Por: Patricio Montesinos
Cuba puede estar orgullosa de su dignidad, solidaridad y resistencia ante las continuas agresiones externas,
y sin duda alguna vanagloriarse de la prestigiosa y humanista Escuela
de Medicina que ha creado durante sus más de 55 años de Revolución, en
beneficio de su pueblo y del mundo entero.
Hace escasas horas acompañé a una colega amiga, aquejada de un dolor
precordial, al Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de La
Habana, un hospital que constituye un ejemplo de cómo en la mayor de las
Antillas son protegidos con esmero los derechos humanos fundamentales,
en este caso el derecho a una atención médica gratuita, y de excelencia.
Desde que uno se adentra en ese centro sanitario, se observa el ir y
venir de doctores y enfermeras enfrascados con profesionalidad en la
asistencia a pacientes cuyas vidas pueden correr peligro por una
eventual afectación en el corazón.
Inmediatamente después de nuestra llegada al hermoso y lustrado
Instituto, una joven doctora nos pasó a su consulta para reconocer a mi
amiga cubana, quien tras sentir la amabilidad y la delicadeza de su
interlocutora parecía ya tener alguna mejoría, al menos ello se dibujó
en su rostro.
Sin preguntarle si tenía algún seguro médico o dinero antes de
auxiliarla, como suele ocurrir en la mayoría de los países que he tenido
la oportunidad de visitar, la joven le tomó la presión arterial, las
pulsaciones, y luego le indicó un electrocardiograma, que le fue
realizado en pocos minutos en un local anexo.
A su regreso a la consulta, la paciente recibió una detallada
explicación de la doctora sobre otras causas posibles que pudieron
provocarle el aparente dolor precordial, y con una sonrisa le concluyó
diciendo que en su caso no existía problema alguno, que podía estar
tranquila, pero al mismo tiempo le recomendaba en lo adelante hacerse un
estudio.
Entre agradecimientos y placidez por la noticia, pregunté entonces a
la médico si era cubana, pues noté en su hablar un acento que no era de
este archipiélago antillano, lo que había despertado mi curiosidad.
Para orgullo de esta nación caribeña y de toda Nuestra América, nos
respondió que era boliviana, de Cochabamba, y que había cursado sus
estudios en Cuba, donde se han graduado de Medicina y diferentes especialidades de esa carrera, incluida Cardiología, miles de jóvenes de este hemisferio y del mundo.
En una consulta contigua del mismo hospital otro joven lucía su bata
blanca con una bandera de Ecuador en uno de sus hombros, mientras
examinaba con atención los electrocardiogramas de varios pacientes.
Doctores cubanos, latinoamericanos, caribeños y de otras regiones del
mundo graduados en la mayor de las Antillas tienen un sello que los
distingue, su consagración a salvar vidas y un humanismo extraordinario.
Con ese propósito el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, creó la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM),
e hizo de su país, junto a su pueblo, una reconocida potencia
internacional en la esfera de la Salud, a pesar del bloqueo económico,
comercial y financiero que Estados Unidos le ha impuesto desde hace más
de cinco décadas a la bautizada Isla de la Dignidad.
Al cierre de este hermoso relato, mi amiga me narró que en el
Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de La Habana fueron
atendidos hace algunos años su padre y su suegro.
Al primero, me dijo, le colocaron tres stend en arterias
coronarias que tenía dañadas, y al segundo un marcapasos, sin costo
alguno para ellos ni sus familiares. Ambos, con ya más de 80 años
cumplidos viven felices en Cuba, gracias a Fidel y a la Medicina cubana,
exclamó orgullosa mi colega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario