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Se lo debían de toda la vida el uno al otro. Pasó hace unos días en
el parque Luis Muñoz Marín de San Juan. Hizo falta permiso federal y que
el municipio los dejara entrar un día que el parque estaba cerrado.
Necesitaron, en fin, mover algunos engranajes, pero se lo debían el uno al otro y pasó: Óscar López Rivera y su única hija, Clarisa López Ramos, fueron juntos por primera vez a un parque.
López Rivera, el preso independentista que estuvo tres décadas encarcelado
por su vinculación con las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional
(FALN), vio a su hija por primera vez cuando fue apresado en el 1981 y
ella tenía ya 10 años.
Durante esas tres décadas, el contacto entre ambos era como preciosas
gotas de agua que caen en la boca de un sediento: brevísimos,
esporádicos, siempre en el entorno inhumano de las prisiones, siempre
dejándolos a los dos con la intensa necesidad de mucho más.
Cuando López Rivera fue puesto en arresto domiciliario el pasado 9 de
febrero, como paso previo a su excarcelación definitiva mañana, fue a vivir con Clarisa,
quien tiene ahora 46 años, en Santurce. Allí, padre e hija, juntos y
solos por primera vez, empezaron a conocerse de verdad y, con prisa
ella, con mucha calma él, a tratar de recuperar algo de lo que perdieron
en las décadas de separación.
“Mi papá es una persona muy fácil con la cual convivir”,
dijo Clarisa, quien tiene preparación universitaria en recursos humanos
y es empleada de la Oficina de Administración de Convenios Colectivos
del Municipio de San Juan.
Durante los pasados cuatro meses, López Rivera, quien, como parte de
las condiciones para su excarcelación no puede hacer apariciones ni
declaraciones públicas hasta mañana, estuvo pintando, leyendo y recibiendo visitas. Fueron a verlo, dijo Clarisa, “desde un conocedor de la cotorra puertorriqueña hasta una niña de 11 años que pidió conocerlo”.
A Clarisa le sorprendió en este tiempo lo mucho que sabe su padre de
géneros musicales, desde la música clásica que usa para dormir, pasando
por el jazz y el blues, hasta la salsa que, contrario a lo que él mismo
creía, todavía puede bailar.
Lo que se aprende no se olvida
“Él nos dijo que, después de tanto tiempo sin bailar, debía tener los dos pies izquierdos. Pues, con una canción de Andy Montañez,
nos sorprendimos que tiene un pie izquierdo y un pie derecho y tuvimos
nuestro primer baile en la sala de casa. Lo que se aprende no se
olvida”, dijo Clarisa.
Le sorprendió lo organizado que es su padre, quien por su propia
iniciativa decidió hacerse cargo de la limpieza del apartamento, así
como lo estricto que es con sus ejercicios y meditaciones. “Su rutina de
ejercicios empieza a las 4:00 de la mañana”, sostuvo Clarisa, quien
asegura que su padre goza de excelente salud.
“El 17 de mayo (mañana) todo el mundo va a poder ver la condición física en que él está”, dijo.
Clarisa dice que nunca dudó que su padre, en algún momento, iba a ser
liberado. Pero confiesa que a medida en que ella y él entraban en edad
le parecía que el tiempo entre una Navidad y otra se acortaba y que los
años empezaban a pasar volando.
Algunos familiares y amigos cercanos fallecieron sin ver a López
Rivera fuera de la cárcel. “Temí que el tiempo nos fuera a traicionar”,
reconoció.
Clarisa es consciente de que la liberación de su padre no es motivo
de júbilo para todos, pues hay quien critica que haya sido excarcelado o
que se le hagan homenajes ahora que está fuera de la cárcel.
Ella no permite que esos comentarios la perturben e invita a las
personas a no juzgar y a ver a López Rivera “como el padre, el abuelo,
el hijo, el tío que es”.
Ese padre fue el que le cumplió hace unos días el sueño de toda la vida de acompañarla a un parque.
El Buró de Prisiones de Estados Unidos, que hasta mañana a las 8:00
a.m. tiene la jurisdicción sobre López Rivera, le dio un permiso
especial para ese día.
La alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, le permitió ir uno de
los días en que el parque municipal Luis Muñoz Marín está cerrado para
mantenimiento, de modo que no hubiera público cuando López Rivera
estuviera allí.
Padre e hija caminaron el parque tomados de la mano. Se subieron al
sube y baja. “Necesité (la ayuda de) otra persona porque yo peso más que
mi papá”, reconoció Clarisa, riendo.
López Rivera, aficionado a las mariposas, quedó encantado con el
mariposario e incluso le tocó liberar a una de la especie monarca, de
las que había montones durante su niñez en San Sebastián.
A sus 74 años, subió la gigantesca tela de araña hecha de sogas que
es una de las atracciones favoritas de los niños que van al parque.
Para Clarisa, la experiencia tuvo justo el significado que estuvo
buscando durante los largos años de separación, creciendo lejos del
padre al que tanto admira: “logré la magia de sentirme niña otra vez”.
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