Iván Restrepo
Quien visite Colombia estos días encontrará una opinión
pública dividida por el acuerdo de cese al fuego entre el gobierno y el
principal grupo guerrillero del país, las FARC, y la promesa de éstas
de entregar todas las armas que poseen. Como testigos del que es un paso
fundamental para lograr el fin de un conflicto que ha costado 220 mil
muertos, más de 50 mil desaparecidos, 8 millones de víctimas, 52 años de
guerra, pérdidas económicas y sociales cuantiosas, despojo de tierras
comunales indígenas y reclutamiento forzado de quienes en ellas vivían,
estuvieron varios presidentes latinoamericanos y el secretario general
de la Organización de las Naciones Unidas.
Pero mientras la inmensa mayoría de los medios de información, las
organizaciones internacionales y los gobiernos de las principales
potencias del mundo señalan como gran paso lo firmado en La Habana el
jueves 23 de junio, la oposición al gobierno de Juan Manuel Santos,
encabezada por su predecesor, Álvaro Uribe, hace un enorme despliegue
para evitar que Colombia
sea entregada al comunismo pro castristaa
unos bandoleros y secuestradores que manejan el negocio de la droga y poseen enormes fortunas. Y, además, porque quienes cometieron crímenes de lesa humanidad no recibirán el castigo que merecen y hasta podrían hacerse parte del Poder Legislativo.
A esta forma de mirar las cosas se suma el ultraderechista procurador
del país, Alejandro Ordóñez, quien sostiene que en La Habana no
negocian dos partes
sino una sola, que es el gobierno unido con las FARC. Y por supuesto, los que se han beneficiado del conflicto armado desde las instancias militares, del sector privado y político.
Datos oficiales señalan que los 80 frentes guerrilleros de las FARC
tienen más de 45 mil armas en su poder entre pistolas calibre 9
milímetros, fusiles y ametralladoras de diversos modelos, así como
explosivos. Más de una tercera parte de esas armas les llegaron desde
Centroamérica y elaboradas lo mismo en Inglaterra que Estados Unidos y
Rusia. Al año los integrantes de ese grupo pierden cerca de mil 300
fusiles en los operativos y combates contra las fuerzas del orden. En
las áreas de influencia de las FARC hay sembradas miles de minas
antipersonales. Las que ya explotaron causaron los últimos 25 años más
de 11 mil víctimas.
Una de las grandes dudas que existen en torno a las
negociaciones que aún no concluyen, es si las FARC entregarán todo el
arsenal que poseen a los supervisores de la ONU; si retendrán una parte
por la desconfianza que tienen sobre el cumplimiento de varios acuerdos
y/o a fin de garantizar la seguridad personal de sus dirigentes. O si
venderán otras a los nuevos grupos ilegales que existen en el país, como
los formados por ex integrantes de los grupos paramilitares (que tantos
crímenes cometieron con la complicidad oficial) y manejan ahora un
importante porcentaje del negocio de la droga y la extorsión.
Si bien lo firmado en La Habana es un gran logro, falta mucho camino
por recorrer para alcanzar la paz definitiva. Nada fácil será hacer
realidad acuerdos que tocan el origen mismo de la existencia de la
guerrilla: desigualdad e injusticia social y económica, impunidad,
desarrollo agrario integral, a los que se agregan los futuros:
participación en política de los ex integrantes de la FARC, sustitución
de cultivos ilícitos (se triplicaron desde el cese al fuego),
compensación a las víctimas causadas por el grupo guerrillero y desarme
total de sus efectivos, que suman entre 7 mil y 10 mil. Que los acuerdos
los refrenden la ciudadanía y las instancias legales del país.
Imposible ignorar la oposición de una parte muy importante de la
población que, como el binomio Uribe-Ordóñez y sus adoradores e
incondicionales, pone el acento en acabar con la guerrilla militarmente y
a cualquier costo.
Pero, como enseña el fin de varios conflictos armados en el mundo:
Irlanda, Nepal, Guatemala, Sri Lanka, El Salvador, hay que priorizar los
acuerdos políticos en busca de la paz. Lo peor para Colombia sería
dejar que los fusiles intentaran de nuevo, inútilmente, resolver un
problema que ha dejado muerte y destrucción. Y que se arregla más fácil
hablando que disparando.
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