. Para que
sea el pueblo el que decida y no un puñado de senadores antes pagados
por el PT y ahora por la oposición hay que llamar en efecto a nuevas
elecciones y el
¡Fora Temer!permitirá llegar a quienes no confían en el PT pero ven los efectos de la crisis.
Pero esas consignas generales deberían ir unidas a reivindicaciones
concretas: empresa que despida será ocupada, las tierras baldías pero
fértiles serán ocupadas y distribuidas; también es indispensable una
reforma agraria integral que dé tierra y trabajo, y la educación y la
sanidad deben ser públicas y gratuitas. Esta es la vía para expulsar a
Temer.
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