En los golpes del siglo
XXI en América Latina han cambiado mucho las cosas. El nuevo formato ya
no tiene una cara visible militar. Estos nuevos golpes son
parlamentarios, con el poder judicial-comunicacional-económico haciendo
su trabajo. Sin embargo, esto no es lo único novedoso. Otro aspecto
crucial, que quizá haya pasado más desapercibido, es que estos nuevos
golpes siempre cuentan con un ejecutor que se queda en el cargo mientras
la derecha gana tiempo para buscar al verdadero candidato que debe
gobernar el periodo posterior.
En 2009, en Honduras, Roberto Micheletti se quedó como presidente
transitorio luego de sacar a Manuel Zelaya de su legítimo cargo. Pero
duró poco. Se logró la interrupción democrática, se sacó al mandatario
electo y luego vino Porfirio Lobo por la vía electoral. Más tarde, Juan
Orlando Hernández. Algo similar ocurrió en Paraguay en 2012. Se dio el
golpe contra Fernando Lugo, y Federico Franco se quedó en su puesto sin
necesidad de acudir a elecciones. Pero éste no se iba a quedar por mucho
tiempo, porque la idea era abrir la cancha para que llegara rápidamente
el verdadero candidato de la derecha, Horacio Cartes, para dar
estabilidad al proceso de restauración conservadora.
Lo mismo es lo que sucede hoy en Brasil. Michel Temer fue el ejecutor
del golpe contra Dilma Rousseff. Asumió el 31 de agosto de 2016, sin
necesidad tampoco de acudir a las urnas para implementar un conjunto de
medidas económicas neoliberales en tiempo récord. Privatizaciones y
recortes que fueron ejecutados a gran velocidad para asentar las bases
del nuevo modelo económico y social. Todo esto, unido a ser el verdugo
más visible contra la democracia, le llevó a tener una popularidad por
debajo de 10 por ciento. La ofensiva de la derecha es salvaje, pero no
estúpida. Por ello, ahora le toca sacrificar a Temer, porque ya no
sirve. Fue de usar y tirar.
Es por ello que el emporio O Globo, verdadero actor ordenador
de Brasil, le hace la jugada para sacarlo rápidamente del tablero. La
derecha necesita orden y estabilidad en Brasil, y por ello se necesita
un nuevo presidente, resplandeciente e impoluto, con mayor respaldo
popular. Temer hizo el trabajo sucio y ahora toca limpiar la cara al
golpe.
Y entonces ya se atisba a los nuevos candidatos para gestionar la
ofensiva neoliberal con una cara más amigable. Uno, Joan Doria, y dos,
Carmen Lucía Antunes. El primero ganó elecciones el pasado octubre para
ser prefecto de Sao Paulo con un alto caudal de votos. Se presenta como
representante de la pospolítica, aunque tuvo algunos cargos públicos
menores. Este supuesto outsider de la política, publicista,
empresario televisivo y presentador de programas, parece que es el
elegido por los mercados para dirigir a Brasil hacia el abismo.
Seguramente no aceptará ser interino y querrá acudir a la batalla
electoral. La otra persona elegida por el establishment es
Carmen Lucía Antunes, representante del aparato judicial, presidenta de
la Corte Suprema, a quien le tocaría asumir mientras se convoca a
elecciones. Quizás sea también la próxima candidata, para cuando se
abran las urnas.
De esta maquiavélica forma se lustra la fachada democrática tras un
golpe. Temer desaparecerá como por arte de magia, como así hicieron
Micheletti en Honduras y Franco en Paraguay. Este es el rol que tienen
los operadores transitorios para poner fin al régimen democrático y
abrir otro que debe aparentarlo. La nueva época golpista tiene sus
propios manuales con su modus operandi. Temer ya cumplió su trabajo. Que pase el siguiente.
* Director del Celag
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