David Brooks
El presidente estadunidense, Donald Trump, ofreció la semana pasada un
discurso en una ceremonia de graduación de la Academia de Guardacostas,
en Connecticut, donde se presentó con un sable, respecto del cual, en
tono de broma, el secretario de Seguridad Interior, John Kelly, le
comentó que podría
usarlo con la prensa, a lo que el mandatario respondió:
síFoto Afp
estPocos días después de
que Donald Trump se mudó a la Casa Blanca pidió al ahora ex director de
la FBI James Comey que considerara encarcelar a los periodistas que se
atreven a publicar información oficial confidencial, según una versión
de la conversación que fue filtrada a los medios hace unos días. O sea,
argumentaba que debe ser delito informar sobre lo que los gobernantes
deciden que el pueblo que supuestamente representan no deben saber.
La semana pasada, Trump se presentó con un sable a ofrecer un
discurso de graduación en la Academia de Guardacostas, y al regresar a
su asiento junto al secretario de Seguridad Interior, John Kelly, éste
le bromeó con una sonrisa:
Puedes usar eso con la prensa.
Sí, es cierto, respondió el comandante en jefe.
Vale recordar que Trump se ha referido a la prensa en términos de
enemigos del pueblo estadunidensey no ha cesado, desde que empezó su campaña electoral hasta hoy día, de reprobar públicamente a los medios y denunciarlos como promotores de
noticias fabricadasy de acusar a los periodistas de ser lo peor de lo peor.
No es el primer presidente en pretender controlar y hasta encarcelar a
reporteros –se puede suponer a falta de evidencia de lo contrario que
tal vez no hay excepciones–, expertos indican que aunque en general se
han respetado las normas durante décadas, no hay leyes explícitas para
la protección a periodistas. La primera enmienda de la Constitución
garantiza la libre expresión, incluida una prensa libre, pero hay
preocupación sobre qué tanta latitud tiene un presidente como Trump para
castigar a los medios, sobre todo con un procurador general tan
represivo como Jeff Sessions.
Los gobiernos aquí no necesariamente buscan controlar la prensa con
amenazas directas, sino a través de perseguir a sus fuentes, y con ello
suprimir la relación vital entre fuentes confidenciales y reporteros
dedicados a informar a la opinión pública el comportamiento de su clase
política. Los peores no han sido hasta ahora los gobiernos
conservadores, sino el supuestamente liberal Barack Obama, quien
persiguió penalmente a más individuos por filtrar información
clasificada según la centenaria Ley de Espionaje, que todos sus
antecesores desde 1917 (ocho de un total de 12). Su gobierno también usó
la amenaza de prisión para intentar obligar al reportero James Risen,
del New York Times, a testificar sobre sus fuentes durante siete años.
El Comité para la Protección de Periodistas informó que no se ha
probado legalmente si el gobierno puede encarcelar a periodistas por
publicar información oficial secreta. El famoso abogado James Goodel,
quien representó al New York Times en el caso de los Papeles del Pentágono, comentó al comité:
he pensado desde el momento en que Trump llegó a presidente que la amenaza más grave para la prensa libre es que él y su procurador general intentarían encarcelar a periodistas.
Hay otras señales ominosas: el mes pasado Sessions comentó a reporteros que arrestar a Julian Assange, director de Wikileaks, era
una prioridad. Varios expertos en leyes advierten que cualquier fiscalización del sitio de filtraciones establecería un precedente legal peligroso para todos los medios, ya que podría ser aplicado a otras organizaciones que publican o reportan sobre información clasificada, incluyendo periodistas individuales.
Una de las personas más peligrosas en Estados Unidos –afirmaba
el gobierno cuando fue enjuiciada– acaba de ser liberada la semana
pasada después de cumplir siete de sus 35 años de sentencia. No era
terrorista, general, espía o multimillonario, sino el ex soldado Bradley, hoy día la ciudadana Chelsea Manning. Durante su servicio en Irak decidió que su pueblo necesitaba enterarse de qué estaba haciendo el gobierno en su nombre y filtró a Wikileaks cientos de miles de documentos clasificados sobre las guerras más largas de este país, como su diplomacia secreta por el mundo.
Otra de las personas acusadas de traición y de poner en peligro la
seguridad es Edward Snowden, quien vive refugiado en Moscú por filtrar
información clasificada a medios que reveló programas secretos de
vigilancia y espionaje masivo al pueblo estadunidense y a otros del
mundo.
Todo esto viene al caso porque hace unas semanas fuimos obligados a
escribir con dolor y rabia de un ataque mortal contra uno de nosotros,
sólo para tener que hacerlo otra vez más en los días recientes. La
mayoría de nosotros (perdón por repetir parte de lo que ya escribí hace
tan poco) no deseamos ser noticia. Nos importan las voces de los demás,
identificar a monstruos y héroes, contar acerca de esa incesante pugna
cotidiana que determina qué, cómo y cuándo será mañana, si habrá un
amanecer o si la noche será más larga, y preguntar siempre, ¿por qué?
Contar eso de verdad a veces es inconveniente para los que se dedican al
juego del poder; y así debe ser la relación entre el periodismo y el
poder (por eso el
periodismodel poder es a fin de cuentas sólo propaganda).
Aquí, hasta donde se sabe, los periodistas no están arriesgando sus
vidas al contar lo que está pasando en lo oscurito, donde operan los
poderosos, pero la libertad de la prensa para revelar los secretos del
poder sí está bajo ataque en todas partes, y eso pone en riesgo no sólo a
los periodistas, sino a todos.
El periodista y novelista Pete Hamill dice que el primer periodista
fue ese cavernícola que, a la entrada de una cueva donde su gente
buscaba asilo de los elementos y los peligros, tomaba una antorcha para
ir hasta el fondo de la oscuridad a averiguar qué había –bestias, hoyos,
trampas, calor, frío, agua o veneno– para después salir y contar a
todos lo que vio, escucho y olió. La vida de todos dependía en qué tan
preciso, honesto y responsable era su reporte.
El compañero Javier nos invitó a rehusar subordinarnos al silencio y
la oscuridad. Cada acto, cada intento de arrojar luz sobre los que
desean ejercer poder sobre los demás –lícita o ilícitamente– es
peligroso para los que necesitan obrar en las tinieblas. Por eso, hay
que prender cada vez más antorchas y contar la verdad sobre nuestras
cuevas.
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