Ayer, tras siete
años de cárcel, la soldado estadunidense Chelsea Manning abandonó la
prisión militar de Fort Leavenworth, Texas, cinco meses después de que,
en uno de sus últimos actos como presidente, en enero pasado, Barack
Obama le extendiera una conmutación de pena.
Manning, una mujer transgénero que sirvió como agente de inteligencia
del ejército de Estados Unidos en Irak a principios de esta década con
el nombre de Bradley Manning, fue capturada en julio de 2010 y acusada
de entregar a Wikileaks más de 700 mil documentos militares y
diplomáticos secretos. En ese año y en el curso del siguiente, tales
documentos fueron dados a conocer a la opinión pública internacional por
la organización fundada por Julian Assange, en colaboración con
diversos medios periodísticos del mundo, entre ellos La Jornada,
la cual recibió 2 mil 995 despachos diplomáticos enviados entre 1989 y
2010 por la embajada y los consulados estadunidenses en México al
Departamento de Estado.
A raíz de esa filtración, la ex soldado fue detenido, sometido a
torturas sicológicas y condenado a 35 años de cárcel. En la prisión,
Manning tomó la decisión de asumir su identidad sexual y cambió su
nombre de pila por Chelsea.
Assange, por su parte, nunca ha sido formalmente imputado por la
justicia estadunidense; en cambio, le fue fabricada en Suecia una
acusación por delitos sexuales debido a la cual fue perseguido y
encarcelado en Gran Bretaña, y desde junio de 2012 permanece refugiado
en la embajada de Ecuador en Londres, ante la amenaza de que el gobierno
inglés lo extradite a Suecia y que este país, a su vez, lo entregue a
Estados Unidos.
Es monumental el aporte de ambos, Manning y Assange –además del
realizado posteriormente por el ex analista de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) Edward Snowden, actualmente
refugiado en Rusia– a la transparencia y a la democracia en el mundo.
Los legajos digitales conocidos como Registros de Afganistán y Registros de Irak ( The Afganistan files e Irak War Logs)
permitieron conocer múltiples crímenes de lesa humanidad y actos de
corrupción perpetrados por los invasores estadunidenses en esos
infortunados países; por su parte, los despachos del Departamento de
Estado permitieron conocer, de una fuente documental directa, el grado
de perversidad injerencista de la diplomacia estadunidense en numerosos
países –el nuestro, entre ellos–, actitudes inescrupulosas e ilegales de
diversos gobiernos y una gravísima sumisión a los dictados de
Washington por las naciones que se presentan como libres y soberanas.
Una revelación colateral a las anteriores, por así decirlo, es
el hecho de que gobiernos que se dicen respetuosos de lalibertad de
expresión y del derecho a la información han perseguido y acosado con
encarnizamiento –judicial, diplomático, propagandístico y digital– a
Manning, Assange, Snowden y otros divulgadores de las inmundicias
secretas del poder político y económico, en tanto que Ecuador, que dio
asilo al segundo en su embajada en Londres, o Rusia, que dio refugio al
tercero, son regularmente acusados por los medios occidentales de actuar
en contra de la libre expresión, lo que demuestra la doble moral de
Estados Unidos y sus aliados en mate-ria de libertad de información.
Paradojas aparte, cabe felicitarse por la liberación de la ex soldado
estadunidense y hacer votos para que llegue a su fin la persecución en
contra de los otros dos. En lugar de tratar como criminales a Chelsea
Manning, Julian Assange y Edward Snowden, las llamadas democracias
occidentales deberían agradecerles lo mucho que han colaborado para
informar a las sociedades correspondientes y fortalecer en todo el mundo
los principios de transparencia y rendición de cuentas.
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