Guillermo Almeyra
Venezuela está
bajo la amenaza directa de un golpe de Estado con intervención
estadunidense. Por lo tanto, defender lo que queda de la revolución
bolivariana, la constitucionalidad y al gobierno elegido
democráticamente, cualesquiera sean sus límites, es una prioridad
absoluta.
En efecto, si Nicolás Maduro fuese derrocado se instauraría una
dictadura al servicio de Washington, que cambiaría todo el panorama
latinoamericano y se abriría un periodo de protestas y sublevaciones
populares sangrientas y de guerra de guerrillas costosísimo en vidas.
Los venezolanos que se oponen al gobierno están divididos entre
quienes tentaron el fracasado golpe de Estado contra Hugo Chávez y que
desde la elección misma de Maduro tratan de derrocarlo, y quienes, hasta
hace poco chavistas, protestan hoy sobre todo por el desabastecimiento y
la corrupción. Los golpistas tienen métodos y objetivos fascistas,
odian todo lo que huela a igualdad y se apoyan en la oligarquía, el
imperialismo, la gran burguesía y una capa de clase urbana acomodada
dispuesta a todo para conservar sus privilegios. Ese sector quiere
derribar al gobierno para retornar al pasado. Sus bases más populares,
pertenecientes a las clases medias urbanas pero igualmente a algunos
sectores de los trabajadores, quieren en cambio reformar el proceso
político, salvaguardar las adquisiciones del chavismo y sustituir al
gobierno mediante la presión popular, no un golpe proimperialista.
El conservadurismo y la aceptación de los valores capitalistas –todo
lo que el chavismo no combatió con claridad– es el aglutinante
ideológico que une a ambos sectores y permite la manipulación descarada
de los democráticos por los fascistas. Presentarlos como si fueran una
masa homogénea ayuda a los agentes yanquis a disfrazarse de demócratas.
Por consiguiente, es elemental tratar de diferenciar y dividir estos
sectores con intereses y bases sociales divergentes.
El presidente Maduro, al asegurar que habrá elecciones en 2018,
satisfizo al Vaticano y a los mediadores y quitó a los golpistas el
pretexto del supuesto peligro de una dictadura chavista. Por otra parte,
la convocatoria a una asamblea constituyente
popular, que los golpistas rechazan, evidencia que son sólo Capriles y sus secuaces quienes no quieren dialogar y no aceptan ninguna posibilidad de participar en la vida democrática, pues sólo buscan servir al capital financiero internacional en su deseo de privatizar y controlar el petróleo estatizado venezolano.
El apoyo internacional de masas al proceso bolivariano interrumpido
debe combatir el golpe proimperialista, ganar tiempo para la
organización popular y dividir a los golpistas de quienes simplemente
protestan.
Maduro ha girado burocráticamente hacia la izquierda convocando una
asamblea constituyente que es muy diferente de la de Hugo Chávez, que se
hizo en plena movilización mayoritaria de masas y fue amplia y
democrática, no organizada por y para los aparatos como el Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Como expresé en mi artículo anterior, el
giro de timónque pedía Chávez tenía dos pilares: atacar primeramente al capitalismo y a la boliburguesía (que es un sector del mismo), afectando sus intereses con una serie de medidas económico-sociales radicales y, segundo, reforzar el poder popular, las comunas, las misiones, la autoorganización de masas en cualquier grado y forma.
Maduro coloca la carreta delante de los bueyes utilizando sólo el
PSUV, que no es más que un aparato electoral, y no establece qué se debe
agregar o reformar, con cuáles instrumentos se aplicará la
Constitución, cómo garantizar la democracia armando milicias de
autodefensa frente a los asesinatos de militantes sociales. Además, se
limita a convocar manifestaciones callejeras de apoyo sin protagonismo
de los trabajadores. Eso quita impacto a la convocatoria constituyente,
obstaculiza la discusión de las reformas de fondo que hay que hacer y
retarda la diferenciación ideológica entre los golpistas y sus bases.
De todos modos, la convocatoria a una Asamblea Constituyente ya es un
hecho. No es posible ignorarla ni posible abstenerse, aunque se
discutan los errores de método. Por el contrario, hay que darle vida y
contenido discutiendo cómo obtener la reconstitución política del bloque
entre los trabajadores chavistas y las clases medias urbanas que la
oposición golpista ha logrado resquebrajar.
Hay que aprovechar la discusión constituyente para crear y reforzar
la conciencia de los trabajadores, sus organizaciones independientes del
Estado, su poder de base.
Una movilización popular general para discutir y elaborar la
Constitución incorporará también a muchos revolucionarios hoy en el
gobierno y en las instituciones estatalescapitalistas, como la Fiscal
General que declaró inconstitucional el intento burocrático de callar a
la oposición cerrando la Asamblea Nacional y atribuyendo a la justicia
también el poder legislativo, medida errónea que reforzó a la extrema
derecha y de la que Maduro dio rápida marcha atrás.
Tras la convocatoria de la asamblea constituyente ahora sólo queda
aprovecharla para dar un verdadero giro a la izquierda, proponiendo
medidas como el control obrero en las empresas, un ataque a los negocios
y privilegios de la burguesía (bolivariana o no) la creación de
milicias antigolpe y contra el peligro de invasión, la suspensión del
pago de la deuda hasta su auditoría y el control de los bancos.
El enemigo es la derecha. Para derrotarla hay que cambiar la relación
de fuerzas social, en Venezuela y en el continente, para elevar la
moral de lucha y la conciencia y organización de la izquierda social del
chavismo. Sin identificarse con un gobierno que no combate realmente al
capitalismo, sino a un sector proimperialista, hay que llenar de
contenido la asamblea constituyente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario