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viernes, 23 de septiembre de 2016

Brexit, Bayer y Laudato



Rafael Landerreche *
La fusión de los dos gigantes de la industria química, Bayer y Monsanto, ciertamente no ha pasado del todo desapercibida, pero no ha recibido tanta atención como la tuvo en su momento la Brexit. Sin embargo, su importancia es de magnitud similar y, de hecho, desde aquella fecha hasta la presente, la fusión de las dos megaempresas es una de las peores noticias que hemos tenido. Es, para decirlo en términos zapatistas, la consolidación de las cabezas de la hidra capitalista.
Ambos sucesos pertenecen al ámbito de la macro-geopolítica, pero se pueden comparar con eventos de la microfísica. La adquisición de Monsanto por Bayer es una fusión; lo de la Brexit fue una fisión. Y ambas pueden tener consecuencias tan devastadoras para la humanidad y el planeta como lo tendrían las bombas de fisión o fusión nuclear.
Fusión y fisión son actos contrarios, y según los antiguos lógicos, los contrarios pertenecen al mismo género. En este caso el género sería el de la globalización pero, siguiendo con las distinciones lógicas, nos encontramos con dos especies del mismo género. La primera es la globalización corporativa, a veces llamada neoliberal, mientras la segunda sería una globalización alternativa que podría adquirir su especificidad de diferentes modos; por ejemplo, se ha hablado de la globalización de la solidaridad, de la globalización de la esperanza o, en una perspectiva más histórica, una globalización de “los derechos del hombre, la igualdad… y la cultura como centro elemental de su vitalidad”, como escribió en estas páginas Ilán Semo hablando de la otra Europa. Siendo los contrarios del mismo género, una globalización basada en el principio del respeto a los derechos humanos sería exactamente lo contrario de la globalización corporatocrática (si se me permite el neologismo) que estamos viviendo. Dicho en otras palabras, contra el fascismo global (que eso es el gobierno en manos de las corporaciones) no hay otra alternativa que el pacto global por el respeto de la libertad y de los derechos humanos. De hecho, hablando en términos estrictamente históricos, esa es la explicación del origen de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas y del proyecto original de la unificación de Europa.
Trágicamente, la fusión Bayer-Monsanto representa un paso adelante de la globalización corporativa, mientras que la Brexit representa un paso más del desmoronamiento de lo que alguna vez pudo ser la opción contraria. Por cierto, a propósito de fascismo, Bayer, que para algunos no es más que la empresa de las aspirinas y de otras medicinas igual de benéficas, fue uno de los tres gigantes químico-farmacéuticos que integró el conglomerado I.G. Farben, una de las empresas emblemáticas del nazismo, ligada a la producción de gases tóxicos y a la experimentación en los campos de concentración. No es de extrañar que se haya llamado a la fusión de Bayer y Monsanto un matrimonio arreglado en el infierno.
La confusión entre globalización y neoliberalismo es una de las armas ideológicas del neoliberalismo. Si para muchos es una confusión causada por la ignorancia, para otros es algo totalmente (mal) intencionado: se nos quiere hacer creer que no hay otra globalización que la neoliberal y que estar en contra de ella (ser globalifóbicos) es algo tan necio y tan inútil como querer oponerse a las leyes de la historia. Esta confusión inicialmente deliberada y posteriormente generalizada por la ignorancia es lo que explica tanto las desconcertantes y contradictorias reacciones a la Brexit como la Brexit misma. El hecho de que muchos vieron el resultado del referendo británico como un triunfo de las derechas (incluyendo las derechas mismas), y al mismo tiempo no pocos desde la izquierda lo hayan visto como un triunfo de la democracia, se explica porque estos últimos pensaron que votar contra la globalización era votar contra las políticas neoliberales. Pero como escribió acertadamente Alejandro Nadal: El castigo a las poblaciones del planeta seguirá mientras la gente no tome conciencia de quiénes son sus verdugos.
Ante toda esta confusión uno se pregunta: si alguna vez hubo un proyecto de unificación europea que apuntaba a una globalización contraria al modelo neoliberal, ¿por qué no hay nadie entre los jefes de Estado y los líderes políticos de Europa que salga a aclarar la confusión? ¿Están todos tan comprados y cooptados por el neoliberalismo, incluso los autollamados socialistas, que nadie se atreve a salirle al paso a la confusión malintencionada? Bueno, queda uno, un jefe de Estado (que algunos afirman que no debería ser tal) que ha alzado la voz. Francisco, jefe de Estado del Vaticano, el Estado más minúsculo de Europa, ha tenido la memoria histórica para recordar la generosidad activa que actuó después de la Segunda Guerra Mundial y ha increpado al viejo continente: ¿Qué te ha pasado, Europa humanista, campeona de los derechos del hombre, democrática y libre? Ha abogado por los migrantes, cuyo rechazo xenofóbico es uno de los motivos detrás del triunfo de la Brexit. En su encíclica Laudato Si ha denunciado el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas, que es la esencia del fascismo corporativista y la fuerza que anima fusiones como la de Bayer-Monsanto y que es, entre otras cosas, causa del fracaso de las cumbres mundiales sobre medio ambiente. Finalmente, ha sido explícito en condenar el desarrollo de oligopolios en la producción de granos, que se agrava cuando la producción de variedades transgénicas estériles terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras.
La historia convencionalmente aceptada dice que la Europa de los derechos humanos nació de la Revolución Francesa que se hizo en contra de la monarquía y de la Iglesia (o del trono y el altar, como se decía entonces). Resulta por lo menos irónico que dos siglos después, el único líder europeo que sale a defender los derechos humanos sea el representante de la Iglesia católica.

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