La víspera de su
actual periplo latinoamericano y en el aniversario del inicio de su
encargo frente al Departamento de Estado, Rex Tillerson decidió acudir a
su alma mater, la Universidad de Texas en Austin, para ofrecer
una primicia tardía: la visión de conjunto de la política de Trump
hacia América Latina y el Caribe. El hecho de que haya tenido que
transcurrir un año para formular esa visión y realizar una gira
regional, con significado y alcance diferentes a las visitas a países
específicos, es revelador del lugar no demasiado prominente que la
región ocupa en el mapa mundial de prioridades de la diplomacia de EU.
La presencia de un empresario de la construcción en la Casa Blanca y de
un ejecutivo petrolero en Foggy Bottom han alterado ese mapa, más en
cuanto rutas de navegación y vías de acceso que en cuanto a las
fronteras que muestra. El aniversario de Tillerson sirvió para que los
medios recordasen cuánto se ha distanciado de las conductas
tradicionales y cuánto menosprecia la figura del diplomático
profesional. No en las palabras, sino en las acciones.
En el pasado, cuando ha existido, la política estadunidense hacia la
región ha asumido muy diversas variantes. Desde la del Gran Garrote
–expresamente evocada por la Deutsche Welle:
Tillerson en América Latina o ¿el regreso del Gran Garrote?(dw.com/es/)– hasta la de Buena Vecindad y también la del ‘descuido benévolo’. No es sencillo establecer con rigor los lapsos de predominio de una o otra de estas variantes, o de alguna más, o de una combinación de ellas. Sea lo que fuere, Tillerson no acudió a Austin a hablar de historia –excepto de la personal, al detallar algunas anécdotas– pero sí se valió de episodios del pasado para tratar de justificar políticas del presente.
Por ello, James Monroe (1758-1831) fue el antecesor más citado.
Tillerson calificó la Doctrina Monroe de exitosa y afirmó que no ha
perdido relevancia, a pesar del par de siglos transcurridos desde su
formulación. Estas apreciaciones no parecen ser compartidas en la región
que se disponía a visitar, donde tal doctrina se asocia con los
episodios más agresivos e intervencionistas de una convivencia
conflictiva. Por otra parte, Tillerson admitió que los periodos de
descuido(sin calificativo) quizá han sido los dominantes en la historia de las relaciones hemisféricas. (La transcripción y el video –29’– de la perorata de Tillerson aparecen en state.gov).
El secretario de Estado se refirió a los tres pilares en que a su
juicio se basa la política de su país hacia el hemisferio: crecimiento
económico, seguridad y gobernanza democrática. Al hablar del primero,
aludió de entrada al que parece ser, para el gobierno de Trump, el
indicador dominante: el saldo de la balanza comercial. Citó las cifras
básicas: el valor total del intercambio de mercancías y servicios entre
EU y los países de América Latina y el Caribe se eleva, cada año, a
casi 2 billones de dólares. De este intercambio dependen 2.5 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos y
en lugar de un déficit comercial, en realidad Estados Unidos tiene un superávit de 14 mil millones de dólares con el hemisferio. Es claro que el motivo de conflicto –el déficit– no aparece con la región, sino con algunos de sus integrantes, México entre ellos, cuyo superávit comercial con EU equivalió, según cifras mexicanas preliminares para 2017, a 25.5 por ciento del valor total del comercio bilateral. En cambio, el excedente hemisférico de EU equivale a menos de 1 por ciento del total intercambiado. Como tantas veces se ha dicho, convertir al saldo de la balanza comercial en casus belli de primera magnitud, como estila la administración Trump, es un enfoque mercantilista primitivo, tan anacrónico como la Doctrina Monroe misma.
Liquidada así la cuestión comercial en sólo siete breves
párrafos, los 12 siguientes se dedicaron a la cooperación en energía, en
especial en producción e intercambio de hidrocarburos. Si el presidente
sigue prestando atención, directa e indirecta, a la marcha de sus
negocios, no es extraño que el secretario de Estado exponga en detalle
cuestiones de energía, con referencia apenas incidental al cambio
climático. En el ‘modelo Tillerson’ de relaciones hemisféricas la
energía –y los hidrocarburos en especial– asume un papel central. Cito
en extenso: “Nuestro continente se ha convertido en la fuerza energética
de este siglo, gracias en buena medida a la rápida expansión de la
producción de gas y aceite no convencionales… El resto del hemisferio
puede usar la experiencia de América del Norte como modelo… Estados
Unidos está dispuesto a ayudar a nuestros socios [sudamericanos] a
desarrollar sus propios recursos de manera segura y responsable, al
ritmo que la demanda de energía continúa creciendo… [Se construirán en
la región nuevas generadoras de electricidad y] muchas de ellas
emplearán gas natural. Estados Unidos debe ser un proveedor sustancial y
confiable… La apertura de los mercados de energía en México, por
ejemplo, ha conducido a mayor inversión privada, más competencia y más
comercio de energía con Estados Unidos… Tenemos la oportunidad de
desarrollar una alianza de energía que abarque al conjunto del
hemisferio occidental…” Quizá el auditorio de Austin también dudó si
escuchaba al secretario de Estado o al ejecutivo de ExxonMobil –empresa
que acaba de inaugurar su primera gasolinera en México, en las goteras
de Querétaro.
En los países comprometidos con los Acuerdos de París, entre los que
EU no se cuenta, al menos por el momento, el modelo es, o debería ser
otro: la primacía energética ha de derivarse del avance técnico en
energías sin carbono; se requiere cooperación técnica para desarrollar
fuentes renovables, eficiencia en los usos de energía e innovaciones en
almacenamiento y transporte; más que proveedor de hidrocarburos, EU
debiera ser socio en proyectos de energía limpia; las nuevas inversiones
deben orientarse a estos proyectos, más que a la extracción y
comercialización de combustibles fósiles. En una palabra, si en el
futuro hay una alianza hemisférica en energía, debe ser una alianza para
la sustentabilidad y la reducción de emisiones de carbono.
Los aspectos relativos a la seguridad y la gobernanza del modelo de
política hacia América Latina y el Caribe presentado por Tillerson en
Austin contienen propuestas también objetables. Reviven épocas en que se
esperaba que la región siguiera los lineamientos dictados por
Washington; épocas en que se acudía al uso y la amenaza de la fuerza;
épocas en que se imponían los designios nacionales, envueltos en una
retórica grandilocuente, colmada de referencias a la democracia y las
libertades. La retórica se ha fortalecido y, con Trump, es cada vez más
inverosímil.
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