Brecha
En la madrugada del
martes 30 de abril, la oposición radical se jugó su carta militar.
Algunos efectivos militares y policiales ‒muy pocos, según se aprecia en
los videos‒ liberaron al líder de la opositora Voluntad Popular,
Leopoldo López, quien se encontraba preso en su casa, y se posicionaron
con varias tanquetas antidisturbios, junto a Guaidó, en la autopista que
se encuentra frente al aeropuerto La Carlota, en el este de Caracas, la
histórica zona de confort de la oposición.
El movimiento que se
generó a partir del autojuramento de Guaidó, en enero de este año, luce
muy debilitado. Su figura ha venido diluyéndose y su desplazamiento se
ha venido achicando. Así que esta jugada podría parecer, a primera
vista, una acción más desesperada que con planificación y apoyo sólido
de las fuerzas armadas. El jaque mate, otra vez, no tuvo lugar. Lo
sucedido el 30 de abril vuelve a ubicar la pelota en el terreno de
Estados Unidos: sin la intervención militar directa del Pentágono,
Maduro no sale.
Lo que aún no se logra comprender es por qué el
líder socialdemócrata y segundo vicepresidente de la Asamblea Nacional,
Edgar Zambrano, un experimentado político moderado, llegó al sitio a
apoyar a los golpistas. ¿Calculaba un desenlace exitoso? ¿Tenía alguna
información extraordinaria?
Desde muy temprano, el alto mando
del gobierno llamó a movilizarse, y enseguida comenzó a llegar el
chavismo a Miraflores, sede del poder ejecutivo. El presidente Maduro
esperó hasta las diez de la noche para pronunciar un discurso, en el que
expresó cautela en la forma de resolver la situación. El gobierno ha
sorteado muchas veces situaciones similares y siempre lo ha hecho con
mucha paciencia, dando largas para que los golpistas se diluyan, en
tanto no controlan ningún espacio de importancia. En esta ocasión se
repitió la estrategia y Maduro consiguió su objetivo.
Pareciera
que la oposición intentó, según se refleja en las declaraciones, forzar
un escenario al estilo de Sudán, donde concentraciones pacíficas que ya
llevan varios meses terminaron contando con el apoyo militar y sacando
al presidente Omar al Bashir de su cargo. Pero, aunque el levantamiento
del 30 de abril puede generar la fractura de sectores militares y
terminar de debilitar al gobierno, también puede significar una
frustración definitiva para la oposición, el atornillamiento de Maduro
al cargo y la legitimación de medidas represivas contundentes. El peor
escenario es, sin duda, una división tajante que conlleve a la
conformación de dos grandes fuerzas militares, lo que podría conducir a
una guerra civil.
Un golpe confuso
Llamar al
pueblo a manifestarse en la calle cuando hay tropas dispuestas a batirse
a tiros, como se demostró, complejiza la acción militar. Algunos videos
muestran cómo efectivos militares plegados al golpe respondían con
tiros de fusiles a las bombas lacrimógenas lanzadas por la Guardia
Nacional Bolivariana, en medio de manifestantes desarmados. ¿Buscaban
una respuesta armada del gobierno para provocar una masacre? En todo
caso, las imágenes invitan a pensar que no fue un golpe planificado que
tendría éxito en un lapso perentorio, sino una acción de desesperación
política que buscaba un desenlace azaroso.
Una vez generada la
confusión, el liderazgo opositor se dirigió a la plaza Altamira, donde
hace unos quince años un grupo de generales se mantuvo durante unos tres
meses esperando la caída de Chávez. Dicha plaza es también el signo de
que la oposición venezolana, comandada por la oligarquía local, puede
gobernar apenas algunas cuadras del este de Caracas y parece estar muy
lejos de comandar un proceso de cambio político nacional.
¿Terminó todo?
Este evento de ayer tiene una causa central: la decisión de Estados
Unidos de no jugarse aún la carta de la invasión, lo que tiene frustrada
a la oposición radical, que la espera desde la autoproclamación de
Guaidó como presidente. Hace semanas, Elliott Abrams, designado por
Trump para encargarse de los asuntos sobre Venezuela, declaró que no
contemplaba por ahora una intervención y que el derrocamiento de Maduro
quedaba a cargo de los venezolanos. La depresión opositora a partir de
esta declaración viene acelerando salidas desesperadas, como la de este
martes.
El chavismo, incluidos el disidente, el descontento y el
crítico, según los diferentes grados de malestar, puede terminar
cohesionándose en torno a la figura de Maduro, a la que días antes
incluso detestaba. Por su parte, a la oposición se le debilitan los
liderazgos y queda dividida, perseguida, escondida. La comunidad
internacional aliada a la oposición venezolana se mantuvo mucho más
cauta que en situaciones anteriores, como la de febrero de este año,
cuando se intentó introducir por la fuerza la ayuda humanitaria. A
partir de ese día, el Grupo de Lima y muchos gobernantes y medios
europeos han aprendido a actuar con mayor cautela ante los eventos que
planifica la oposición venezolana. Saben que ya no pueden dar
espaldarazos automáticos a sus acciones.
Habrá que evaluar que
las acciones de hoy pueden terminar de compactar a las fuerzas militares
y que estas tendrán cada vez más poder en el gobierno. La mano dura que
han venido pidiendo los sectores radicales del chavismo contra el
gobierno paralelo de Guaidó podría estar por venir. No obstante, en su
alocución Maduro no lució vengativo, sino más bien cauteloso. Queda por
verse si este evento obedeció a una prueba para planificar una acción
más contundente y definitiva o si fue un último manotón militar de
Guaidó.
* Sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
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