El artículo de Gilberto López y Rivas en La Jornada del
19 de mayo es una contribución valiosa para comprender la situación
actual en el país. Tras visitar Caracas, quiero añadir algunas
reflexiones. La idea de una revisión constitucional sobre bases más
populares es, en principio, buena pero significa un proceso a mediano y
largo plazos, cuando los problemas existenciales son a corto plazo.
Antes del fin del proceso, la gente puede cansarse frente a las
dificultades cotidianas. Éstas provienen seguramente del boicot y de la
especulación por el capital local y del imperialismo, pero también de
procesos ordinarios en periodos de escasez: mercado negro, acaparamiento
de productos, cambios de producción en función de la ley del mercado,
usura de los intermedios, pero aun de la corrupción de agentes del
Estado.
Sin embargo, hay un peligro de
fetichizaciónde la ley que tiende a identificar el texto jurídico con la realidad. Es un defecto muy latino en todo el mundo, desde la declaración universal de los derechos humanos de la Revolución Francesa. Carlos Marx lo señaló ya en un escrito sobre la cuestión judía . También, definir la base de designación de los electores no será fácil y tomará tiempo. Finalmente, hay un peligro de no participación de la oposición que dejaría el proceso en manos de los ya convencidos, sin hablar de un posible rechazo por una mayoría de la población.
Por eso muchas otras medidas parecen necesarias: renegociar la deuda
externa que extrae miles de millones de dólares del país, cuando existe
escasez, sabiendo evidentemente que hay peligro de hacer subir el riesgo
país, ya el más alto del mundo; revisar la deuda interna que termina
por ser un financiamiento de la oposición; repensar el arco minero del
Orinoco, que quiere arreglar el problema de las minas ilegales, pero que
también es un regreso al pasado neoliberal, con concesiones a
multinacionales y pagos de compensaciones por expulsiones del tiempo de
Chávez; actuar sobre la distribución todavía en manos del capital local
(una decena de grandes empresas que manipulan la escasez) ya que la
producción y las importaciones han relativamente mejorado; frenar la
especulación financiera que, junto con la hiperinflación, permite a
grupos constituir fortunas enormes al costo del bien público y aumenta
la fuga de capitales (unos 300 mil millones de dólares); luchar contra
la corrupción interna (incluyendo al ejército) que obstaculiza la
distribución de bienes que el gobierno importa, etcétera.
Un grupo contrario a la oposición, pero crítico de ciertas políticas
gubernamentales se desarrolla, con propuestas concretas, pero con el
peligro de ser identificado, en un clima de confrontaciones extremas,
como peligroso o por lo menos utópico y no como proponiendo alternativas
dignas de ser consideradas.
Evidentemente, la caída del gobierno de Maduro significaría la subida
de un Macri o un Temer, es decir, de un régimen antipopular y por eso
se debe defender su legitimidad hasta el fin de su mandato. Por otra
parte, el uso de la violencia por la oposición ha tomado dimensiones
inéditas, con la destrucción de edificios públicos (un hospital, entre
otros), la quema de un joven y el uso de excrementos humanos, frente a
fuerzas del orden que tienen prohibido usar armas letales. Por su
naturaleza, los medios de comunicación magnifican las expresiones de la
derecha, dando la impresión de caos generalizado, pero la vida cotidiana
continúa. Los servicios públicos funcionan. De verdad, la escasez en un
sector como la salud puede ser dramática y a medio plazo, la falta de
repuestos puede afectar la disponibilidad de vehículos. El 21 de mayo,
la oposición llamó a un paro nacional: Caracas no se paralizó y la vida
siguió su curso.
Sin embargo, para defender su legitimidad, el gobierno tiene
que evitar errores que la ponen en duda y que alimentan las campañas
denigratorias de la mayoría de los medios locales y externos. Se podría
esperar que Nicolás Maduro adopte más un discurso de jefe de Estado que
de militante de base, recordando que habla a la nación, al continente
latinoamericano, al resto del mundo y no sólo a sus partidarios.
Se trata, primero, de una confrontación de clases. Las
manifestaciones de la oposición lo indican: los barrios donde se
organizan y el público que participa. Una parte de la clase media
urbana, muy afectada en su poder de consumo por la caída de la renta
petrolera, juega un papel de apoyo a las clases altas que quieren
recuperar el poder político. Éstas se juntan a grupos utilizando la
violencia (la mayoría de las víctimas son chavistas). Pero existe
también descontento fuerte en las clases subalternas a la base del
proceso bolivariano, por el deterioro de las
misionespor falta de financiamiento y por corrupción.
Si la mortalidad infantil aumenta es resultado de la lógica del
capitalismo de monopolio mundial, que manipula los precios de las commodities,
el boicot interno de los que aún tienen hegemonía económica sobre la
distribución y la corrupción interna; no es seguro que la mejor
respuesta fue despedir a la ministra de Salud que reveló las cifras.
La gran dificultad está en manejar el largo plazo con el corto.
Álvaro García Linera ha escrito que una revolución que no asegura la
base material de la vida del pueblo, no tiene mucho futuro y los
adversarios lo saben muy bien.
El episcopado ha elegido su lado (la oposición) y produce textos de
gran pobreza intelectual, cuando el Papa no dudó en criticar a la
oposición por su falta de deseo de diálogo. En Venezuela, como en los
países posneoliberales de América Latina, se trata de refundar el
proyecto de izquierda y no sólo adaptarlo. Es la única manera de ser
fiel a la meta original de emancipación popular y de reorganización de
la sociedad que suscitó esperanzas y admiración en el mundo entero y
que, en Venezuela, tiene aún bases en las iniciativas comunales. Es
también el camino para salir de la renta petrolera o minera, fruto de
producciones altamente destructivas del ambiente y contra un proyecto
poscapitalista.
La adopción de una visión holística de la realidad para definir un
nuevo paradigma de existencia colectiva de la humanidad en el planeta,
que sea de vida y no de muerte, como el capitalismo, es una base
necesaria. Eso implica otra relación con la naturaleza; no sobre la
explotación, sino sobre el respeto y la posibilidad de regeneración; no
apoyada sobre el extractivismo, forma capitalista de la extracción y no
construida sobre la renta de productos altamente destructivos del
ambiente y finalmente alterando el clima global.
Esta visión implica privilegiar el valor de uso sobre el valor de
cambio, con todas sus consecuencias sobre la propiedad de los medios de
producción. Exige una generalización de los procesos democráticos, para
construir el nuevo sujeto histórico, que no es sólo el proletariado
industrial, como en el siglo XIX, y pide la interculturalidad y el fin
del predomino de una cultura llamada occidental, fruto del desarrollo
capitalista, predominante instrumental, segmentando lo real,
individualista y excluyendo otras lecturas y otros saberes.
Es lo que podemos llamar bien común de la humanidad o ecosocialismo o
de cualquier otro nombre que permite sintetizar el contenido. La
conquista de esta meta exige transiciones que tomarán tiempo y que
precisamente gobiernos de cambio tienen que definir, cada uno en sus
fronteras.
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